Pedro Larrea y los paisajes mentales de la brevedad

 

Nota introductoria y selección de poemas por Aleyda Quevedo Rojas

Poemas por Pedro Larrea*

Crédito de la foto Kris Davidson

 

 

Pedro Larrea y los paisajes

mentales de la brevedad

 

 

Estamos ante un poeta que conoce y se abraza delicadamente a la tradición de la poesía escrita en castellano. Su poesía breve, epigramática la mayor parte del tiempo que transcurre en sus tres libros, proviene de ondulaciones cortas pero impactantes en su resonancia, de espumas brillantes sobre las palabras antiguas y de un aliento profundo que evoca los mejores y más selectos cantos de amor y deseo de la gran tradición de la poesía erótico amorosa escrita en español.

Lorquiano por devoción y pasión, Larrea es un notable investigador de la obra de Federico García Loca. Desde la cátedra y la escritura académica en la Universidad de Lynchburg, en Virginia, Estados Unidos de América, trabaja con paciencia y sin apuros por publicar, sus versos que, por momentos, parecieran venir desde vidas pasadas y de voces finas y viejas como sabias y cuidadosas. Versos que no se desvanecen y forjan una atmósfera rotunda.

Evocando y convocando al ensayista y gran poeta venezolano Guillermo Sucre diríamos que la poesía de Pedro Larrea, no se mueve ni corresponde a ninguno de los dos elementos fundamentales, que Sucre ha señalado ubicables o tangibles dentro de la poesía moderna: “una combinación de prosa poética y poesía, de síntesis y de narrativa”. Porque la poesía de Larrea profundiza en los ecos de la síntesis, pero con un matiz centrado en la imaginería visual, más cercana a la pintura, a las imágenes clásicas de los óleos y telas plasmadas por Sorolla, Manet o incluso Cézanne. Todo es imágenes, música y frescura…

He realizado una selección de sus libros La orilla libre y Manuscrito del Hechicero para los lectores de Vallejo & Co.

Para masticar cerezas.

11+1 poemas de Pedro Larrea

ABRAZO DE AMOR.

Este pájaro que teje un tajo aquí en el vientre

meciendo mariposas en la mamba de los brazos.

Su nombre se pronuncia cuando talas mi cintura con tus dedos.

Permíteme viajar, amor, entre tus manos.

TÚ LAS NOMBRASTE al morderlas.

Las cerezas lo son porque te gustan.

Tú me mordiste al nombrarme.

Mi boca es boca porque tú la desmenuzas.

 

 

 

 

NUNCA CUPO TANTO octubre en una vulva.

La esgrima de tus uñas en la piel de las almendras.

 

 

MORDISTE UNA GRANADA y en tus dientes

quedó la sangre presa para esculpir anillos

sobre estas piedras suaves de mis hombros.

Maceraste un limón entre tus labios

para empapar mi piel con su pulpa de estrella

y así apurar el jugo azul del poro.

Hundiste tus encías en las ascuas

de un gajo de naranja que en el panal de lenguas

me incendió el paladar hasta el rescoldo.

Y cuando abandonaba la viña incandescente de tu cuerpo

se me quedó la carne enfrutecida.

 

 

El poeta Pedro Larrea

 

 

SÓLO SUPE DE TI que yo hibernaba en tu esternón de azúcar

templando con mis yemas el arpa de tu pelo amanecido.

La música forjó sortijas de azahar entre mis dedos

mientras yo crepitaba en cada nota por tiritar tus tímpanos.

Pero no despertaste.

                                         La lumbre no recuerda tronco alguno

de aquel sauce sin tregua que olvidaron mis huellas en tus huesos.

 

 

EL INVIERNO me entretuvo.

Su caparazón de coco se me cuajó en los tendones

y le impuso a mis cartílagos calavera en vez de alud.

En mí se practicó la creación del hielo

pero nadie pudo silenciar para mi oído

la tenacilla del polen cuando place al tulipán.

Así que no es tarde, no es tarde. Estoy vivo

para ensayar la partitura de tu cuerpo una vez más

y desprender del pentagrama todo témpano

que enfríe los acordes con que se abre

el estuche de azafrán donde ocultas el verano

para que no lo asierren las termitas.

 

 

 

 

LOS MIRLOS BEBEN el agua donde te lavas las manos

porque saben que afilé la ligereza con tus índices.

Tarda más la luz en no llegar que tú en arponearle las estrellas.

 

 

NO TE HE ARDIDO.

Te he sollamado con un vahaje de primavera cobriza

escurriendo la esponja alfilerada del otoño más insumergible

sin derretir aún los gajos que rellenó el invierno.

Pero arderás.

Te arderé hasta el iris cuando allá el verano

metalice en su fragua todo estambre

y mis dedos se dediquen al declive de las dalias.

 

 

 

 

HAY UNA INVOCACIÓN que desconoces

y un rito celebrado detrás de tu inquietud.

Apalabro con la lluvia

el doble tulipán de tus pestañas.

 

 

UN LABERINTO NUEVO, una tortuga

me pusieron tras la pista de tu respiración.

Tu esqueleto es de zafiro

y más abajo un golfo sin flota

y más abajo el paladar de los corales

y más abajo un aeropuerto abisal

y debajo la ciudad de tus células más tropicales,

la piscina donde un ángel lima sus alas

para ofrecerte en el baño su vuelo y que puedas al fin respirar

desde la intimidad de los principios.

 

 

A VECES UNO no aprende

a vivir con los recuerdos.

Se niega que pase el tiempo,

que se cruzasen los puentes

de arena que nos separan

de todo lo que sentimos

hace años. Y es hoy mismo

que aparece, porque estaba,

lo que llamamos recuerdo

por no llamarlo fracaso,

fractura del día, algo

que nos mata estando muerto.

 

 

El poeta Pedro Larrea

 

 

SOY MÁS VIEJO que mi cuerpo

como el cedro es más viejo que sus hojas actuales.

Hiberno como el cedro, y despierto cuando la batuta de las horas

golpea el atril del espacio. Por mí han pasado corcheas

como por el cedro macillos de colibríes.

Soy el que fui con la corteza de lo que seré sin estrenar.

Soy más joven que mi espíritu.

Mi casa es un cráter que creó una roca extraterrestre

antes del invierno nuclear y de la primera glaciación.

No comprendo que ninguna pirámide sea más antigua que el más joven de mis olivos,

ni entiendo la trompeta frigia y el arpa persa que a veces toco por intuición.

Me confunde ser testigo del nacimiento de una galaxia.

Cómo puedo ser viejo cuando soy joven y joven cuando soy viejo.

Cómo puede no existir una edad única que me dé sentido,

que justifique mi presencia en el pasado y el presente

y que imponga paz al bramido bélico del estar siendo y del ser estando.

Cuándo poseeré un rostro definitivo para todos los espejos.

Cuándo podré decir este soy yo sin equivocarme demasiado.

Soy joven pero conozco los secretos de la cartografía.

Soy viejo pero tengo agilidad para boxear contra mí mismo.

Soy lo que falta antes de ser y lo que queda después de estar.

A quién odiaré más que al palimpsesto de mi carne.

A quién tendré por cómplice en el soborno de mi espíritu.

A quién daré los labios de quien me habita sucesivamente en soledad.

 

 

 

 

*(España, 1981). Poeta, traductor y ensayista. Se desempeña como docente en la Universidad de Lynchburg (Virginia-EE. UU.). Ha publicado en poesía La orilla libre / The Free Shore (2013 y 2019), La tribu y la llama (2015) y Manuscrito del hechicero / The Wizard’s Manuscript (2016 y 2017); y en ensayo Federico García Lorca en Buenos Aires (2015). Como traductor, ha traducido al español (Libro de horas, de Kevin Young (2018), Una defensa de la poesía, de Percy Bysshe Shelley (2019), Las cuatro edades de la poesía, de Thomas Love Peacock y Sonata Mulattica, de Rita Dove (en prensa).

 

 

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