Por Bruno Bartoletti*
Selección por Clery Celeste**
Crédito de la foto www.transitipoetici.blogspot.pe
Las manos que buscan la sombra.
7 poemas de Bruno Bartoletti
Jugar a las escondidas
Amaba la sombra, el borde de las paredes
y la sensación de jugar a las escondidas, por miedo.
Sabía que en la esquina, el más grande, se podría
incluso ocultar y nadie
vendría después a reemplazarme, sabía
que ese era el lugar más seguro,
por ello esta noche fui
a buscarlo, me puse en la pared
de lado, con las piernas cruzadas
y en la espera contaba hasta diez como antes.
Pero no tengo más los años en que jugaba,
miro todavía lejos, crecí
y con los años dejé de jugar,
y ahora no puedo encontrar una razón,
así espero
espero que alguien vuelva a buscarme.
También los padres
También los padres no deberían morir,
pensaba cuando era niño, y sin embargo
crecí esperándolos siempre en la parada del autobús
con su Guzzi,
después desaparece cada cara y la voz
no la recuerdo, no tengo nada en mi mano,
nada y raíces, incluso aquellas, quemadas.
Estoy ahí abajo, en el fondo las voces,
¿no oyen también las mismas voces?
La casa se pierde detrás del diluvio, la carretera
y el río, un riachuelo apenas corre por debajo del puente.
Un agujero negro y el pico que golpea,
una lámpara oscila, no hace luz.
La chaqueta desgarrada, la cara sucia,
este es el desgarro, la herida oscura,
el sol que no habla.
Y la casa mira allí abajo la carretera,
el polvo que deja el sabor del andar sobre ella,
el no retorno se tiñe de dolor.
Demasiado pronto, demasiado pronto para entender,
pero se apresura, crece poco a poco,
se mete en las raíces, se esfuerza por encontrar razones,
se oye sólo el grito, la rotura,
rasgando detrás de la puerta.
Y mi madre todavía de perfil, imprime en la ventana
su mirada, perdida en lejanías
ignoradas.
Aquel niño de pantalones cortos
Me imaginé siempre niño,
como entonces,
en aquella vieja foto de hace tantos años.
Aquel niño de pantalones cortos,
los brazos descuidados como ramas,
el pecho desnudo y su sombra sobre la piedra,
no tiene palabras,
sólo una sonrisa cansada
marcada en los labios contra el sol.
No hay nada más qué decir
Siempre llegué a las citas,
puntual,
pero siempre esperé aquella llegada.
No hay nada más que decir,
mi estado es un destino de expectativas,
y de fugas -a veces-
necesarias. No decir nada más
es también demasiado claro que la vida
te deja sabores amargos
y lecciones para no olvidar.
Un día alguien vendrá a la cita,
cerrará la puerta y girará la llave
doblemente,
a veces es preferible la oscuridad,
la bisagra que cierra,
sin dejar espacios.
Pero, no hay nadie que me pueda indicar una salida,
nadie que me pueda morder los dedos,
pues incluso eso me haría bien.
Así ando sin rumbo, permanezco debajo del portón,
miro el reloj,
una manecilla rota, inmóvil, como este día
que no se decide a morir.
Los rostros no tienen más nombre
Que algo fijo está cambiando
lo comprendí en las horas de insomnio
y las veces que de noche voy al baño.
Con dificultad, me esfuerzo por encontrar la salida,
tambaleo intentando otras puertas
y apenas encuentro, de nuevo, la entrada.
Hubo un tiempo en que podía señalar la puerta de memoria
con los ojos vendados, sin dejar rastro,
un tiempo no muy lejano.
Y los veo –las sombras en las paredes–
aquellos rostros que regresan.
Los rostros no tienen más nombre
En la noche
En la noche
prospectiva delatada de figuras
de presencias y sonidos -lejanías.
Quien muere olvida, quien permanece
está a la espera de un último mensaje.
Nuestra desnudez está tomada
por la ineludible presencia
de lo efímero del tiempo de la miseria.
Me asusta la muerte,
sin embargo me recoge
un pequeño respiro una presencia.
La presencia de tantos
que en silencio
se fueron casi caminando de puntillas.
Aquí yace inmóvil una calesa,
tiene las riendas sueltas mientras oscila
una señal en el viento.
Una vieja Guzzi y mi padre
Una vieja Guzzi y mi padre
-me parecía un gigante- sus curvas.
Me decía apuntando a una rendija muy azul
tallada lejos entre los montes:
«¿Ves? Por allí está el mar».
Y soltaba una sonrisa limpia de tranquilidad
mi padre que apenas conocía
y vuelvo a sentir aquel dulce sabor
de azul tallado entre los montes.
La vida se encumbra y a veces se destroza,
pero siempre quedan los más dulces
recuerdos.
Las manos que buscan la sombra.
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(versión original en italiano)
Le mani che cercano l’ombra.
7 poesie di Bruno Bertoletti
Giocare a nascondino
Amavo l’ombra, lo spigolo dei muri
e il senso di giocare a nascondino, per paura.
Sapevo che nell’angolo, il più grande, ci si poteva
anche nascondere e nessuno
sarebbe poi venuto a rimpiazzarmi, sapevo
che quello era il posto più sicuro,
per questo la sera me ne andavo
per cercarlo, mi mettevo sul muro
di traverso, con le gambe incrociate
e nell’attesa contavo fino a dieci
come un tempo.
Ma ora non ho più gli anni del gioco,
guardo ancora lontano, son cresciuto
e con gli anni ho smesso di giocare,
ma non so farmene una ragione,
così aspetto
aspetto che qualcuno ritorni per cercarmi.
Anche i padri
Anche i padri non dovrebbero morire,
lo pensavo da bambino, e invece crebbi
aspettandoti sempre alla fermata
con la tua Guzzi,
poi ogni volto scompare e la voce
non la ricordo, non ho nulla in mano,
nulla e radici, anche quelle, arse.
Sono laggiù nel fondo le voci,
non le udite anche voi le stesse voci?
La casa si perde dietro il diluvio, la strada
e il fiume, un rigagnolo appena sotto il ponte.
Un buco nero e il piccone che picchia,
una lampada oscilla, non fa luce.
La giacca strappata, il volto sporco,
questo è lo strappo, la ferita buia,
il sole che non parla.
E la casa guarda laggiù la strada,
la polvere che lascia il sapore dell’andare,
il non ritorno si tinge di dolore.
Troppo presto, troppo presto per capire,
ma si fa in fretta, si cresce a poco a poco,
si metton su radici, ci si sforza di trovare ragioni,
si ode solo il grido, la rottura,
lo strappo dietro l’uscio.
E mia madre ancora di profilo, che stampa alla finestra
il suo sguardo, in lontananze perdute
disattese.
Quel bambino dai calzoni corti
Mi sono sempre immaginato bambino,
come allora,
in quella vecchia foto di tanti anni fa.
Quel bambino dai calzoni corti,
le braccia abbandonate come rami,
il petto nudo e l’ombra sulla pietra,
non ha parole,
solo un riso stanco
segnato sulle labbra contro il sole.
Non c’è nient’altro da dire
Sono sempre arrivato agli appuntamenti,
puntuale,
ma ho sempre aspettato quell’arrivo.
Non c’è nient’altro da dire,
il mio è stato un destino di attese,
e di fughe – qualche volta –
necessarie. Non dire nient’altro
è anche troppo chiaro che la vita
ti lascia amari bocconi
e lezioni che non riesci a dimenticare.
Qualcuno un giorno
arriverà a quell’appuntamento,
chiuderà la porta e girerà la chiave
a doppia mandata,
a volte è preferibile il buio,
la cerniera che chiude,
senza lasciare spazi.
Ma nessuno che possa indicarmi una via di uscita,
nessuno che possa mordermi le dita,
anche questo mi farebbe bene.
Così mi aggiro senza meta, resto sotto il portone,
guardo l’orologio,
una lancetta rotta, immobile, come questo giorno
che non si decide a morire.
I volti non hanno più nome
Che qualcosa stesse cambiando
lo capii dalle ore di insonnia
e dalle volte in cui la notte vado al bagno.
A stento fatico a trovare l’uscita,
m’addentro nel buio
barcollo tentando altre porte
a stento ritrovo l’entrata.
Un tempo potevo indicarla bendato
la porta a memoria, senz’ombra,
un tempo nemmeno distante.
E li vedo – le ombre sui muri –
quei volti che tornano.
I volti non hanno più nome.
Nella notte
Nella notte
prospettiva dilatata di figure
di presenze e di suoni – lontananze.
Chi muore dimentica, chi resta
sta in attesa di un ultimo messaggio.
La nostra nudità sta come presa
da questa ineluttabile presenza
di effimero di tempo di miseria.
Mi spaventa quest’essere di morte
eppure mi raccoglie
un piccolo respiro una presenza.
La presenza dei tanti
che in silenzio
quasi in punta di piedi sono andati.
Sta qui fermo un calesse,
ha le redini sciolte mentre oscilla
un’insegna nel vento.
Una vecchia Guzzi e mio padre
Una vecchia Guzzi e mio padre
– mi sembrava un gigante – sui tornanti.
Mi diceva indicando uno spicchio più azzurro
tagliato lontano tra i monti:
«Vedi? Quello laggiù è il mare».
E aveva un limpido riso da buono
mio padre che appena conobbi
e risento quel dolce sapore
di azzurro tagliato tra i monti.
La vita si inerpica a volte si sfascia,
ma restano sempre i più dolci
ricordi.
Le mani che cercano l’ombra.
*(Montetiffi di Sogliano al Rubicone-Italia, 1942). Poeta, escritor y ensayista, Ha publicado en poesía. Licenciado en Materias literarias por l’Università degli Studi di Genova (Italia), doctor en Estudios Romanos por l’Università d’Aix (Provence). Ganador de los premios La Rocca poesia (1999), Aupi (2000), G. La Pira (2001) y Le Riviere (2003). Ha publicado Trasparenze. Frammenti di memorie (1997), Le radici (2000), Parole di ombre (2001), Il tempo dell’attesa (2005), Briciole di poesia (2008), Contributi per la Storia della Letteratura Italiana: Il Secondo Novecento (2009), Sparite in silenzio ritrovando il vento delle strade (2012, 2014) y I volti non hanno più nome (2017), entre otros.
**(Forlì-Italia, 1991). Poeta. Licenciada con honores en Técnicas de radiología médica. Actualmente, estudia Letras modernas en la Universidad de Bologna¨(Italia). Ha ganado los premios Tropea Onde Mediterranee (2009 y 2010), Agostino Venanzio Reali (2009, 2010 y 2012), E. Cantone (2011 y 2012), Pro Loco Fiume Veneto (2011), Biennale internazionale dei Giovani artisti dell’Europa e del Mediterraneo (2012) y ha sido finalista del Premio Rimini (2014). Se desempeña como redactora de la revista Atelier y de Ladolfi editore. Ha publicado en poesía La Traccia delle vene (‘El rastro de las venas’, 2014) con la que ganó los Premios Elena Violani Landi Università di Bologna (2015) y Maconi (2015), entre otros.
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*Poeta, scrittore e saggista. Laureato in Materie letterarie per l’Università degli Studi di Genova (Italia), dottore in d’Etudes Romanes per l’Università d’Aix (Provence). Vincitore dei premi La Rocca poesia (1999), Aupi (2000), G. La Pira (2001) e Le Riviere (2003). Ha pubblicato Trasparenze. Frammenti di memorie (1997), Le radici (2000), Parole di ombre (2001), Il tempo dell’attesa (2005), Briciole di poesia (2008), Contributi per la Storia della Letteratura Italiana: Il Secondo Novecento (2009), Sparite in silenzio ritrovando il vento delle strade (2012, 2014), I volti non hanno più nome (2017).
** Poetessa. Laureata con lode in Tecniche di Radiologia medica. Attualmente studia lettere moderne presso l’Università di Bologna (Italia). È stata vincitrice dei premi Tropea Onde Mediterranee (2009, 2010); Agostino Venanzio Reali (2009, 2010, 2012); E. Cantone (2011, 2012); Pro Loco Fiume Veneto (2011); Biennale internazionale dei Giovani artisti dell’Europa e del Mediterraneo (2012), risulta finalista al Premio Rimini (2014). Fa parte della redazione on – line di Atelier, Ladolfi editore. Ha pubblicato in poesía La Traccia delle vene (2014) è la sua opera prima ed è stata vincitrice dei premi Elena Violani Landi Università di Bologna 2015, premio Maconi 2015, tra altri.