Por Eduardo Moga*
Crédito de la foto (izq.) Ed. Pre-Textos /
(der.) www.pre-textos.com
La restitución imposible
Salta pronto a la vista la compleja estructura de esta nueva novela de Mario Martín Gijón**, Restitución (2023), que llega poco tiempo después de su extraordinaria La pasión de Rafael Alconétar (Novelaberinto), publicada en 2021. Y no solo por el elaborado encaje de sus cinco partes, sino también por los saltos cronológicos y espaciales, por rememorarse hechos pasados y anticiparse hechos futuros, y por remitir Restitución a obras anteriores del autor: aparecen personajes que ya han aparecido en sus libros anteriores. Esto no es una novedad: Martín Gijón acostumbra a tejer en sus libros una red de vínculos, de intercambios e infiltraciones, que adensan el espacio narrativo y reproducen la espesura fractal de la realidad y de los sentimientos humanos que polémicamente la habitan. Sus obras son, pues, prietas urdimbres de sucesos, reflexiones y personajes, que dibujan obras caleidoscópicas y tumultuosas. Y Restitución no es una excepción.
La novela se organiza en tres partes, separadas por dos breves interludios. La primera parte, “Huida”, tiene dos capítulos. Al primero, “En la isla de los cipreses”, cabe considerarlo continuación de la novela corta Inconvenientes del turismo en Praga (publicada por la Editora Regional de Extremadura en 2012), narrada en parte por el mismo personaje, Miroslav, que acaba, en este libro anterior, cometiendo un asesinato. Cumplida su condena, Miroslav se va a Venecia, donde lleva una vida de mendigo. En Restitución relata su viaje de regreso a Praga e intenta descubrir la razón por la que dejó la ciudad checa y se refugió en la italiana (como, por otra parte, han hecho tantos escritores más o menos perturbados, como Ezra Pound, y donde Stendhal experimentó, e inauguró para la psicología futura, el síndrome que lleva su nombre).
En el segundo capítulo de esta primera parte, “La imitación de Zbigniew”, otro escultor, el polaco Zbigniew, expone en tercera persona su desgarro interior, su encarnizada meditación sobre la Pasión de Cristo, y su lucha entre el ascetismo que le inspira la Imitación de Cristo, del alemán Tomás de Kempis, y la tentación mundana, entre el pasado bohemio en París y la renuncia a su mujer en Borek, la aldea polaca en la que vivieron. Como ha señalado Santos Domínguez, uno de los primeros críticos de Restitución, es otra forma de huida: la huida de sí mismo.
El primer interludio, «Parábola europea», cuenta otro viaje: el alucinado, surrealista, de unas cabezas guillotinadas y parlantes; un viaje de ningún sitio a ningún sitio, en el que uno de quienes las transportan en una camioneta les da de beber, como reclaman las cabezas, sedientas, meándoseles en la boca.
La segunda parte, “Búsqueda”, se desarrolla en Stuttgart y en el pueblo de Marbach am Neckar, adonde llega la doctoranda española Sofía Giménez con una beca para investigar en los fondos del Archivos de Literatura Alemana sobre El fermento, un manuscrito de Ernesto Giménez Caballero desaparecido en los años treinta (y que se suma a la rica tradición de libros desaparecidos a lo largo de la historia, como el que le perdió a Hemingway su primera mujer en una estación de tren de París, los del colombiano José Asunción Silva en el naufragio del barco en el que volvía a su país, o los que pudiera contener la célebre maleta perdida de Walter Benjamin en Portbou; inspirándose en otro de esos títulos extraviados y legendarios, el tratado de Aristóteles sobre la comedia, Umberto Eco creó un superventas como El nombre de la rosa). Allí, Sofía conoce a Jeremías, un archivero obsesionado con “el pálido Celan y el negro Heidegger”.
En el segundo interludio, “Testamento chileno”, vuelven las cabezas parlantes, en concreto la del chileno Eduardo Garrido Catricura, aunque esta no está separada del resto del cuerpo, sino tristemente enclavada en él: el personaje vive inmovilizado en una silla de ruedas, a resultas del porrazo que le propinó un policía durante las protestas de 2019 contra el “infame presidente Salvador Piñera”, y que le partió dos vértebras de la espina dorsal, a resultas de lo cual quedó tetrapléjico. El anciano personaje evoca el golpe de Pinochet en 1973 y las consecuencias que tuvo en su vida y en la de los chilenos, un episodio también vivido por Miroslav y asimismo narrado y asociado a la primavera de Praga y al fracaso de la vía socialista de Dubček en Inconvenientes del turismo en Praga.
La tercera parte, “Hallazgo”, transcurre entre Málaga, Borek, París y Berlín. Tiene tres capítulos. En “Obcecada luz”, la doctoranda Sofía y el archivero Jeremías alternan sus voces para narrar su viaje desde Alemania hasta Málaga, el pueblo de Carratraca (en la sierra de Ronda, donde residió y escribió el alemán Rilke) y, por fin, la cueva de Ardales (también conocida como la cueva de Trinidad Grund, hija de prusianos), donde Jeremías propina una paliza a Sofía y a Virginia, la guía turística encargada de enseñarles la cueva. En este capítulo asoma, pues, la violencia física, pero también el erotismo, plasmado en la relación que mantienen los dos personajes, ilusionada por parte de ella y reticente, resignada, por parte de él.
En “La llamada”, vuelve el polaco Zbigniew, que nos cuenta ahora su debate interior entre la llamada beatífica de Cristo y las perversas solicitaciones de Satán, a la luz del Tratado de la Encarnación, de Juan Casiano. Desde la aldea polaca en la que se ha refugiado, Borek, Zbigniew recuerda sus años de vida moderadamente alegre en París con Madzia, su mujer, a la que abandonó.
Por último, “Magdalena, o el consuelo”, Madzia refiere sus cuitas con el anciano señor Neumann, poeta, filósofo y botánico aficionado, al que cuida en Berlín, y este recuerda la problemática relación entre Martin Heidegger y Paul Celan, que llegan a conversar en el Volkswagen escarabajo del profesor Neumann. También en este capítulo se da cuenta de una noticia aparecida en la prensa: la agresión, por razones que se desconocen, del turista alemán J. M. (Jeremías) contra Sofía y Virginia, que permanecen hospitalizadas con pronóstico reservado. Y también del último día de vida del señor Neumann, al que Madzia atiende hasta el suspiro final, así como de la tarjeta de invitación a una exposición de las esculturas religiosas de Zbigniew que Madzia recibe.
Restitución es un magnífico ejemplo de literatura europea, de cultura europea: cosmopolita, plurilingüe, viajera; compuesta por múltiples capas de emoción y razón, superpuestas y a menudo contradictorias; consciente de su riqueza histórica, de su patrimonio cultural y de su responsabilidad social; preocupada por la historia y las cicatrices que deja en la conciencia de las personas y de las naciones; y atribulada aún por los horrores de las guerras mundiales (que fueron, sobre todo, guerras europeas, especialmente la primera) y de los horrores no menores del nazismo y el estalinismo. Y no es extraño que sea sí, porque Martín Gijón es un experto de la cultura continental, especialmente de su vertiente alemana y, en general, centroeuropea: ha trabajado en Alemania y Chequia, y conoce bien, por razones personales, Polonia. La novela transcurre por diversos puntos del territorio del continente, del sur (España) al este (se menciona Leópolis, que ha sido rutena, polaca, austro-húngara, otra vez polaca, alemana, soviética y ahora ucraniana; la patria, por cierto, de Leopold Sacher-Masoch, Adam Zagajewski, Stanislaw Lem y Zbigniew Herbert), y atiende a un episodio fundamental de la historia aún reciente del continente y de su imaginario colectivo: los encuentros entre Heidegger y Celan, que evidencian las dificultades para alcanzar un acuerdo filosófico y vital sobre la manera de estar en el mundo, como dominador o como dominado; sobre el sentimiento nacional y el respeto a la individualidad y la divergencia; en definitiva, sobre el bien y el mal.
Restitución tiene mucho también de libro de viajes o, en términos cinematográficos, de road movie: los personajes siempre se están trasladando —o huyendo, como se ha apuntado ya— de un lugar a otro, en trenes, autobuses o aviones. El relato dura, a veces, lo que dura el viaje, como el de las cabezas parlantes. Estos recorridos o huidas son también mentales: Zbigniew recuerda sus años parisinos; Miroslav, los suyos en Venecia; Eduardo Garrido, el Gobierno de Allende y golpe de Estado de Pinochet. Son viajes en el tiempo: desplazamientos de la conciencia no solo en el espacio, sino también del presente al pasado, de lo vivido a lo muerto.
Restitución es, asimismo, una novela metaliteraria, o quizá sería mejor decir una novela que utiliza la literatura, o la historia de la literatura, como uno de sus motivos inspiradores, como una de las fuentes de la acción y de los personajes, al modo de Enrique Vila-Matas. Martín Gijón se sirve de su condición de filólogo e investigador literario para hacer de figuras como Ernesto Giménez Caballero (aquel vanguardista fascista o fascista vanguardista, autor de uno de los mejores libros del surrealismo español, Yo, inspector de alcantarillas (1928), al que Franco, muchos años después, acabó arrinconando como embajador en Paraguay para quitárselo de encima) o Paul Celan los sostenes o impulsores de la narración.
Especialmente importante en el libro es el relato de la relación de Celan con Heidegger, que ocupa buena parte del último capítulo del libro. Celan es uno de los poetas más admirados por Martín Gijón, sobre el que ha publicado estudios preclaros. Con sus padres y otros miembros de su familia asesinados en campos de concentración, y él mismo preso en uno de ellos, el judío Celan, acaso el poeta en lengua alemana más importante del siglo, esperaba —exigía en su fuero interno— que Heidegger, probablemente el filósofo en lengua alemana más importante del siglo, que había simpatizado con el nazismo, estuvo afiliado al Partido Nazi en los años 30, fue rector de la Universidad de Friburgo cuando Hitler había ocupado ya el poder, y había tenido actitudes antisemitas, se disculpara por su adhesión a aquel régimen asesino y abominable. Los Cuadernos negros, una suerte de diario que permaneció inédito hasta 2014, y que Martín Gijón menciona varias veces en Restitución, revelan que Heidegger comulgó de buen grado con el nacionalsocialismo que y aprobó la llegada de Hitler al poder, y confirman su antisemitismo. Sin embargo, la disculpa (personal, histórica y existencial) que Celan esperaba de Heidegger, necesaria para aplacar el interminable dolor de aquel, nunca llegó (Martín Gijón escribe que “Heidegger se resistió [a ella], empecinada, vergonzosamente”), aunque el propio poeta fue a hablar con el filósofo con la esperanza de recibirla. Y en este núcleo narrativo se halla la explicación del título de la novela y quizá de todos los conflictos y pesares que se narran:
Sí, que le pidiera perdón. Por haber apoyado a quienes mataron a sus padres. Como si con eso el poeta pudiera recuperar algo. Pero sí, supongo que recuperaría algo, como cuando a los hijos se les entregan las pertenencias o, aún más, los restos de sus padres. Una restitución, de algún modo, era lo que el poeta pedía al pensador. A todos nos han quitado algo, y no nos recuperaremos hasta que nos lo restituyen. Pero casi nunca es posible, escribe Martín Gijón en “Magdalena, o el consuelo”.
La conclusión de esta incomprensión o incomunicación, de este muro entre estos dos grandes personajes de la literatura y de la cultura mundiales, es la que Martín Gijón pone en boca de Heidegger cerca del final de la novela: “No podemos entender el dolor del otro”. Celan, naturalmente, acabó suicidándose: se arrojó al Sena.
Restitución es una novela intensamente literaria no solo por su compleja estructura, o por lo que cuenta, sino por la rica textura de la prosa, o quizá debería decir mejor, de las prosas. Porque hay varias en el libro, una de las cuales destaca sobremanera (particularmente, en “La llamada”): la prosa de la doxa cristiana, como la que escribe Tomás de Kempis. Martín Gijón es capaz de desdoblarse o multiplicarse estilísticamente. No llega a crear heterónimos con un lenguaje propio y distinto al de los demás, como hace Pessoa, pero demuestra un dominio extraordinario de las posibilidades fundacionales de la lengua. Algo que se percibe también en ese rasgo especialísimo de su escritura, basado en la des- y re-composición de las palabras, protagónico en su poesía y que en Restitución se traduce en el uso de neologismos, calambures, paronomasias, asonancias (“una burbuja de nuda ternura”) y repeticiones. En el principio de “La llamada”, por ejemplo, leemos: “Las llamas lo llamaron. La llamada que nunca hubiera esperado…”; muy poco después: “Está con la televisión encendida, incendiada”; y al final de este largo párrafo inicial: “El señor de las tinieblas, el falaz y hoy feliz portador de luz” (que, además, es una aliteración). A veces, parece como si la naturaleza material de una palabra fuese un engranaje más de la propia construcción del pensamiento y se superpusiera al curso de este; como si una palabra, por su empuje sensorial, por su resonancia, llamara a otra y esta llegara, en efecto, en forma de eco. Martín Gijón mantiene una relación carnal con las palabras, y eso se nota, entre muchas otras cosas, en su gusto por la metáfora y la expresión repujada y cromática, que no obsta para que el discurso fluya con agilidad y eficacia.
Martín Gijón es un hombre de letras, de múltiples aptitudes e intereses literarios, pero su núcleo, su meollo inexcusable, es el de poeta. Esta condición poética, de filiación vanguardista, determina también su constante búsqueda del arrebato expresivo: de la connotación, de la analogía, de la paradoja, de la ambigüedad, de la polisemia. La poesía está muy presente en Restitución, y no solo por la importancia del personaje histórico de Celan, o por las frecuentes alusiones a poetas o poemas (“cual surtidor de sombra y sueño”: Gerardo Diego; “noche oscura del alma”: San Juan de la Cruz, entre otro), sino, sobre todo, por estos mecanismos expresivos que dotan de empaque lírico la prosa.
Otras dos características interesa resaltar, finalmente, de Restitución. En primer lugar, el vasto conocimiento del mundo que describe, un conocimiento que Martín Gijón no ha adquirido solo por medio de los libros, sino también, y con mayor hondura, por implicación personal. Aunque sea una obra de ficción, Restitución acredita un trasfondo autobiográfico, un saber directo y vivido de lo depositado en sus páginas, y eso imbuye de autenticidad el relato: ni los personajes suenan a mera fabulación, ni los ambientes son de cartón piedra, ni las situaciones revelan una factura de archivo o laboratorio. La novela disecciona con hondura las relaciones humanas y sentimentales (y de cada personaje consigo mismo), y está bien documentada, para lo que resulta fundamental la vertiente investigadora de Martín Gijón y su condición de profesor universitario (la vida universitaria se proyecta también en la obra con la investigación doctoral de Sofía Giménez: algo tiene también Restitución de novela de campus).
Y, en segundo y último lugar, la ironía. Martín Gijón no solo impregna de espíritu lúdico su prosa, sino que la entrevera de una suerte de humor soterrado, de un como no tomarse muy en serio lo que dice, aunque sea grave o incluso trágico, de una cierta distancia con lo dicho. Ese claroscuro irónico, paradójicamente, ilumina con más determinación lo afirmado y lo sugerido.
*(Barcelona-España, 1962). Poeta, traductor y crítico literario. Licenciado en Derecho y doctor en Filología hispánica por la Universidad de Barcelona (España). Obtuvo el Premio Adonáis (1995), el premio La Mesa de Mármol de poesía (1991) y el International Latino Book Award (EE.UU., 2014). Ha realizado crítica literaria en las revistas Letras Libres, Cuadernos Hispanoamericanos, Quimera, Turia, Nayagua, etc. Fue codirector de poesía de DVD eds. (2003-2012) y director de la Editora Regional de Extremadura y coordinador del Plan de Fomento de la Lectura en Extremadura (España, 2016-2018). Ha publicado en poesía Razón de ser (1992), Ángel Mortal (1994), La luz oída (1995, 1996, 2021), La ordenación del miedo (1997), El barro en la mirada (1998), El corazón, la nada (1999), Las horas y los labios (2003), Soliloquio para dos (2006), Cuerpo sin mí (2007), Bajo la piel, los días (2010), Insumisión (2013), Dices (2014), Muerte y amapolas en Alexandra Avenue (2017), Tú no morirás (2021), Hombre solo (2022), entre otros; en libros de viaje El mundo es ancho y diverso (2018), Americaneando. Un viaje por los Estados Unidos después de Trump (2023), etc.; en crítica literaria De asuntos literarios (2004), Lecturas nómadas (2007), El oro de la sintaxis (2020), Lector que rumia (2023); y en traducción Poemas a la hora de comer (1997) de Frank O’Hara, Poemas de la última noche de la Tierra (2004, 2018) de Charle Bukowski, Hojas de hierba (2014), Canto de mí mismo y otros poemas (2019) y Yo soy el poema de la Tierra (2019) de Walt Whitman, etc.
**(Villanueva de la Serena-España, 1979). Poeta, narrador y crítico. Doctor en Filología hispánica. Se desempeñó como docente en las universidades de Marburg (Alemania) y Brno (Rep. Checa) entre 2004 y 2009. Desde 2010 se desempeña como profesor en la Universidad de Extremadura (España). Ha publicado en poesía Latidos y desplantes (2011), Rendicción (2013; traducción inglesa de Terence Dooley: Sur (Rendering), 2020), Tratado de entrañeza (2014) y Des en canto (2019); en narrativa Inconvenientes del turismo en Praga y otros cuentos europeos (2012) y Ut Pictura Poesis y otros tres relatos (2018), las novelas cortas Un día en la vida del inmortal Mathieu (2013) y Un otoño extremeño (2017) y las novelas La pasión de Rafael Alconétar (Novelaberinto) (2021) y Restitución (2023).