Por Augusto Munaro
Crédito de la foto (izq.) www.vos.lavoz.com.ar /
(der.) UniRío Editora
Memorias de un joven centenario.
Entrevista a Candelaria de Olmos
La provincia argentina de Córdoba tiene la particularidad de contar con una extensa nómina de autores notables. Tal es el caso de Juan Filloy** (1894-2000), escritor de más de cincuenta libros, en lo que se destacan, al menos cinco publicaciones de gran relevancia: Op oloop; Caterva; Estafen!, L`ambigú y Esto fui, la última, una autobiografía que escribió este longevo genio de las letras, al cumplir cien años, en 1994, bajo el sello Lerner. Este notable libro —durante décadas agotado— acaba de ser reeditado, junto con un rico registro fotográfico, a través de la iniciativa de la especialista en la obra de Filloy, Candelaria de Olmos y el profesor José Di Marco, director de la UniRío Editora dependiente de la Secretaría Académica de la UNRC (Universidad Nacional de Río Cuarto, Córdoba). Se trata de un libro autobiográfico referido específicamente a la infancia del escritor cordobés. La nueva edición cuenta con un trabajo minucioso de reconstrucción a través de una marginalia que logra ilustrar, como nunca, no sólo el contexto de una época desaparecida, sino también, la curiosa personalidad que ha tenido este erudito y excéntrico argentino.
Así, Candelaria de Olmos, quien se encuentra dirigiendo la “Colección Filloy” desde hace media década, continúa ampliando un proyecto tan ambicioso como necesario. Ya han sido reeditados: Balumba; Caterva; Urumpta; L`ambigú; Ignitus; Sagesse, y Usaland. Se trata de un valioso emprendimiento cuyo fin es la divulgación de uno de los más grandes escritores de la lengua castellana en ediciones artesanales de cuidada belleza. Estas publicaciones ofrecen por primera vez, una lectura más completa y orgánica de su obra. Es una apuesta positiva, que estimula la reconstrucción del patrimonio literario latinoamericano. Vallejo & Co. tuvo el privilegio de conversar sobre este notable rescate.
Entrevista
Augusto Munaro [AM]: Candelaria, ¿por qué Filloy?, ¿cuándo y cómo fue tu primer acercamiento a este escritor cordobés?
Candelaria de Olmos [CDO]: Tuve la suerte de conocer a Filloy siendo yo muy jovencita, a los 16. Por entonces yo escribía cuentos y vivía en Río Cuarto. Esas dos circunstancias hacían que la cita con Filloy fuera casi obligada pero no segura. Sucede que mi padre y el yerno de Filloy se conocían porque eran ambos abogados. Entonces, mi familia y la de él urdieron el encuentro que tuvo lugar, no en Río Cuarto donde Filloy vivió muchos años y yo también, sino en La Carlota. La excusa fue un asado de esos multitudinarios y ruidosos. Hasta que se sirvió la cena, me dejaron conversando con Filloy en su biblioteca. De alguna manera —ya no recuerdo cómo, pero supongo que también a través de familiares— yo le había hecho llegar un puñado de cuentos. Él me hizo comentarios de todos y cada uno. Los había calificado con notas, en un papelito que todavía conservo como un pequeño tesoro.
Mi encuentro con su literatura fue un poco posterior y no lo recuerdo tan claramente. Tenía algunos de sus libros. Recuerdo haber ido a la presentación de Mujeres y Gentuza, en Río Cuarto, en 1992 y de haberme llevado un ejemplar de Mujeres dedicado. Creo que esa fue la última vez que Filloy estuvo en Río Cuarto y la última que lo vi.
Debo confesar que su literatura no me atraía particularmente. La lectura de Op Oloop en Literatura Argentina II de la Escuela de Letras de la UNC me había resultado tremendamente trabajosa. Y los acercamientos que había hecho por mi cuenta a otros libros suyos también me habían desalentado un poco.
Mi aproximación definitiva a Filloy se produjo cuando me encontré con su correspondencia, primero y con el archivo que conservaba su hija Monique y que le ayudé a ordenar, después. Eso fue entre 2000 y 2002. Filloy acababa de morir. Entonces me di cuenta que lo que ese hombre había hecho, el modo como había construido su literatura, el modo como se había construido a sí mismo, era realmente monumental. El archivo iluminó para mí su figura y su literatura desde una perspectiva nueva, que tal vez la crítica no estaba leyendo.
[AM]: Como directora de la Colección Filloy, ¿qué desafíos debiste afrontar a la hora de querer conformar la colección?
[CDO]: La colección ya existía. Había sido creada en 2014 cuando la editorial de la Universidad Nacional de Río Cuarto era dirigida por Elena Berruti. Ese año se publicó Urumpta, un texto ensayístico aparecido por primera vez en 1977 y que habla de la región de Río Cuarto. Antes, sin embargo, la editorial había publicado otros textos del escritor. La primera vez, en 1992. En ese entonces, no es que no existía la colección, ¡ni siquiera existía la editorial! En los Talleres Gráficos de la UNRC se imprimió una edición facsimilar de Caterva que replica la original de 1938. La misma novela volvió a editarse en 1999, ahora sí en la Editorial de la UNRC. En 2009 se publicó Ignitus, la obra de teatro aparecida por primera vez en 1971 que hace poco ha sido llevada por primera vez a escena por la Comedia Cordobesa. Esa edición tenía un prólogo de Miguel Ángel Tréspidi, un estudio preliminar de Hugo Aguilar que es especialista en Filloy y diseño de tapa de José Luis Ammann.
Recién en 2014, como te digo, se creó la colección que después de Urumpta publicó Sagesse, en 2015. Al año siguiente, José Di Marco, el nuevo director de la editorial, me convocó para dirigir la colección. Entonces propuse que reeditarámos Balumba, que es el primer libro de poemas publicado por Filloy en 1933 y que nunca más había sido reeditado. Los desafíos de dirigir la colección no han sido tantos porque había mucho trabajo hecho por muchas personas que venían pensando y trabajando antes que yo en la editorial y que, por ejemplo, ya habían establecido un vínculo con la hija de Filloy para la cuestión de los derechos. Yo solo he aportado algunas ideas: proponer títulos, incorporar prologuistas y ahora, hacer una edición anotada de Esto fui.
[AM]: José Di Marco ha sido clave en este proyecto.
[CDO]: José Di Marco ha sido clave para la incorporación de una directora de la colección. ¡Por suerte para mí! Todavía me acuerdo el día que me lo pidió. La alegría me duró muchas horas y el entusiasmo me sigue acompañando. Pero hay que insistir en que la colección había sido creada antes de que él empezara a dirigir la editorial en 2015. Hay que decir también que mucha otra gente es clave en este proyecto que demanda trabajos de tipeo, corrección, diseño de interior y tapas, prensa, etc. Daila Prado, Maximiliano Brito, José Luis Ammann, Daniel Ferniot, Carolina Savino, Lara Oviedo participan todos de este proyecto.
[AM]: ¿El orden de aparición de cada título respeta algún motivo en particular?
[CDO]: En realidad, no. El criterio es doble y contradictorio. Por un lado, procuramos no publicar los mismos títulos que ya estaban en circulación —sobre todo mientras El Cuenco de Plata también editó la obra de Filloy— y privilegiar, en cambio, aquellos que ya no se consiguen. Balumba fue, por ejemplo, una apuesta en ese sentido. También Esto fui. Memorias de la infancia que apareció en 1994, cuando Filloy cumplió 100 años y nunca más nadie volvió a publicar. Pero nos parece igualmente importante no desatender aquellos títulos más conocidos. A este otro criterio obedece, por ejemplo, la reciente aparición de Caterva que ha sido acaso una de las novelas más reeditadas de Juan Filloy. En cualquier caso, la decisión de publicar uno u otro título siempre fue consensuada con Monique, la hija de Filloy. Nosotros le llevábamos una o dos propuestas, pero la decisión final era siempre de ella que tenía sus preferencias.
[AM]: Esto fui. Memorias de la infancia, es un libro particular dentro de la obra de Filloy, puesto que es un texto completamente autobiográfico. Un libro que publicó sobre su infancia al cumplir un siglo de vida. Si comparamos la primera edición de 1994, con la presente tuya, las diferencias son notables. Hay un trabajo de investigación y dedicación vinculados a las apostillas del libro, fantásticas. Ayudan profundamente a ahondar y contextualizar toda una época. Sería interesante, en lo posible, te refieras a la metodología de trabajo respecto a la edición de este libro. Imagino que no fue tarea fácil.
[CDO]: No. No fue tarea fácil. La reedición de Esto fui fue un trabajo que nos llevó dos años entre transcripción, anotación, corrección y diseño de interior y tapa. Las dos primeras fueron tareas que asumí yo. La corrección corrió por cuenta de Daila Prado que hizo como siempre un trabajo impecable, mientras que el diseño de interior, estuvo a cargo de Maximiliano Brito que trabajó arduamente para que los comentarios tuvieran la forma de marginalias y no de notas al pie que son tan incómodas y que pertenecen más bien a un tipo de registro académico. José Luis Ammann hizo el diseño de tapa y le dimos la intervención plástica a Ileana Gonella. Como decís, las diferencias con la primera edición son muy notables. No sólo por las marginalias o apostillas, sino también porque la edición que hizo Editorial Lerner tenía muchos errores. No sé cómo fue la cocina de ese libro, pero da la impresión de que no hubiera habido corrector, como si hubiera sido un libro publicado un poco a las apuradas, quizás para llegar con ejemplares a los 100 años del autor.
En cuanto a las marginalias esa fue una idea mía que, por suerte, Monique y José Di Marco aceptaron. Filloy ofrece mucha y muy entrañable información de su infancia en este libro que tiene un tono nostálgico, tierno. Mis exploraciones en su archivo personal, especialmente en su correspondencia, me permitían completar esa información. No pude resistirme a la tentación y entonces me permití intervenir el texto compartiendo algunos datos sobre su vida, sobre su obra, pero también sobre el barrio y la ciudad de su infancia. Procuré no repetir información que ya Ariel Magnus hubiera aportado en la monumental y muy documentada biografía que ha escrito sobre Filloy. No estoy segura de haberlo logrado. Mi fuente, en todo, caso, fue mi propia tesis doctoral que, siendo sobre la trayectoria y la obra temprana del escritor, me llevó a consultar mucha bibliografía pero, sobre todo, muchas fuentes documentales.
[AM]: Me gusta este libro, porque si bien estábamos acostumbrados a conocer a Filloy siempre adulto, o ya anciano, aquí no. La lectura de Esto fui en particular implica imaginarlo muy joven. ¿Qué otros aspectos de originalidad presenta este libro en particular?
[CDO]: Creo que ese es el primero: el escritor centenario que de pronto nos muestra su faceta de niño y de niño nacido en un entorno que no hacía prever la trayectoria que después trazó: el hijo de inmigrantes, almaceneros analfabetos, devenido escritor. La afanosa obstinación con que Filloy se construyó a sí mismo es realmente admirable. A mí no deja de sorprenderme y de inspirarme un enorme respeto. Hasta qué punto su origen social era desfavorable es algo que aparece en este libro.
Otro aspecto valioso de Esto fui es que nos muestra una ciudad ya desaparecida. Él dice que no narrará nada que se salga de los límites de su infancia y de barrio General Paz, que es el barrio donde esa infancia transcurre. Y realmente cumple su promesa. El barrio, que era un barrio periférico, un barrio-pueblo, como se los llamaba, casi rural, aparece con visos de arcadia. Es un mundo desaparecido que no está mal visitar. Filloy ofrece una ventanita para eso.
El resto de la originalidad del libro está en el trabajo de edición: las marginalias (no sé si está bien que yo lo diga), la tapa donde Ileana Gonella representó justamente el barrio y el almacén La Abundancia que los papás de Filloy tenían en la esquina de Ovidio Lagos y Sarmiento; el río Suquía frecuentado por Filloy-niño; las imágenes que reprodujimos al interior, etc.
[AM]: También cuenta con un material fotográfico maravilloso. ¿Cómo fue esa selección de imágenes?
[CDO]: Ah… salí a pescarlas por aquí y por allá; por archivos personales e institucionales. La idea era que, ya que Filloy se nos muestra como nunca lo vimos en este libro (como un niño que juega y hace travesuras de niño), que las imágenes también nos dieran un Filloy casi inédito. La primera pesquisa empezó en casa de Monique. En la edición de Lerner hay una fotografía escolar tomada por Martin Henin que era uno de los fotógrafos más conocidos de la Córdoba de principios XX, en la que Filloy aparece, sonriendo, con sus compañeritos de primero inferior. En el libro, Filloy asegura que esa es la única fotografía que se conserva de su infancia. La idea era volver a reproducir esa foto y un plano de barrio General Paz trazado por el propio Filloy que también estaba en la edición de Lerner. Lamentablemente no dimos ni con la foto ni con ese plano. Me gustaría decir que ese resultado negativo siguió a una búsqueda afanosa, pero lo cierto es que Monique estaba cansada, con unas legítimas pocas ganas de bucear en los papeles de su papá. “Lo cuidé en vida y lo sigo cuidando después de muerto”, me dijo. Poco después, ella también murió, lo cual me produjo una pena enorme.
Por suerte dimos con otro plano de General Paz también trazado por Filloy, con referencias muy prolijas de los espacios que él más frecuentaba de niño y de joven y que aparecen una y otra vez en el libro. Pero a mí me quedaron las ganas de la fotografía de infancia. Como, a creer en la afirmación de Filloy, no habría otras, salí a buscar, aunque más no fuera, fotografías de su juventud.
En esto fue de muchísima ayuda Silvia Gómez Zaffini, que es nieta de uno de los amigos entrañables que Filloy menciona en Esto fui, Ernesto Gaspar Zaffini, un claqueur del teatro San Martín que lo inició en la ópera. Silvia me dio una foto preciosa de Ernesto y Filloy jóvenes, en el parque Sarmiento de Córdoba y otra más hermosa de Filloy en traje de baño, con las piernas un poco separadas y los brazos en jarra. Es una imagen muy hermosa porque Ernesto recortó la silueta del amigo y la pegó en un álbum. Debajo de los pies de Filloy dibujó las onditas de un río.
También me ayudó Claudio Filloy que es sobrino nieto del escritor. Él me dio fotos hermosas de Filloy con su padre en Tandil y también en Temuco, durante un viaje que los dos hacen a Chile en los años 30. Son fotos muy valiosas, no solo porque vemos a un Filloy joven y jocoso (vestido con un poncho y haciendo pasos de baile), sino porque lo vemos junto a su padre del que casi no se conocen imágenes y que es una figura tan importante, tan venerada —junto a la de su madre— en el mismísimo Esto fui.
La Biblioteca Popular Vélez Sarsfield, a través de otra estudiosa de Filloy que es Valentina Cervi, me dio fotos de Filloy mientras fue bibliotecario de esa institución y también de su hermano Manuel que colaboró en muchas tareas de la biblioteca. Me dio además fotos de la biblioteca y de la plaza tal como eran cuando Filloy las frecuentaba.
Finalmente, en esta empresa de mostrar la ciudad y el barrio que Filloy recrea en sus memorias me ayudó muchísimo María Cristina Boixadós que es una especialista en fotografía histórica. Ella me dio muchas fotografías de la Córdoba de principios del siglo XX a la que Filloy alude. Son fotografías muy impactantes que nos permiten acceder visualmente a ese pasado por momentos tan ajeno que Filloy evoca con tanta nostalgia.
[AM]: Su autorretrato en traje de baño que incorpora tu edición, es inquietante. Revela, además, a un Filloy que era, además, un pintor experimentado. ¿Cómo te enteraste de la existencia de esta acuarela?
[CDO]: Bueno, la búsqueda de imágenes terminó donde hace muchos años (casi veinte) comenzó mi pesquisa sobre Filloy: en el Archivo Histórico Municipal de Río Cuarto donde se conserva toda su correspondencia. Yo quería incluir algunas cartas que menciono en algunas de las apostillas: de su padre, que revelan su escasa alfabetización; de su hermano Benito que dan cuenta del vínculo que los unía pero que además suelen tener un membrete muy lindo del almacén de ramos generales que los Filloy tuvieron en la calle Rivadavia de Córdoba y del cual Juan participaba en calidad de socio comanditario; de su sobrino Ulises Cremer que es el único en la familia con inclinaciones intelectuales como él, etc. Buscando esas cartas que yo ya sabía que existían me encontré con ese autorretrato con el que nunca antes había tropezado y que revela no solo al Filloy dibujante —que lo era y muy bueno— sino también al Filloy nadador. Dibujo y natación eran dos pasiones de Filloy. En Esto fui y en varias entrevistas él cuenta cómo lo fascinaba mirar el trabajo de un letrista que había en el barrio y en varias entrevistas dice que aprendió a dibujar mirando las revistas que su padre compraba para los clientes del almacén. Alguna vez dijo que su vocación primera fue esa: el dibujo, pero que como no podía ir a una academia a perfeccionarse, se decidió por la literatura. Su pasión por el dibujo está ahí: en ese autorretrato, pero también en el álbum que le regaló al Club Talleres en 1923 y donde dibujó a los jugadores de fútbol de gira por Chile y en algunos cuadernos de la Biblioteca Popular Vélez Sarsfield y en los miles de retratos que hace unos años su hija encontró en la casa de La Carlota y en la caricatura de un aviador desconocido que también pertenecía a la colección de Zaffini y que su nieta nos cedió. Era un gran caricaturista. Para todo lo demás, elegía los motivos propios del art nouveau. En cuanto a la natación es sabido que una de las primeras cosas que hizo al llegar a Río Cuarto fue frecuentar una pileta que se conocía como “Los baños de Carbonell”.
[AM]: Tu edición incorpora, además, textos inéditos.
[CDO]: Ese fue otro hallazgo fortuito y feliz. Buscando aquella fotografía de infancia de la que te hablé, encontramos con Monique un sobre que decía “para incorporar a textos ya editados”. Allí había muchos fragmentos de textos mecanografiados en varias copias y sujetos con ganchitos. En los márgenes, Filloy había indicado para cuál de sus libros era cada texto, lo que hace pensar que nunca dejaba de trabajar en sus libros, ni aun después de publicados. Entre esos papeles había unos que correspondían a Esto fui y que tienen el tono anecdótico de todo el libro: una loa al peine fino para quitar los piojos de la infancia, un relato sobre las estrategias con que su hermano vendía vasos supuestamente irrompibles a la clientela del almacén de su padre, etc. Con autorización de Monique, incluimos esos textos al final del libro. Creo que eso también lo enriquece y marca una diferencia con la primera edición.
[AM]: Por cierto, ¿por qué pensás que en Hispanoamérica haya tan pocos relatos autobiográficos?, ¿cuál será la razón? En verdad llama poderosamente la atención. Más allá del caso de Sarmiento, o algunos autores de la generación del 80 (Groussac, Cané, sin ir más lejos); no hay casi nada. ¡Curioso!
[CDO]: No sé si hay tan pocos. Más bien diría que hay una profusión de relatos autobiográficos: memorias, correspondencia, autobiografías propiamente dichas. Ahí están, como decís, Sarmiento, Groussac, Cané, pero también personajes tan extraños como Manuel Baigorria, Mariquita Sánchez de Thompson, Manuela Gorriti. Y eso por hablar solo del siglo XIX y solo de Argentina. Pero yo no soy una especialista en literatura autobiográfica y mucho menos en literatura hispanoamericana. Por eso, para el estudio preliminar que incluimos en el libro me apoyé bastante en quienes sí saben de esas cosas. Especialmente en el estudio de Sylvia Molloy y en el ya clásico de Adolfo Prieto. Lo que dice Molloy y que me parece una observación muy interesante es que en las autobiografías hispanoamericanas falta casi siempre el relato de la infancia: el relato de la infancia se saltea, se pasa por alto. En los hombres del siglo XIX eso es comprensible: hay cierto apuro por llegar a la adultez y a la figura del hombre público que es la que se quiere exaltar, pero después pareciera que esa omisión quedara como un vicio del género en la región. Por supuesto hay excepciones. Filloy es la excepción de la excepción. Una rareza: escribe unas memorias que solo hablan de la infancia. Como otras veces, elude la figura del hombre público, de lo público y, tal vez, como dice José Di Marco, introduce una fisura en la matriz racionalista-iluminista para la cual la infancia no se narra porque no existe tal cosa: el niño, allí, es un hombre que aún no ha madurado.
[AM]: A través de los años, tu amistad con la hija de Don Juan, Monique Filloy, figura clave para este proyecto, no se quedó atrás en anécdotas. Contame alguna de ellas, respecto a los libros que fueron reeditando y publicando con el tiempo.
[CDO]: Mi relación con Monique se tendió mucho antes de trabajar en la colección. Empezó un año después del fallecimiento de Juan Filloy cuando ella me pidió que la ayudara a ordenar su archivo. Yo ya había estado trabajando en la correspondencia de Filloy. Trabajar con Monique fue encontrarme con los originales de sus obras y otros papeles personales igualmente interesantes. Trabajamos muchos meses ordenando, inventariando, clasificando. Tareas propiamente archivísticas. Ella me dijo después que la ayuda que había necesitado había sido más emocional que intelectual: no podía enfrentarse sola al archivo de su padre. Igualmente, me pagó ese trabajo. “Es lo que mi padre hubiera querido”, me dijo. Y agregó que Juan siempre protestaba de que el trabajo intelectual no fuera bien remunerado o no fuera remunerado en absoluto, como le había pasado a él muchas veces. Las anécdotas más entrañables que tengo con Monique datan de esa época, muy anterior a la edición de los libros de la colección. En ese entonces, las dos éramos muy fumadoras. Mientras movíamos papeles fumábamos como murciélagos. Un día entró el hijo menor de Monique y nos preguntó cómo es que fumábamos en medio de tantos papeles que eran nada menos que los papeles de Juan Filloy. Yo después me lo he preguntado con el mismo azoro. Más tarde aprendí algunas cosas sobre el tratamiento de archivos personales, entre ellas que no se fuma mientras una está trabajando con ellos.
Otra cosa que recuerdo es que cuando estábamos terminando ese trabajo yo estaba terminando también una relación amorosa. Mi confianza con Monique no llegaba a tanto como para contarle mi tristeza, pero ella la advirtió y tarde a tarde me preguntaba qué me pasaba. Uno de los últimos libros que hemos publicado en la colección, Papeles sueltos, apareció en 2017 en una coedición con la Universidad Nacional de Córdoba. También para ese entonces yo estaba pasando por una situación un poco difícil. Ella volvió a darse cuenta y la tarde que fuimos a firmar el contrato no paraba de ofrecerme palabras de alivio. Monique tenía una sensibilidad muy especial. No sé si la nuestra llegó a ser una amistad, pero sí un vínculo de afecto a veces interrumpido por circunstancias de la vida. Ha sido muy generosa con la editorial. Siempre que su salud no la traicionara, nos recibía con los brazos abiertos.
[AM]: Un detalle que encuentro atrayente, es el trabajo de las ilustraciones de tapa de Esto fui, y que se encuentra también en los otros títulos de la colección. Están intervenidas manualmente por diferentes artistas, haciendo cada tomo un objeto de arte en sí mismo. Notable y singular elección.
[CDO]: Sí. El trabajo con las tapas es toda una apuesta que la colección viene sosteniendo desde antes que yo la dirija. La consigna es que cada título tenga una tapa diferente. En realidad, que cada ejemplar tenga una tapa diferente. Cada vez que vamos a sacar un libro le pedimos a un artista plástico local, es decir, de Río Cuarto, que diseñe una tapa. El diseño debe hacerse sobre un retrato de Juan Filloy que hizo Franklin Arregui Cano que fue amigo de él y director del Museo Municipal de Bellas Artes de la ciudad, fundado por Filloy en 1933. Ahora bien, una vez hecho el diseño de tapa, le pedimos al artista que haga pequeñas variaciones de modo que ninguna tapa sea igual a otra. Las tapas se imprimen con el título, el exlibris original de Juan Filloy, el texto de la contratapa, las solapas, el retrato de Arregui Cano que es apenas una silueta y se le entregan al artista que las hace, a mano, una por una. De este modo, cada ejemplar de una tirada de trescientos o quinientos libros es único. Hasta ahora, los artistas plásticos que han intervenido las tapas son: Sergio Villar, Guillermo Mena, Magalú, Ileana Gonella, Gastón Liberto, Ernesto Cerdá y Jimena Mateo.
[AM]: Hermosa idea, además, incorporar el exlibris original como sello del autor. ¿Fue tuya esa idea?
[CDO]: Filloy que era un amante de las letras (de las letras en el sentido literal y material del término: de la caligrafía, de las formas de las letras) tenía un exlibris precioso, diseñado por él, que usó en muchos de sus libros, especialmente en los que editó, a partir de la década del 70 con la imprenta riocuartense de los Hermanos Macció. Las tapas de esos libros solo llevaban su exlibris. Lo único que variaba de un título a otro era el color de fondo. La idea de incorporar ese exlibris no fue mía. Ya la editorial lo venía haciendo antes de que yo asumiera la dirección de la colección. La que sí fue idea mía fue incorporar un prólogo para cada libro. Y así como las tapas les son encargadas a artistas de Río Cuarto, los prólogos son encomendados a estudiosas y/o escritoras mujeres, especialistas en Filloy o en literatura argentina. Filloy era por momentos un poco misógino. Una misoginia de época, más colectiva que individual, atribuible a lo que era pensable y decible en un momento determinado acerca de las mujeres por parte de los varones. En alguna ocasión se le fue un poco la mano, sin embargo, y se permitió decir que admitir el voto femenino era como torcer el trayecto del sol para iluminar a los pingüinos en la Antártida: o sea, algo antinatural.
Así que se merece que seamos las mujeres, ahora, las que digamos algo de él y su literatura. Y esa sí ha sido una decisión mía que José Di Marco ha apoyado favorablemente y que es un poco inamovible. Hasta ahora, han aparecido: Balumba con prólogo mío; Usaland con prólogo de Gabriela Milone que es especialista en poesía; Caterva, con prólogo de Andrea Bocco, especialista en literatura argentina; L’ambigú, con prólogo de Daila Prado que es escritora y Esto fui con prólogo mío, otra vez.
[AM]: Su vida, la de Filloy, por cierto una vida larga, cuenta con momentos y eventos interesantes. A mí siempre me llamó la atención el siguiente hecho. Una vez cuando Borges estuvo por Córdoba, pidió ir a visitar a Filloy. Es decir, no fue al revés. Borges guardaba un respeto notable por Don Juan. ¡Qué increíble habrá sido ese encuentro!
[CDO]: Bueno. No conocía esa anécdota. No sabía que Borges hubiera pedido visitar a Filloy. Me gusta pensar que fue así. Las anécdotas más conocidas del vínculo Borges-Filloy o Filloy-Borges son dos. Una pretende que Filloy le mandó un ejemplar de Estafen a Borges tal como hacía con todos sus libros en la década del 30 e incluso después. Parece que unos meses más tarde, Filloy encuentra el ejemplar que le había enviado a Borges en una librería de usados de la calle Corrientes de Buenos Aires. La anécdota, que ha sido muchas veces narrada (por escrito lo ha hecho Gerardo Tipitto en la colección de literatura argentina dirigida por David Viñas) pretende que Filloy compró el libro y volvió a enviárselo a Borges. La dedicatoria original decía algo así como “Con afecto para Borges”. Para el segundo envío, Filloy habría redoblado la apuesta y habría escrito: “Con renovado afecto para Borges”.
La segunda anécdota dice que alguna vez Borges dijo de Filloy que este era un escritor que creía que se podía ser original en literatura. Es una afirmación verosímil: concuerda con la poética borgeana según la cual todo ya ha sido dicho y solo nos resta reescribir y con la poética de Filloy que, efectivamente, persigue la originalidad reconocida por muchos de sus lectores. Años más tarde —y según pretenden algunos en respuesta a esa apreciación— Filloy dijo que Borges era un escritor al que le faltaba quilombo. Esta segunda afirmación —también verosímil por no decir acertada— sale del rumor y ha quedado asentada en la entrevista que Ricardo Zelarayán, de paso por Río Cuarto, le hizo a Filloy para el diario Clarín, en 1975. Antes o después de ese evento, Borges estuvo en Río Cuarto para dictar una conferencia en el Centro Comercial. Por supuesto que Filloy fue. Hay una foto que los muestra conversando muy animadamente.
[AM]: Siempre me gustó la relación entre la obra de Filloy con la de Arturo Cancela, otro autor bastante particular y algo desdeñado. Si tomamos Historia Funambulesca del profesor Landormy (1942) y la comparamos con Caterva (1937), tal vez, la novela más reconocida de Filloy, creo que hay muchos puntos de convergencia. Por ejemplo, cierta erudición y una zona siempre abierta a lo lúdico; el sensibilísimo sentido del humor. Algo bastante atípico para entonces.
[CDO]: Bueno, sería una semejanza a explorar. Me interesa mucho esto que decís porque permitiría conectar la literatura de Juan Filloy, especialmente sus libros de los 30, con otras apuestas narrativas diferentes a las que ya se han señalado (las semejanzas de Filloy con Marechal, por ejemplo) y que acaban por hacer de Filloy un precursor de escritores que después lo habrían imitado más o menos secretamente. Esto que decís permitiría pensar semejanzas de época entre escritores un poco periféricos. José Di Marco me recuerda que Arturo Cancela era peronista. A Filloy le hubieran sorprendido estas aproximaciones con escritores peronistas… él que era tan antiperonista.
[AM]: Estilísticamente en Filloy, ¿qué es lo que más te atrapa de su propuesta narrativa?, ¿por qué?
[CDO]: Yo debo admitir —insisto en esto— que lo que más me atrapa de Filloy no es tanto su literatura como el personaje que él construyó de sí mismo. Yo ingresé a Filloy no por sus libros, sino por su archivo. La manera laboriosa como él supo construir su trayectoria literaria viniendo del lugar desde el cual venía, es decir, teniendo tan pocos recursos de todo tipo (culturales, económicos, simbólicos) me ha resultado siempre admirable. El modo como logró instalarse en un lugar periférico del campo literario y liderar desde ahí acciones culturales de toda clase me parece formidable y creo que dice algo distinto del escritor tímido, marginal, apartado que hemos querido imaginar en él.
No puedo dejar de leer su literatura en esa clave: las contradicciones entre lo culto y lo soez, la vanguardia y el modernismo, la erudición y la divulgación, el pensamiento de izquierda y el de derecha que pueden advertirse en sus textos suponen una provocación al lector que no podía pasar desapercibida, que debía llamar la atención y ayudarlo a instalarse en el ámbito de la literatura y la cultura. Suponen también un amplio dominio de vastos saberes que él alcanzó casi todas las veces por cuenta propia, sin ayuda de terceros. Era un autodidacta impresionante.
[AM]: ¿Por qué debemos leerlo a don Juan?
[CDO]: No sé si es una obligación. Debería ser un placer, no algo que debamos hacer. Susana Dillon, una escritora riocuartense que había sido su amiga, decía que la literatura de Filloy no enamora. Eso dificultaría un poco el placer. Hay, sin embargo, muchos lectores enamorados de esa literatura. Fieles y muy fanáticos admiradores, de esos enamorados a primera vista y para siempre que rastrean sus libros, que se alegran con los que van apareciendo en la colección. A veces me gusta pensar que en UniRío trabajamos para ellos. Pero también para los que no lo leyeron nunca. Y para aquellos que, como yo, lo estudiamos mientras lo leemos. Me gusta pensar que trabajamos también para prolongar el trabajo del propio Filloy que tantos esfuerzos hizo para divulgar su producción literaria. Acaso la literatura de Filloy no enamora, pero seduce. Seduce su erudición, su complejidad narrativa, sus personajes imprevistos e imprevisibles, sus desenlaces siempre un poco dramáticos como de tragedia griega, sus juegos con el lenguaje, sus ensayos con el erotismo, su experimentación con las formas… y ahora también sus recuerdos de niño.
[AM]: ¿Cuáles serán los próximos títulos que sacará UniRío Editora?
[CDO]: Tenemos planes de reeditar dos novelas ya clásicas: Estafen!, de 1932 y Op Oloop, de 1934. Son novelas que ya han aparecido con otros sellos, pero nos parece importante que estén en el de UniRío. Sigue en carpeta el anhelado deseo de publicar algún texto inédito cosa que ya hemos hecho en la Colección Liberalibro (de distribución gratuita) donde aparecieron “Diatriba contra el fútbol de hoy”, una conferencia que Monique cedió para esa colección y “Teatro griego” que, aunque no era inédito, era prácticamente desconocido: se trata de una conferencia de 1925 publicada en forma de opúsculo por el desaparecido diario El Pueblo de Río Cuarto, ese mismo año. La dificultad con otros inéditos de más larga inspiración es que algunos son textos en proceso y muy misceláneos según un estilo muy propio de Filloy, lo cual dificultaría su edición. Pero no abandonamos la esperanza. Ni esta ni otras. Al contrario: en tiempos tan difíciles para las editoriales medianas y pequeñas y para las universidades públicas en Argentina, a las esperanzas, las redoblamos.
*(Argentina). Editora. Doctora en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), en donde se desempeña como profesora de Teoría Literaria, Semiótica y Análisis del discurso. Ha publicado artículos en revistas especializadas y de divulgación referidos a cine, literatura argentina y fondos documentales. Investiga sobre la obra de Juan Filloy desde el año 2000. Dirige la colección Juan Filloy, de UniRío, la editorial de la Universidad Nacional de Río Cuarto (Argentina) desde el año 2016. En el año 2006 publicó “Filloy en tres tiempos. Correspondencia en torno a Balumba” y en el año 2016, “El amigo de Juan Filloy. Correspondencia con Ernesto Montes i Bradley”. Actualmente tiene en prensa “La zorra, la cigarra y el mono: tres fábulas para leer a Juan Filloy”.