Naturaleza Viva. Sobre «Blanco de blanco» (2021), de Athena Farrokhzad

 

Por Ashle Ozuljevic Subaique*

Crédito de la foto (izq.) ©Khashayar Naderehvandi /

(der.) Ed. Kriller71

 

 

Naturaleza Viva. Sobre Blanco de blanco (2021),

de Athena Farrokhzad**

 

 

Como una llamada desfasada durante meses, lo segundo que llamó mi atención apenas entré a la buhardilla, nuestro refugio en Madrid, después de Mi vida de Marc Chagall, fue Blanco de blanco, un libro tan pulido, que estalla hacia diferentes puntos, dificultando una clasificación temática, una recepción lineal.

Cuando te dicen “hay un libro que te gustaría leer” es como cuando te insinúan que debes conocer a cierta persona porque de seguro congeniarán. En este caso, acertarían. Esperé, sin embargo, cuatro días para la presentación formal, retrasándome en la lectura del prólogo de la traductora, Lalo Barrubia, preparación necesaria para el encuentro. En él, lúcidamente señala respecto del idioma sueco algo que se va descubriendo en los poemas de modo constante, como una piedra que no deja de crecer: “por un lado, la fascinación comunicativa al servicio de lo concreto, la capacidad de síntesis y precisión, y en contrapeso, la severidad de las palabras y la excesiva suavidad tonal para expresar sentimientos o experiencias profundas”. Así, la pureza en que están escritos los versos, pesados y pulcros, acrecienta la impresión de estar en una habitación blanca, clausurada y austera, donde lo que falta es lo que la reviste; la apropiación de una lengua en la que escribir el abandono de aquella lengua otra.

Mi madre dijo: Si me matas en esta lengua podrás conservarla

 

Mi padre dijo: Escribe que esta lengua te mata, escribe en esta lengua

 

Sin embargo, la sequedad de la lengua de los poemas es ajena a la profundidad de lo que plantea. Se yuxtapone, la colapsa y la dilata. Como abriendo una yaga con un alicate, fija la pupila en otra pupila, una que no está mirando. El libro comienza de ese modo y así va creciendo:

Mi familia llego aquí a bordo de una tradición marxista

(…)

Mi madre derramaba el blanqueador a través de la sintaxis

Al otro lado de la puntuación sus silabas se volvían más blancas

que un invierno del norte

Mi madre nos construyó un futuro basado en cantidad de vida

Apilaba latas de conserva en el sótano de la casa

como para enfrentar una guerra

(…)

Pensar que yo chupe de esos pechos

Pensar que metía su barbarie en mi boca

 

Poemas del libro «Blanco de blanco» (2021), de Athena Farrokhzad

 

Comencé a leer los poemas sentada al borde de una cama rasante al piso, a un par de horas de volver desde Madrid a Barcelona envuelta en una ola de frío no antártico porque esto es Europa. Rápidamente la posición del cuerpo se fue plegando, encorvada dentro del libro, como entrando en las páginas de esa familia que a mí me hacía pensar en las familias sobrevivientes que he conocido y que, muchas veces, arrastran la atrocidad incluso en la ternura.

Las voces emergen principalmente de cuatro figuras: padre, madre, hermano y abuela. Todos hablan menos la voz que recoge y transcribe, interpelada y múltiple. Los temas sobre los que avanza son la migrancia, la lengua materna, la patria —si es que eso existe— atravesado por las crispaciones de una relación tirante que brota desde la voz de madre y se estalla en el tragaluz de la habitación donde leo, a su vez atravesado por la voz de mi madre que, tras años, puedo recibir in situ, directo desde su caja de resonancia, sin que medie un canal de transmisión eléctrico. En el extrañamiento se han ido formando idealizaciones, ilusiones; en el reencuentro, cae la realidad como una cortina que permite ver mejor. Hoy puedo preguntarme sin culpa si todas tenemos una relación tensa con nuestra madre

Mi madre dijo: He gastado una fortuna en tus lecciones de piano

Pero en mi sepelio te negarás a tocar

 

Me pregunto si eso nos permite ser personas normales, si todas en algún momento hablamos de nosotras para en realidad hablar de ellas. Me pregunto si las madres que llevan a sus hijxs en su exilio son peores que una madre normal. Me pregunto si mi hija escribirá de mí algún día. ¿Qué diría que dice mi lengua? En Blanco de blanco, la figura materna se protege y arremete en similar proporción. Es voz afilada que padece, que no se halla en el sitio desde el que habla:

Mi madre dijo: Lo atraviesas todo en busca de algo para deformar

Mi madre dijo: Sólo el verso que dispara mis lágrimas

consideras digno de anotar

 

Mi madre dijo: Construyes el poema con mis debilidades

Y después dices que el poema no es mío para llorarlo

 

 

La lengua materna es una lengua que duele. Es la herencia de las ancestras, con su carga de pesares y fracasos. Es la lengua de la tragedia de la pérdida, de una niñez siempre corta, de la identidad instalada a quemarropa. “Se debe escribir en una lengua que no sea la materna”, planteó Huidobro, que no era hijo de exiliados, que tuvo opciones a la hora de elegir esa lengua otra, que murió en su país natal y que ahí enterró a los suyos. Si la lengua es una imposición ajena a nosotras, ¿cuándo nos pertenece o cuándo nos permite pertenecerle?

Mi abuela dijo: La pertenencia es como un espejo.

Si se rompe puedes arreglarlo

Mi madre dijo: Pero al reflejo le faltará una esquirla

 

La austeridad de la expresión vuelve tenso al texto haciendo que la complejidad de los temas se venga encima; una familia anhelando la tierra que ya no está, una familia sufriendo la no pertenencia, la carencia, sin un antagonista que interpele, sino con la frialdad desde el seno de cada vocablo, una crudeza intrínseca que no deja rastros de violencia porque no la ejerce. Desde un espacio testigo, la poeta recoge esos lamentos:

Mi madre dijo: No me entierres aquí

Entiérrame donde el barniz de la civilización se haya resquebrajado

Escupe mi lengua, devuélveme la leche

 

 

Mi abuela dijo: No me entierres aquí

Entiérrame donde la menta crece junto a los arroyos

Prepara la mesa para una fiesta, sirve mi mejor guiso

 

 

Mi padre dijo: Todavía estamos allí

aunque el tiempo nos haya separado del lugar

 

 

Mi hermano dijo: Alguna vez quiero morir en una tierra

donde las personas sepan pronunciar mi nombre

 

Farrokhzad ha dispuesto los poemas recién citados en descargas intempestivas, en momentos inesperados, planteando con insistencia la idea de la muerte en tierra ajena, de la ganancia del suelo a través del entierro de los seres amados, proponiendo una concepción distinta del tradicional pensamiento que dice que pertenecemos al lugar en donde nacimos, y reemplazándola por la idea de que pertenecemos al lugar donde enterramos a los nuestros, que bien podría ser una reescritura de la viral cita de Plinio el joven: “hogar es el lugar donde está tu corazón”, estando el corazón bajo tierra, con nuestros muertos:

Mi abuela dijo: Cuando eres de un lugar se vuelve ineludible

Puedes decir yo cambié allí

Abandoné la recolección de piedras

O yo no estaba hecho para amaneceres helados

Pero no puedes decir soy de ninguna parte

No pertenezco a ningún lugar

 

La poeta Athena Farrokhzad

 

Finalmente, la búsqueda que traza Farrokhzad, si lo hace, no es de la tierra de los antepasados, sino del pacto de paz con esa lengua apropiada y con el espacio del que emerge, la posibilidad de decir que se es de un lugar, con todo el peso de la pertenencia, con toda la frialdad de un idioma. Algo así como la familia, poder decir que pertenecemos a una con todas las heridas que nos han infringido, con todas las incomprensiones, con todos los traumas, con toda la desconexión, con todo el amor. Las madres son como las lenguas. No podemos con ellas, pero tampoco podemos prescindir de ellas. Pocas personas nos han dañado como las personas de nuestra familia lo han hecho, directa o indirectamente; con ellas nacieron las expectativas, en ellas crecieron nuestros anhelos, ellas nos enseñaron el modo de amar que tarde o temprano habremos de dar por errado, allí están sembradas nuestras infancias enrarecidas, sin ellas no habríamos sido.

Termino de leer el libro pocos minutos antes de que suene la alarma para irnos de Madrid y volver a casa. Ponemos alarmas para no perder los trenes, no nos basta con saber leer la hora. Mi madre dice: Hay que darse prisa y recoger las maletas. Mi hermana dice: Yo podría haber venido sin maletas. Mi hija dice: Yo podría no haber venido.

 

14 de febrero, 2021

 

 

 

 

 

*(Chile). Poeta, ensayista y narradora. Estudió literatura en Santiago de Chile y yoga en Buenos Aires (Argentina). En la actualidad, trasplanta hiedras. Ha publicado en narrativa Vidas robadas (2011) y la novela experimental Anteojos de sal (2013); en ensayo El silencio final: representación y gesto en diario de muerte (2015); y en poesía Tres (2016) y Botánica (2020). Este año se publicarán Cartografía (narrativa) y una reedición ampliada de Tres con ilustraciones de la autora.

 

 

 

**(Teherán-Irán, 1983). Poeta, dramaturga, traductora y crítica literaria de nacionalidad sueca. Se desempeña como profesora de escritura en la Escuela Popular Nordens. Obtuvo el Grand Reader’s Prize (2014). Ha publicado en poesía Vitsvit (2013, publicado en inglés en 2015 y traducido a 12 idiomas), Manualen (junto a Tova Gerge, 2009) y Ett tunt underlag (junto al grupo poético G=T=B=R=G, 2009); editó la antología de poesía queer Omslag (junto a Linn Hansén); y en dramaturgia Päron (2013).

 

 

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