Para Vallejo & Co. es un honor y un privilegio exhibir al público una interesante carta que envió la reconocida poeta Blanca Varela al poeta y editor Reynaldo Jiménez. La misma data de noviembre de 1982, donde la voz atemporal de la poeta reflexiona en relación a su labor poética en un tono amical e íntimo.
Por Blanca Varela*
Nota y transcripción por Reynaldo Jiménez
Crédito de la foto Violeta Lubarsky
Lima, 1979
La señal secreta.
Carta de Blanca Varela a Reynaldo Jiménez
Comparto este tesoro personal pues contiene un momento concreto de una voz que ha devenido esencial referencia poética para distintos tipos de lector. Fenómeno tan natural e inmediato, ese cosquilleo que es señal de presencia; tanto lo que trasunta, deja entreoír.
Misterio fresco de la voz en una carta —de las de antes— evaluando posibles alianzas con el tiempo, acechando la resonancia que traerá el poema, acción que aúne las cosas separadas, integrándolas acaso en algo así como el acto íntegro. A la espera de ese salto, que sería a lo desconocido, en el proceso de rondar y borrar palabras, el vértigo de soltar en plena espera, hasta que escribir no pueda sino hacerse al fin y otra vez deriva entre lo abierto.
En aquellas épocas de charlas y cartas, la inmediatez del intercambio debía a la fuerza asentar momentos diversos, incluso desconectados, entre un envío y el quizá siguiente, hasta el retorno, cuando ello ocurría, de la esperada respuesta. La corazonada antes de abrir el sobre. Milagro de la conversación, abriendo brechas, buscando vías, saltando murallas y demás construcciones de la Proyección, donde las diferencias interpersonales no sólo no habrán de interferir sino que acicatearán eso que juntos se produce. Intermitencia que ritma y puntúa el diálogo, y no por nada salta ese término resultante que insume, a quien se quiera enterar, una ética noción: correspondencia.
Pero ahora, de pronto, subrepticiamente, una carta sería también una grabación, cinta de registro de un estrato anterior, tras la pauta de alterno giro en lo real, para volver, en intuición ampliada, al mar que abarca la escritura suspensiva a que remite Blanca en su carta, cercana a la vez discreta. Y por qué negar que parece escrita la semana pasada y que los ínfimos hechos o situaciones circundantes, apenas reanimados, le condensan todavía el subtexto. Voz de ayer que va (viene) siempre por delante. El atemporal, hoy, en la carta escrita, dada la aparente obsolescencia del género, podría llegar a equipararla a un jeroglífico moderno en cuya clave ineludible persiste sin embargo, con central vulnerabilidad, la entrega que propicia el afecto: semilla intacta en las arenas.
Dúplice presente: regalo desde el misterio sucesivo y traslúcida actualidad no capturable por mensura. Esa cualidad de acecho que la práctica requiere, con toda su incomodidad, para quizás alcanzar, aun si de forma fugaz, nada más nada menos que ojos de ver u oídos de oír. La persona de la colocación poética se muestra para concentrarse justa y precisamente en ese íntimo procesar cotidiano en que borramiento, lapsus, frustración, puertas y ventanas y teléfonos, conspiran, sin embargo, favorables, aunque siempre haya que inferir de qué nueva manera, una vez percatado el claroscuro en que se cocina la cosa ésa no tan recóndita de la conciencia.
Instantánea de momento eterno, esta carta lleva directo a la entraña de grave leveza de la poesía de Blanca, plena de implicancias que por su parte la amistad conoce, aun sin consignarlas, mientras, más acá de los interlocutores, el diálogo reverberante prosigue. No soportado apenas por la letra, dado al resonador del implícito silencio, a discreción del devenir, el destino invicto de la voz.
***
Lima, noviembre 1982
Querido Reynaldo:
Me da siempre una enorme alegría tener noticias de Uds. aunque la falta de tiempo —ese tiempo “carnicero” como creo que dice Char en algún poema— sea mi peor cuchillo y no me permita sentarme a la máquina, frente a un papel, y escribir con detenimiento, paz y alegría, como debe hacerse cuando se conversa con seres queridos.
Reynaldo, tus cartas, dos, me han conmovido, y como los sentimientos son casi siempre recíprocos —y en este caso lo son— espero que estas líneas apresuradas de todas maneras equivalgan a la señal secreta. Además me parece que jamás te he agradecido suficientemente el texto que escribiste contra Babel, tan generoso y tan inteligente.[1]
Aquí me tienes haciendo siempre todo lo contrario de lo que debería hacer. No me siento especialmente vieja, y con mi resistencia de pequeño roedor sigo dándole la vuelta a la manzana, pequeña existencia, de la cual trato de extraer no sé qué falsa lección, qué falso sueño. No tengo mucho tiempo para escribir ni para pensar (te hablo en términos de conciencia). Pero mi querido, joven y recordado amigo, ese pantano interior, ese aire turbio, encerrado, esa madriguera, ese nido, esa oscuridad, tienen cambios de temperatura y tempestades que me hacen cometer mil lapsus, decirle padre a mi madre, y etc. Lo cual significa que la frustración en ciertos casos equivale o alimenta el trabajo poético. (Si no es verdad por lo menos es un consuelo). De todas maneras pienso que un día de estos algo va a suceder y yo, en algún diluvio simbólico, navegaré sobre mi mesa escribiendo, escribiendo…
Esta carta será breve, porque teléfonos, puertas y ventanas, conspiran para que así sea, pero parafraseando esos horribles letreritos de las casitas burguesitas (todo en diminutivo como debe ser) te aseguro que: la carta es chica pero el recuerdo es grande.
Te estoy despachando con ésta el libro de Westphalen, ojalá les llegue antes de Navidad, fecha que me importa un pepino pero que es como un paradero obligado del año. Será mi regalo.
Escríbanme de Rosario,[2] mándenme poemas. Yo no sé si leíste uno mío que publicaron en el gris hueso húmero. Se llama casa de cuervos o algo así. Tiene que ver con gente como tú, un poco hijo, un poco ángel, alguien que, en todo caso, no debe envejecer como los demás mortales.
Espero la carta de Violeta.[3] Cuídense mucho. Los abraza con enorme afecto
Blanca
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[1] “Contra el regreso a Babel”, reseña a Canto Villano de Blanca Varela, escrita en 1979 y publicada en Oráculo, nº2, Lima, junio de 1981.
[2] Referencia a una supuestamente inminente mudanza nuestra a la ciudad santafesina, por razones de trabajo, y por inverso motivo, a último momento suspendida.
[3] La poeta y bailarina Violeta Lubarsky.