Pasión que “munda” el poetizar + entrevista. 5 años sin Juan Gelman

 

Vallejo & Co. reproduce una nota que fusiona dos artículos publicados, originalmente, en la revista Caras y Caretas, que fuera reeditada por su autora para Kunst y ahora actualizada para Vallejo & Co.

 

Por María Malusardi*

Crédito de la foto www.elmundo.es

 

 

Pasión que “munda” el poetizar.

5 años sin Juan Gelman

 

 

Duele todavía leer en la solapa: Buenos Aires, 1930 – México D.F., 2014. Duele y cuesta acostumbrarse. Mientras tanto, remeda asomarse al comienzo, a los versos primeros, como si el regreso al origen eximiera del revoque último del destino. Juan Gelman** publicó su primer libro, Violín y otras cuestiones, en 1956 y el primer poema, oh ironía, se titula “Epitafio”. Desde ahí, entonces, valdrá la pena recorrer una vez más su obra hasta llegar a Hoy, el último título. Gelman empezó por el final y terminó por el comienzo ―perpetuado en la palabra hoy―, ese comienzo del fin que es la exégesis de uno mismo y que revela, en palabras de Jean- Luc Nancy, no el sentido de la existencia sino la existencia del sentido.

Un extenso recorrido deja entrever un estilo que ha ido reforzándose a sí mismo, acaso en la intimidad de un lenguaje poético que, como dice George Steiner, ejercita, nutre la memoria como no lo hace el lenguaje de la prosa. Se percibe en la obra de Gelman una primera época, más cercana a Raúl González Tuñón y el tango (Violín y otras cuestiones, Velorio del solo, Gotán). Y luego una segunda etapa, acaso la más extensa, merodeando las agallas verbales y la humanidad de César Vallejo: Gelman retuerce el lenguaje hasta derramarlo en una música definida. Aunque nunca abandonará cierta cadencia tanguera, en este periodo trabaja la poesía desde la condición de argentino en los vejados años 70, donde lo amoroso y la militancia por la justicia se aúnan en una desesperada búsqueda que cae en un inevitable interrogante (Relaciones, Hechos, Notas, Carta abierta, Si dulcemente, Citas, Hacia el sur, Comentarios, Carta abierta, Bajo la luna ajena, Anunciaciones, Salarios del Impío). Gelman violenta las estructuras del lenguaje como el hombre ha sido violentado (en el lenguaje está el dolor); lo rompe como un niño rompe una ramita o una palabra cuando la dice de un modo incorrecto; así desacomoda lo esperable y el efecto es tan bello como desolador:

hablarte o deshablarte/ dolor mío/

manera de tenerte/destenerte/

pasión que munda su castigo como

hijo que vuela por quietudes/ por

 

arrobamientos/ voces/ sequedades/

levantamientos de la ser/ paredes

donde tu rostro suave de pavor

estalla de furor/ a dioses/ alma

 

que me penás el mientras/ la dulcísima

recordación donde se aplaca el siendo/

la todo/ la trabajo/ alma de mí/

hijito que el otoño desprendió

(…)

 El poeta dio cuerpo a la palabra cuando la palabra desangraba sobre los cuerpos ausentándose:

si dulcemente por tu cabeza pasaban las olas

del que se tiró al mar/ ¿qué pasa con los hermanitos

que entierraron? / ¿hojitas les crecen de los dedos?/ ¿arbolitos / otoños

que lo deshojan como mudos? / en silencio

 

los hermanitos hablan de la vez

que estuvieron a dostres dedos de la muerte / sonríen

recordando / aquel alivio sienten todavía

como si no hubieran morido / como si

 

paco brillará y rodolfo mirase

toda la olvidadera que solía arrastrar

colgándole del hombro/ o haroldo hurgando su amargura (siempre)

sacase el as de espadas / puso su boca contra el viento /

(…)

 

 

En su última etapa (Incompletamente, Valer la pena, País que fue será, Mundar, De atrásalante en su porfía, El emperrado corazón amora), mientras el mundo profundiza la injusticia, Gelman profundiza su lenguaje (antes más centrípeto, más amordazado) y lo abre, lo deja respirar:

Escribo en la noche y

muero en cada renglón. Me duele

no respetar sus animales

y hacer otra noche

con sus encajes puros.

(…)

 

Sin embargo, en Hoy, su último magnífico trabajo, un hermetismo por momentos desmesurado denuncia ―y expone― lo imposible del lenguaje cuando en él irrumpe la llaga de la vida. En ese borde resbaladizo y desierto, el significante crispa su sentido. Así, cada poema de Gelman cava sin piedad, poniéndole fin a tanta carencia (dixit Yves Bonnefoy).

 

“Sin saber hasta cuándo me despedí de vos. Volví con agujeros donde callaban compases del exilio, una música que no se deja recrear, un árbol del que caen hojas que asustan a los pájaros. Vuelven a nubes que me quedan. Tiros del pecho siguen jóvenes, libres de su vergüenza, neblinas que llovieron.”

 

 

El poeta Juan Gelman

 

Vida y destino

En un reportaje realizado por Jorge Boccanera (Tierra que anda – Los escritores del exilio,1999), Gelman describe su vida en Buenos Aires, antes del exilio: “Nací y viví en Villa Crespo. Conocí el arroyo Maldonado sin tubos. Vi pasar el entierro de Gardel. Tomaba el tranvía y bajaba en La Boca para recorrerla. También recorrí amarguras por ser hincha de Atlanta. Jugué al billar ―mal, claro― en el café San Bernardo, que sigue siendo el Trianón en un tango. A los dados y al dominó en el café Colón. Fui a la milonga en clubes y salones varios. Al mismo tiempo estudiaba y obtuve el bachillerato en el Colegio Nacional de Buenos Aires. De chico me gustaban las películas en episodios como La mano que aprieta, y mi madre me llevaba al Colón (al gallinero y una vez por año) a ver obras de teatro en idish. Recién casado viví en Villa Urquiza y en La Paternal; de separado, Paco Urondo me cobijó en su casa de San Telmo. No puedo olvidar un crepúsculo que me aconteció en Patricios. ¿Uno camina Buenos Aires o Buenos Aires lo camina a uno?”.

Hasta aquí un dichoso, aunque alborotado, tango: una trayectoria periodística que arrancó en el 66, pasando por Confirmado, La Opinión, Crisis, Panorama y que terminó en el diario Noticias en el 74; un período de poesía que culminó con Cólera Buey, Fábulas y Relaciones y la música del Tata Cedrón, que le dio otra circulación a tantos de sus poemas más hermosos: cómo olvidar los discos Gotán, Madrugada, El caballo de la calesita.

Pero llegó el 75 y su vida hizo un giro violento: perseguido por la Triple A –militaba en FAR Montoneros-, Gelman partió al exilio. En agosto del 76, su hijo Marcelo y su mujer, María Claudia García Iruretagoyena, embarazada, fueron secuestrados y llevados ―esto el poeta lo supo mucho después― al centro clandestino de detención, Automotores Orletti, donde también operaba un grupo de militares uruguayos que perseguía a sus exiliados. En octubre, Juan Gelman vino a la Argentina, clandestinamente y con pasaporte falso. En el 78, lo intentó otra vez. “Luego de este segundo regreso, comprendí que el exilio iba a ser largo ―relata en la entrevista ya citada―: las organizaciones guerrilleras habían sido claramente aniquiladas, el movimiento obrero estaba desarticulado, la clase política apoyaba al régimen militar por acción u omisión y la iglesia lo bendecía y alisaba el alma de los asesinos. Buena parte de la sociedad, sin conducción para la resistencia, vivía una represión y un terror desconocidos en la historia del país. Otra parte nadaba en ‘plata dulce’ y practicaba el ‘por algo será’. La única resistencia real, además de la obrera, fue la de las Madres de Plaza de Mayo, y todavía sigue.”

Vivió en Roma, Madrid, Managua, París. En 1988 llegó a México y coincidió con la posibilidad de regresar a su país, puesto que recién ese año la Cámara General de Apelaciones lo eximió de la prisión política que todavía, y ya en democracia, pesaba sobre él. Vino a la Argentina, pero no se quedó. El propio Gelman admitió que la decisión de vivir en México fue muy personal: “No es exilio ni autoexilio.”

 

Juan Gelman con el novelista y Nobel de Literatura Gabriel García Márquez en España, 2008.

 

Búsqueda sin respiro

Su lucha no acababa: buscó incansablemente los restos de su hijo que aparecieron en el 89, dentro de un tambor de grasa de 200 litros, que los militares rellenaron con cemento y arena y arrojaron al Río San Fernando. Nunca pudo dar con los de Claudia. Y no se detuvo hasta a encontrar a María Macarena Gelman García.

En 1998, Juan Gelman comprobó que su nuera había dado a luz en el Hospital Militar de Montevideo. No fue sencillo que las autoridades de entonces en Uruguay aceptaran desapariciones de personas y robos de bebés durante su propia dictadura. Sin embargo, no quedó opción puesto que la pelea que dio el poeta arrastró a intelectuales y personalidades de todo el mundo. En el 2000, se abrazó por fin con Macarena.

Esta vida intensa y rabiosa se constituyó esencialmente en la eterna pregunta que es su obra poética: no hay respuesta que avale la injusticia. “Nunca fui dueño de mis cenizas, mis versos, / rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte.” El día que Gelman recibió el Premio Cervantes, en 2007 (el broche de una seguidilla de premios relevantes, como el Nacional de Poesía en Argentina y el Juan Rulfo en México), brindó un delicadísimo discurso en el que resaltó que la dueña del premio era la poesía: “¿Qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de cinco años muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza? Me pregunto cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras. Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte.”

Un largo Kaddish ―rezo hebreo a los muertos― compone el conjunto de sus libros. Un largo kaddish por el hijo asesinado, por todos aquellos (Paco Urondo, Rodolfo Walsh, Haroldo Conti) que habitarán por siempre “esa fosa en las nubes”, diría Celan. Pero también por el destierro interminable. Porque el destierro, insiste Gelman, no se limita al propio exilio, sino a esos destierros locales que sufren hoy día aquellos que viviendo en su propia geografía no tienen hogar ni derechos ni modo de escapar de guetos encubiertos.

No sólo a través de la poesía sino también del periodismo, oficio que mantuvo hasta el final, desnudó Gelman las inclemencias del mundo. Su compromiso fue con la humanidad, no con un territorio acotado: “Acá abajo, la patria más importante es la vida.”

 

El poeta Juan Gelman con su nieta recuperada, María Macarena Gelman.

 

Recuadro

 

“La poesía sólo se acabará cuando se acabe el mundo”.

Entrevista a Juan Gelman

 

 

María Malusardi [MM]: ¿La poesía es hogar, exilio, tristeza? ¿Es el campo de batalla donde triunfa la palabra? ¿O es un modo de persistir contra la gran derrota de la mundo?
Juan Gelman [JG]:
Es todo eso y mucho más. O, si se quiere, mucho menos. Para los lectores de poesía, es una necesidad leerla. Para los poetas, escribirla. El asunto es el porqué de esa necesidad. La lectura de poesía procura un goce particular y nos enriquece interiormente encontrar cómo le da nombre a lo que no lo tiene, cómo descubre maravillas de la palabra y su música. La poesía es palabra calcinada y por eso es todo lo que usted menciona. Y más.

 

[MM]: Sin embargo, los poetas se quejan de que se lee menos poesía que otros géneros. Acaso porque exige del lector un tiempo interior y cierto riesgo que se contrapone a una época cada vez más atrapada en el consumo, la vanidad, el confort.
[JG]:
El mundo sufre problemas sociales, económicos y políticos muy graves: según la FAO, cada año mueren  6 millones de niños de hambre o desnutrición. Si se hace una reducción temporal, esto significa que muere un niño cada seis segundos y me pregunto cuántos han fallecido desde que estamos conversando. Para no hablar de la desocupación y de los intentos del poder de domesticarnos el espíritu. La poesía se lee menos que otros géneros literarios, pero tiene más de 40 siglos de existencia registrados. Sólo se acabará cuando se acabe el mundo.

 

[MM]: Contra la gran derrota de la mundo es un verso suyo en el que el escritor inglés John Berger se apoya para desarrollar un maravillo artículo que delata la prepotencia y los desmanes del neoliberalismo. ¿Cuál es su visión y su sentimiento con respecto a este escrito de Berger quien, como usted, ha mantenido una coherencia y una lucha potente a través de la palabra?

[JG]: Ese artículo me produjo un gran impacto, como en general la obra de John
Berger desde su primera novela, Un pintor de nuestro tiempo. Una característica de este autor es relacionar el arte con la condición humana y la realidad que nos imponen: la descripción de un cuadro del Bosco como profecía de este mundo globalizado es impecable. Es un gran escritor y un gran pensador.

[MM]: También usted lo es. ¿Considera sus propios poemas como una música del pensamiento?

[JG]: No es mucho lo que puedo decir de mis poemas, salvo la insatisfacción que me producen. Tal vez por eso sigo escribiendo, a ver si alguna vez agarro a la Señora. En general se escribe sobre pocas cosas, son obsesiones que vuelven y acudo a la definición de la belleza de Sor Juana. La describe como una espiral, pienso que está sujeta a los vientos de la época y a medida que pasan los años, lo que se vive y lee, las mismas obsesiones se ven desde otro punto de la espiral, cada vez más abierta, más movida. Esa nueva mirada exige una nueva expresión, la que le corresponde porque es otra.

Pavese describió muy bien el proceso que sigue: imagine usted unas coordenadas, lo que se quiere decir está en 100 y la expresión está en cero, sube a medida que se la va encontrando y la línea de la obsesión desciende porque va adquiriendo palabra. Se encuentran en un punto y desde allí se escriben los poemas más logrados. Y entonces hay que prestar atención: al conseguir la herramienta expresiva se puede escribir más, pero la necesidad de decir se apaga y salen textos que sobran.

 

 

[MM]: Se ve, en estos tiempos, una necesidad de trascendencia aún a instancias de tantos textos que sobran.

[JG]: Hay personas muy cultas, que han leído mucho y que pueden escribir diez o
quince buenos poemas en su vida, aunque publiquen muchos más. Son personas que viven para escribir. Yo prefiero a los poetas que escriben para vivir, como le sucedía a la Tsvietáieva.

 

 

 

 

*(Buenos Aires – Argentina, 1966). Poeta, docente y periodista. Ha publicado en poesía El accidente (2001), la carta de vermeer (2002), variaciones en la niebla (2005), diálogo con pescadores (2007), museo de postales (2008), trilogía de la tristeza (2009), el orfanato (2010), la música (2013), artista del trapecio (2014), el sastre (2014) y El desvío y el daño (2017).

 

 

 

**(Buenos Aires-Argentina, 1930 – México D.F.-México, 2014). Poeta, traductor y periodista. Estudió Química en la Universidad de Buenos Aires (Argentina), estudios que no culminó. Fue cofundador de El pan duro (1955), un grupo de poeta comunistas, con el que publicó su primer poemario. Trabajó como periodista en las revistas Confirmado, Panorama y Crisis, y en los diarios La Opinión y Noticias. Exiliado durante la dictadura militar argentina que comenzó en 1976, país al que retornó en 1988, no obstante, siempre radicó en México. Vivió en Roma, Madrid, Managua, París, Nueva York y México. Se desempeñó como traductor de la Unesco. Obtuvo el Premio Mondello (1980), el Premio Nacional de Poesía de Argentina (1997), el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (2000), el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2005), el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2005) y el Premio Cervantes (2007). Publicó en poesía Violín y otras cuestiones (1956), El juego en que andamos (1959), Gotán (1962), Cólera buey (1964), Relaciones (1973), Hechos y relaciones (1980), Hacia el Sur (1982), Carta a mi madre (1989), Salarios del impío (1993), Incompletamente (1997), Valer la pena (2001), País que fue será (2004), Mundar (2007), Hoy (2013), entre muchos otros.