Vallejo & Co. rescata esta entrevista realizada por Fredy Yezzed al reconocido poeta peruano Antonio Cisneros (1942-2012), realizada a propósito de la visita de Cisneros al XIII Festival Internacional de Poesía de Bogotá, en aquella ciudad en agosto de 2005, hace poco más de diez años. Evento en el que fue ovacionado por los asistentes.
Hace pocos días se cumplieron tres años del sensible fallecimiento del poeta, por lo que en Vallejo & Co. queremos que esta entrevista sirva a modo de homenaje.
Por: Fredy Yezzed*
Crédito de la foto: La Tercera
Antonio Cisneros: los poetas nacen, no se hacen
(i.m.)
En el XIII Festival Internacional de Poesía de Bogotá que se llevó a cabo en mayo de 2005, tuvimos el gusto de tener a uno de los poetas más celebrados del momento, el peruano Antonio Cisneros (1942), quien ha recibido en los últimos años el reconocimiento a su obra otorgándosele el Premio Interamericano de Cultura “Gabriela Mistral” en el año 2000 y el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso en el año 2004. Sus versos sobresalen por insertar en la poesía moderna latinoamericana el coloquialismo a través de la ironía, un tono contestatario y un aliento desacralizador del hombre y la historia. De Cisneros dice el poeta mexicano David Huerta en el prólogo de Por la noche los gatos reimpreso en el 2004 por el Fondo de Cultura Económica: “La poesía de Cisneros no es únicamente peruana: es parte de la cultura latinoamericana en general. Está recorrida de extremo a extremo por un fervor extraordinario que se vierte por distintos cauces y en diversas formas: el poema amoroso, el texto histórico, la indagación documentada del pasado a la que la poesía presta generosamente sus moldes”. Con este preámbulo sobre la obra de Cisneros, damos comienzo a la entrevista concedida por el peruano en el Hotel Bacatá el último día de su estadía en la ciudad, donde charlamos de culinaria, fútbol, el Quijote, sus hábitos de escritura, su vida, su poesía y otros poetas peruanos.
— ¿Cómo le ha parecido el Festival de Poesía de Bogotá?
— Muy bien. Un buen encuentro de poetas. Estos siempre son muy entretenidos, porque no son reuniones académicas donde se leen ponencias. Son lo que son. Se lee poesía. Y además no son sólo de comité, sino son para comunicarse con el público; una cosa abierta. A veces los académicos y los novelistas creen que los festivales son demasiado placenteros; yo pienso que así deben ser: divertidos y comunicadores.
— Antonio, lo reseñan como amante de la cocina. Culinaria y poesía, ¿qué me puede decir de esa relación?
— Yo sé que sería bonito establecer una relación entre una y la otra, pero yo soy sumamente realista; yo soy cocinero, me gusta comer, enterarme de las cocinas del mundo, pedir recetas, leer libros, escribir eventualmente crónicas sobre cocina; pero no lo relaciono con poesía. Eso es otra cosa. Otra forma de sabrosura. Finalmente la cocina es un relajo, un divertimento ¿no? Y la poesía no. La poesía es difícil, muy dura; en la medida en que el objeto y el sujeto de tu propia poesía eres tú mismo, el autor, y eso es desagrador.
Claro, también me preguntan cómo se relaciona poesía y fútbol; y no. Son cosas aparte. Tengo mi vida muy esquizofrénicamente medida. Una cosa es la poesía. Una cosa es la cocina. Una cosa es el fútbol. Otra el periodismo. Ahora, mira, la primera vez que salí del Perú, tenía 17 años y vine aquí, a Medellín; y no vine a ningún encuentro de escritores. Yo era de la selección juvenil del Perú, y le metimos 4-0 a los colombianos —me mira al rostro y se ríe a sus anchas.
— ¿De qué jugaba?
— Volante izquierdo, en esa época no había líneas medias.
— Y a cuál equipo le va…?
— Sporting Cristal —dice con fuerza, alza un poco el brazo derecho y extiende la palma— ¡La Celeste eterna!
— Camus una vez dijo que lo que aprendió de los hombres, lo aprendió del fútbol. Usted, ¿qué dice?
— No del fútbol, pero sí lo aprendí del barrio; y el fútbol es barrio. Claro, ésa es la diferencia con otros intelectuales, que son los que yo llamo “palomillas de ventana”, los que miraban a los demás chicos jugar fútbol y ellos nunca bajaban a jugar. Yo soy un viejo muchacho de barrio —y agrega mientras arroja una bocanada de humo— bueno, Camus fue portero de la selección de Argelia ¿no?
— ¿Qué libro rescataría usted de las cenizas del olvido?
— Ninguno, los libros que se olvidan es porque no sirven.
— ¿Qué libro está leyendo en este momento?
— Acabo de terminar de leer un libro que se llama El gourmet. Es la novela de un chino; de padre chino y madre inglesa; de Hong Kong. Un hombre de mi edad: unos 60 años. De algún modo, es la historia de China de los últimos 40 años, a través de dos personajes: uno, un cocinero del montón y otro, un hombre que tenía fama de gourmet refinado. Entonces, todo está basado en el odio que le tiene el cocinero marmitón al gran chef. Dicho así, es muy bueno, muy inteligente porque pasa toda la historia de China por allí; lucha de clases entre dos cocineros.
— Una pregunta ahí, ya que usted habla de los malos ambientes en este oficio de la cocina, hay una cita de una norteamericana que dice: “amo el arte, pero odio el mundo del arte”, ¿qué me dice de eso?
— Supongo que se refiere a que detesta el mundo de los mercaderes de arte, de las exposiciones, los autobombos, los críticos; no creo que a nadie le guste, en ese caso, el mundo del arte —ríe jocosamente.
— En este año se celebran los 400 años de la publicación de la primera parte del Quijote. ¿Cómo fue su acercamiento al libro de Cervantes?
— ¡Como todo muchacho, por obligación! O tu crees que hay algún niño normal que diga —dice con sarcasmo— ¡Ay, quiero leer el Quijote! Después te das cuenta de los valores maravillosos que tiene: el manejo del idioma, la riqueza de mundos que fabrica. Pero normalmente esas cosas empiezan por obligación.
— La pregunta clásica es qué le gusta de El Quijote; yo le pregunto ¿qué no le gusta de El Quijote?
— Es… —duda varios segundos y exclama— ¡Es un libro casi perfecto! Te iba a decir porque es muy largo; pero, no, porque cuando se acaba, te da pena que se acabe. Es un libro redondo.
— El poeta Henry Luque Muñoz dice que la tristeza es de los payasos y de los poetas; Joyce, que el arte es necesariamente triste, y Dostoievski, en Diario de un escritor dice que la novela más triste es El Quijote. Usted ¿dónde percibe esa tristeza?
— Bueno, de algún modo la figura del Quijote mismo, de Alonso Quijano, tiene esa cosa tristona, que te enternece, ¿no cierto? Un hombre alucinado, fuera de sí. Que sostiene los grandes valores de las novelas de caballería cuando ya no son tiempos de las novelas de caballería; el hombre que está enamorado de una porqueriza, que él cree que es Dulcinea; o cuando lucha con los molinos de viento cuando cree que son gigantes. Yo no hablaría de tristeza, más bien de una locura melancólica. A mí no me parece un libro triste.
— Maestro, he tenido el placer de conocer la poesía de tres peruanos… me gustaría que usted me hablara de ellos: Emilio Adolfo Westphalen
— ¡Gran poeta! —dice con convicción—. Yo lo conocí mucho. Es de los grandes de esta vanguardia peruana que viene desde Vallejo hasta los comienzos de los años cincuenta; una de las importantes del idioma castellano. Westphalen escribió muy poco. Yo trabajé a su lado, él dirigía una importante revista llamada Amaru; y yo era su joven secretario de redacción. Emilio Adolfo tendría unos 40 años y yo unos 20, bueno tal vez él más, unos 45, 50. Él siempre me tuvo especial cariño porque tuvo dos hijas y no tuvo hijo hombre. Recuerdo que pasaba todas las mañanas a buscarme para ir a su trabajo en su Jaguar, tenía un Jaguar. Cuando él era agregado cultural en México pasé e hice una escala de visita, pues iba para California, y total me quedé dos meses porque no me dejaba ir de su casa. Fue muy especial. La gente le tenía mucho miedo porque era muy parco, muy seco y casi ni hablaba, pero yo conocí al otro Emilio Adolfo: un hombre tierno, tímido y muy culto. Se ha muerto a los ochenta y tantos…
— Una de las damas de la poesía latinoamericana, la poeta de Canto villano.
— ¡Blanca Varela! Una de las mejores poetas del idioma. Ejerce un gran magisterio sobre las poetas y en general. En este caso no se trata de temáticas, ni reivindicaciones feministas; se trata de poesía en sí misma.
— José Watanabe.
—Pepe Watanabe. Muchacho dos años menor que yo. Es un magnífico poeta, un miniaturista casi. Una poesía muy transparente, serena, reposada; muy bien escrita. En general, no aparece arrebatada por mayores inquietudes, ni dinamismos. Hay una contemplación casi de budismo zen, tal vez se deba a sus ancestros japoneses.
— ¿Qué poeta peruano de los jóvenes me recomienda?
— No, yo no recomiendo —dice con severidad—. La verdad es que no me interesa saber qué hay de nuevo. Hay buenos poetas. En general, América Latina ha tenido muchos buenos poetas, lo que pasa es que en la primera juventud son cientos, miles en todo el continente; la vida real dirá cuántos quedan a mitad de carrera, después se puede hablar, ahora me parece muy aventurado. Y a veces te basas en simpatías porque has conocido la obra de éste y no la del otro, porque hay una cosita que te interesó de éste y no del otro. Tienen que crecer. La poesía es muy graciosa cuando eres muchacho, luego es muy difícil, tienes que estar décadas y décadas hecho un idiota haciendo versitos.
— Maestro, la ironía en su poesía. Encontré esta cita de Jacinto Benavente, dice: “La ironía es una tristeza que no puede llorar y sonríe”. ¿Podría decir lo mismo de la ironía en su poesía?
— No sé si es así como lo pensaba el buen Jacinto Benavente, pero en todo caso, yo creo que la ironía es la negación de la solemnidad; y la solemnidad es una cosa tonta. La ironía es una forma de distanciarte; ahora, la principal ironía es en la que te ríes de ti mismo, yo no conozco a nadie que pretenda tener humor si no se ríe de él mismo. La ironía es una distancia, es una visión crítica y sobre todo le echas agua al caldo de la solemnidad.
— La pregunta más clásica, ¿por qué empezó a escribir poesía?
— Eso no lo sé. No recuerdo en ningún momento de mi vida “dónde empecé”. Lo que si puedo decirte es que desde niño escribía mucho: escribía poesía, novelas y obras de teatro; estaba convencido de que tenía que llenar el mundo con mi literatura. Ahora, ya como quien dice, con conciencia; la primera conciencia viene cuando tienes público. Eso de que escribes para ti mismo no, no; tienes que tener público.
Yo escribía de adolescente. Escribía clandestinamente porque imagínate: un muchacho de barrio escribiendo mariconadas —dice casi soltando la carcajada y con picardía—, escribía a escondidas, eso lo veían mal, imagínate, estos pueblos machistas latinoamericanos donde todo funcionaba a carajos y a patadas ¡y escribiendo versos! —dice en tono irónico—. Después entré a la universidad; ahí por primera vez me di cuenta que esas “chifladuras” que eran parte de mi vida, que era escribir y escribir, existían, eran reconocidas, se decía “poeta”, se hablaba de “lecturas de poesía”, había “público”, había “revisticas universitarias” para publicar poemas, había pequeñas colecciones; entonces, sin darme cuenta cómo ni cuándo me fui embarcando en este oficio, que es una de mis razones de ser. No sé cómo empezó y no sé cómo va a terminar.
— Alguna mujer, por ahí, como pretexto para escribir…
— Nunca he sido tan canalla de enamorarlas con poesía.
— De tus hábitos de escritura, escribes a alguna hora determinada o el relámpago de la poesía…
— A la poesía es muy difícil armarle un sistema de disciplina como puedes armarlo en la narrativa. A la narrativa puedes ponerle un horario de oficina; en cambio, la poesía es por rachas, rachas cuando estás inspirado realmente. La inspiración, una cosa que llega sin pedir permiso, se instala y te dura una, dos o tres semanas y así como vino, ¡se va! Cuando viene, lo mejor es hacerle caso y no decirle que no, ahora no, estoy ocupado… Sí, la inspiración insiste e insiste y si no, después se resiente, se ofende y se va…
Yo, en general, para trabajar no sólo poesía, pues trabajo mucho crónicas periodísticas, trabajo de día, tengo mi horario de empleado bancario: a las 3 de la tarde cierro la oficina. Conozco mucha gente que trabaja de noche; yo no, con la luz del día, fresco y rápidamente me aburro. A las 3 de la tarde ya no trabajo más.
Pero claro, como te digo, la poesía depende mucho de momentos; en la prosa es distinto, el mismo Vargas Llosa lo explica cuando habla del “magma”. El “magma” es como una descarga, todo lo cuentan en borrador, en sucio; 1000, 2000 páginas y después se inicia el proceso de escritura. El poeta, no. El poeta escribe siempre en limpio; no conozco un poeta que escriba todo un poema para posteriormente empezar a trabajarlo. Tú vas abrazándolo imagen por imagen hasta que queda perfecto y lo sigues.
— Usted me hablaba hace un momento de épocas de silencio, ¿qué hace cuando la poesía no llega?
— Nada. Yo no me muero por escribir poesía, yo no soy un ser literario. Yo soy un viejo muchacho de barrio. Yo soy un señor que tiene esposa, hijos, cuatro nietos; le gustan muchísimas más cosas que la literatura. Si no escribo, pues no escribo. No me muero, no me desgarro, no me suicido, no me preocupa. Yo no soy un ser literario como otros.
— Los símbolos sagrados en su poesía, usted que afirma ser un católico siempre…
— Siempre he tenido una presencia religiosa en mi obra, para bien o para mal; como blasfemo o como creyente. No soy un sectario, un propagandista, un dogmático. No me interesa tener discípulos. Yo, personalmente, tengo un interés por el mundo religioso. Tengo un diálogo como maltrecho e interrumpido, pero permanente con Dios.
— ¿Los poetas tienen alguna función, algún deber?
— Los poetas, no; los ciudadanos, sí. Yo no creo que la poesía sea un vehículo especial, una voz determinante o tenga una llamada a grandes fines. La poesía es un testimonio de tu mundo interior y del mundo que te rodea. Es una necesidad de expresión; siempre ha existido y siempre existirá porque siempre hay gente que tiene necesidad de poesía. Probablemente, el que lee poesía se transforma interiormente; esa relación intelectual-afectiva que es la poesía acompaña a otras personas. Pero si se piensa en función política de la poesía es un mito; un mito muy viejo.
¡Mira! —con afán lúdico— Si la poesía se midiera por su utilidad, piensa solamente en una cosa, piensa en el gran poeta César Vallejo, uno de los mejores libros de Vallejo es España, aparte de mí este cáliz, escrito sobre la Guerra Civil Española, un libro extraordinario; pero, si el libro hubiera tenido la función de ayudar a que la gente ganara la guerra, es un fracaso de libro; el pueblo español perdió la Guerra Civil y Franco se quedó cuarenta años en el poder. Entonces, si la función del libro hubiera sido ésta, es un adefesio de libro. Pero, más allá de la circunstancia de la Guerra Civil, podemos leer con placer. Nos habla de la hondura de los sentimientos humanos, la solidaridad, el valor, la duda, el miedo; esos son los mensajes eternos de la poesía, no su función de circunstancia política.
— Poetizar es como orar, dice el escritor y teórico del fenómeno poético Jaime García Maffla. ¿Qué opina usted?
— La oración no es sólo para pedir cosas, sino para entender un supuesto “ser superior”. La poesía es juzgar dentro de ti mismo, en realidad. La poesía como todo arte es una lucha contra el tiempo que pasa. Una lucha contra la muerte. La poesía fija los instantes, fija lo que en el tiempo real pasa y va hacia la muerte; tú lo detienes en una imagen, en un poema. Yo creo que la poesía no pide nada, sino rescata. Rescata todas las cosas finitas, todas las cosas hechas para la muerte; las pretende volver o las vuelve permanentes.
— Leí una entrevista, donde usted afirma que el coloquialismo llega a sus límites…
— Me parece que sí. Fue muy importante en los años sesenta la inclusión de formas narrativas, conversacionales, porque la poesía estaba muy anquilosada con el neosimbolismo francés, con el realismo español: tan pesado, denso. Entonces, fue vivificante este viento, básicamente anglosajón. Pero, bueno, como todo en la vida, se requiere primero talento y después una capacidad creativa. Al fin y al cabo, la poesía tiene muchas definiciones, y una puede ser, que la poesía es la lucha permanente contra el lugar común, porque en realidad la poesía tiene cuatro o cinco temas desde hace 5000 años; luego, lo importante no es lo que dices, sino cómo lo dices. Sí tuvo una función la cosa narrativa, conversacional, cotidiana, pero se convirtió en una retórica vieja, se gastó en sí misma y al final terminó perdiendo lo que tenía y debía tener la poesía: imágenes, concentración, economía; y en manos de gente más torpe se convirtió en una especie de prosa desaliñada —con un gesto displicente— como dice Rubén Blades, todo tiene su final.
— Hablaba hace un momento usted del talento. Uno nace con el talento o el talento se va adquiriendo?
— No, la gente nace con talento. Lo que ocurre es que el talento se puede ir perfeccionando o perdiendo. Yo sé que hace unos 30 o 40 años se oiría mal decir esto. Existía la idea de que el medio ambiente era todo, de algún modo era un pensamiento impulsado por los marxistas, como por los mismos cristianos; aceptar lo contrario sería admitir un determinismo histórico. Siempre la gente tiene la esperanza de “¡Quién sabe!”, “¡Puede ser!”, “Yo también…”. Eso es genético: los poetas nacen, no se hacen. Lo que ocurre es que naces poeta, y eso tienes que desarrollarlo, tienes que aprenderlo, tienes que leer, confrontar, conocer; si no desarrollas ese talento, esa técnica, muere y se acabó. Tiene que haber sobre ese nacimiento todo un trabajo, una continuidad, una vocación, una audacia, un riesgo. Puede pasmarse, pero lo contrario no ocurre; que tú no nazcas poeta y vayas a miles de talleres de poesía y aprendas —con los dedos índices hace señales de desaprobación— no se puede. Yo sé que suena un poco desmotivante, pero que me prueben lo contrario, que me prueben lo contrario.
Bogotá, agosto, 2005