“Nada es poesía antes del poema”. Entrevista a Carlos Schilling

 

Por Augusto Munaro

Crédito de la foto Ramiro Pereyra

 

 

“Nada es poesía antes del poema”.

Entrevista a Carlos Schilling

 

 

Con Ensayos de voz (2017), cuarto poemario de Carlos Schilling*, el autor cristaliza una poética donde las palabras encuentran una materialidad enunciativa distinta. Tensiona al lenguaje dislocando la mirada para dar curso a una exploración que evita las formas tradicionales. Busca –y logra– vertebrar los núcleos del libro a favor de un pulso rítmico flexible: la catarsis liberadora, ese intento de deshacer los fantasmas de ciertas fracturas personales.

Como todo buen libro de poemas, Ensayos de voz, continúa y expande una suerte de escritura en proceso; la utopía de una lengua.

 

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Entrevista

 

Augusto Munaro [AM]: ¿Qué voces se “ensayan” en esta nueva colección de tus poemas?

Carlos Schilling [CS]: La verdad es que se trata de un título engañoso, tomado de un proyecto de libro que quedó trunco y en el que pensaba ensayar e incluso inventar distintas formas métricas y estróficas.  La idea era que las voces surgieran de esos ensayos. Pero en el camino se interpuso una voz más monótona y un imperativo más fuerte: una primera persona lírica –el fantasma de mí mismo– que quería recordar, reflexionar y confesarse en las páginas de un libro que en principio no le estaba destinado.

 

 

[AM]: ¿Cuánto hay en Ensayos de voz de continuidad y cuánto de ruptura con tus libros anteriores, en lo temático como en lo estilístico?

[CS]: Tanto la continuidad como la ruptura más obvias tienen que ver con la métrica. Hay muchos poemas en endecasílabos, como en mis tres libros de poemas anteriores,  incluso la sección titulada “Intimaciones” es una continuación evidente de Confesiones impersonales. Pero en Ensayos de voz también hay alejandrinos, tridecasílabos, dodecasílabos y eneasílabos.  Me parece que desde mi primer libro hasta este último puede verse un espectro que va de lo impersonal a lo personal. Mudo hablaba de una experiencia literaria alegorizada en la figura de un individuo que no tiene lengua y cuya forma de expresarse son las mutaciones o las metamorfosis.  Era como volver a Ovidio después de haber pasado por Beckett. Formas de ver el mar, lo mismo: sextinas que imitaban el estilo de poetas antiguos,  clásicos y modernos, parodiándolos y homenajeándolos a la vez. Confesiones impersonales ya marca un giro hacia eso que llamamos interioridad. Si bien la historia y la literatura están presentes (hay varias “glosas”), lo que se impone es la figura de la primera persona,  no tanto la máscara de la tradición de los monólogos dramáticos, sino una combinación entre el relato de mi propia personalidad y los relatos de diversas personalidades,  algunas de ellas perversas, como golpeadores, posesivos, pedófilos,  y otras menos definibles.  En Ensayos de voz, creo que llego lo más cerca de mí que puedo soportar en un poema.

 

 

[AM]: “Equis o cruz”, es un poema singular…

[CS]: Si bien no tienen títulos individuales, los textos no componen un solo poema largo sino varios independientes. Son los que más quiero del libro porque su brevedad, casi de sonetos en versos blancos y no divididos en estrofas, tiene un efecto de concentración emotiva que tiende a disiparse en los poemas más largos. La equis es el símbolo de la incógnita en matemática, lo que se debe despejar para resolver una ecuación, y también es una letra extraña, un sonido que se traba en la garganta,  que parece asfixiarnos por un instante cuando la pronunciamos. A la vez tiene la forma de una tachadura, lo mismo que la cruz, y ahí es donde se superponen como signos gráficos.  Pero la cruz abre toda otra serie de referencias cultuales y culturales.  Esa abundancia contenida en dos trazos que se cruzan habla por sí misma de lo infinito que es el lenguaje.

 

 

[AM]: Por lo general, Carlos, ¿cuáles son los puntos de partida de tus poemas?

[CS]: Un verso que viene de vaya saber dónde. Pero por desgracia un poema no se compone de un solo verso. Hay que tirar de él para que salgan los demás. La métrica y la rima ayudan en esa tarea, porque son como “programas” que determinan hasta cierto punto las cantidades de sonido y de sentido posibles.  Pero a la vez existe el riesgo de que el programa vuelva insípido lo poco o lo mucho que había en ese primer verso venido de ninguna parte (ninguna parte que puede coincidir con nuestras lecturas, nuestro inconsciente, nuestra biografía, nuestras creencias,  etc.).

 

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[AM]: Por momentos, la cadencia con que se suceden los versos condice con el flujo habitual del monólogo interior. ¿Lo notás así?

[CS]: Son monólogos interiores,  sin dudas, transcripciones de una mente que se relata a sí misma sus propias experiencias, las que tuvo, las que no tuvo y las que podría haber tenido.

 

 

[AM]: ¿Qué podemos conocer de tu propia visión del mundo, y cómo se expresa en tu poesía?

[CS]: Me parece que la imposibilidad de definir la propia visión del mundo es lo que nos impulsa a seguir escribiendo poemas y ficciones.  El modo verbal implícito de la literatura es el potencial.

 

 

[AM]: Hay una tendencia a la concentración, un intento de mayor despojo en tus poemas. ¿Se trata de una búsqueda para desarrollar una imagen más nítida?, ¿la precisión es una virtud en poesía?

[CS]: “Lo muy preciso tritura/ tu vaga literatura” decía un Mallarmé mejorado por Alfonso Reyes. Ahora que me lo preguntás,  se me ocurre que quizás esa nitidez de las imágenes sea una reacción contra mis lecturas juveniles de los poetas simbolistas franceses.

 

 

[AM]: ¿Por qué lo decís?

[CS]: No sé: me gustan poetas de imágenes imprecisas, como Juanele Ortiz, y poetas de imágenes precisas, como Mary Calviño.

 

 

[AM]: Es interesante como articulaste tu poema “Tres muertos”, desde tres miradas diferentes: la de “él”, “vos” y “yo”. ¿Qué te atrajo indagar través de ese acercamiento múltiple de un mirar refractado?

[CS]: Marcan los grados de distancia que me separan de tres muertos, uno de los cuales soy yo mismo. Son los últimos poemas que escribí y creo que están contaminados por un exceso de escepticismo, como si prefirieran la cruda verdad a cualquier forma posible de compasión y belleza. Estoy convencido de que cuando la voz del poema es invadida por la voz de la experiencia, lo mejor sería callarse. Por vanidad o por inercia, no siempre es posible.

 

 

[AM]: Tu poética, al menos en este libro, casi no opera a través de la metáfora. Respecto a esta figura retórica en particular, ¿pensás que hay que desmetaforizar más a la poesía?

[CS]: Desmetaforizar es imposible: la mayoría de las palabras, si uno hurga en ellas, son metáforas, estratos de metáforas sedimentados sobre metáforas,  y nunca se llega al fondo, pues, ¿qué encontraríamos en el fondo? ¿Una ilusoria correspondencia entre las palabras y las cosas? ¿El sueño realizado de Cratilo? La poesía se hace con todas las palabras y con todas las figuras retóricas. No hay recetas: nada es poesía antes del poema.

 

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[AM]: Sobre tu experiencia como crítico literario. ¿Cuál es tu opinión de la poesía que se viene gestando en la provincia de Córdoba en los últimos años?; ¿qué diferencias/similitudes encontrás con lo que se hace en Bs.As.?

[CS]: Si bien la tradición de la poesía en Córdoba se remite a la época colonial y uno puede encontrar en ella cierta tensión con los intereses políticos y estéticos de Buenos Aires,  me parece que desde la década de 1980 empieza a ser cada vez más difícil trazar un mapa poético regional, tanto hacia el resto del país como hacia el interior de la propia provincia. Y en la actualidad, gracias a la tecnología de la comunicación, mantener las categorías de centro y periferia se vuelve todavía más problemático.  En Córdoba, sobran ejemplos de poetas y narradores con una obra sólida en el interior del interior: Alejandro Schmidt y Carina Sedevich en Villa María; José Di Marco, Pablo Dema y Marcelo Díaz en Río Cuarto. Y hay más.

 

 

[AM]: Hay quienes sostienen que, además de la educación y la economía, está en decadencia el lenguaje…

[CS]: No creo que la lengua esté en crisis. Todo lo contrario: los medios de comunicación tienden a fijar la lengua, a estabilizarla, a difundir e imponer una lengua bastante homogénea. No sé si eso resulta bueno o malo en términos civilizatorios. Supongo que soy bastante conservador porque me genera una melancolía enorme pensar en una lengua que se muere. Sin embargo, a la vez, estoy convencido de que la literatura es lo que queda después de la muerte de un idioma. Sófocles, Safo, Ovidio, Catulo… Nadie sabe muy bien cómo se pronunciaban sus versos, pero sus versos aún están con nosotros.

 

 

[AM]: ¿Cuál es la obra o autor que más te impactó y cómo se refleja en tu poesía?

[CS]: Hubo distintos autores en distintos momentos de mi vida. Antes de tener conciencia de que los libros son literatura, a los 10 u 11 años, leía fanáticamente las aventuras de Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle.  En esa estirpe racional, ubicaría varias lecturas que me marcaron: Descartes, Mallarmé, Adorno, Borges, Beckett, Vera, Schiavetta. Pero a la vez, hay otra serie, aún más querida para mí, y es la que forman Ovidio, Montaigne, Shakespeare, Leopardi, Woolf, Mansfield, Ortiz, Montale, Nabokov, Gracq, Padeletti, Calviño… La lista es larga e injusta.  Creo que lo que más se refleja en mi poesía es la influencia formal de Vera, Schiavetta y Padeletti y la temática de Ovidio y Shakespeare (ambos en traducciones, por supuesto).  ¿Pero quién puede decirlo con certeza?

 

 

 

 

 

*(Santa Fe- Argentina, 1965). Escritor y periodista. Licenciado en filosofía, se desempeña en el diario La Voz del Interior. Publicó en poesía Mudo (2001), Formas de ver el mar (2006) y Confesiones impersonales (2010), además de media decena de obras en prosa.

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