Por Mario Pera
Crédito de la foto wikipedia
José Santos Chocano en su laberinto:
infamia y asesinato de “el Poeta de América”
Al regresar a Lima José Santos Chocano luego de su periplo por México y Centroamérica, a fines de 1921, se trataba de un personaje envuelto en un halo de gloria literaria y con sendas amistades políticas. En aquellos momentos se conocía el carácter «enérgico» del mismo, más no se vislumbraba aún el actuar delincuencial que mostraría tan sólo tres años después. Al llegar Chocano al puerto del Callao, vecino a Lima, unos jóvenes poetas entre los que destacaban José María Eguren y César Vallejo, lo fueron a recoger para conocerlo y vitorearlo. El poeta recibió varias condecoraciones de parte de diferentes políticos a inicios de 1922, siendo la principal la Corona de Laurel y los títulos de «Hijo predilecto de la ciudad de Lima» y de «El Poeta de América» que le fueron otorgados por la Municipalidad de Lima y que le insufló el ego, si aún más se podía, en medio de una estruendosa ovación y fiesta dada en el Parque de la Exposición.
Ya en 1924 y con motivo de las celebraciones por los cien años de la Batalla de Ayacucho con la que se selló la independencia del Perú, el poeta Chocano ofreció un elocuente discurso frente a numerosos militares políticos y ciudadanos de a pie, en el que argumentó y elogió las “bondades” de las dictaduras de Latinoamérica, granjeándose la simpatía del presidente peruano Augusto B. Leguía, lo que Leopoldo Lugones (poeta, periodista y político argentino) exaltó diciendo en su discurso que había llegado la hora de la espada en Latinoamérica.
Ante ese escenario, con declaraciones tan impactantes por literatos e intelectuales muy respetados, varios periódicos y revistas de América Latina respondieron con burlas, sarcasmo o comentarios críticos y corrosivos en contra de aquellos escritores, a quienes se consideraba serviles a las dictaduras a cambio de condecoraciones, premios y dinero. Uno de los más ácidos críticos fue el periodista y político mexicano José Vasconcelos, quien calificó como “bufón” al poeta Chocano. Este no pudo contener su ira y atacó a Vasconcelos con críticas y epítetos más duros aún vía los medios periodísticos de la época, los que tuvieron como súmmun el artículo titulado “Apóstoles y farsantes”. Ante ello, catorce periodistas e intelectuales peruanos en un acto de solidaridad profesional, firmaron un acta de apoyo al periodista Vasconcelos. Entre esos suscriptores estuvieron personalidades de la talla de José Carlos Mariátegui, Luis Alberto Sánchez, Manuel Beltroy, Carlos Cox y un joven periodista muy acertado y ácido en sus comentarios que le brindaron reconocimiento, Edwin Elmore.
Precisamente Edwin Elmore no quedó contento con sólo firmar la carta de apoyo, y expresó duras críticas a Chocano mediante un programa radial de la época a la par de escribir una larga nota para el diario La Crónica, en la que analizaba y censuraba fuertemente la dictadura de José B. Leguía así como a todos sus partidarios y defensores, entre ellos al laureado poeta José Santos Chocano. El director de dicho diario se negó a publicar el artículo de Elmore, al considerarlo muy subido de tono y casi personal. En el ínterin Chocano (arrogante y presuntuoso como era) se enteró del tenor de la nota periodística a través de sus amigos y llamó por teléfono a Elmore para increparle por el mismo. Al contestar, el periodista escuchó a Chocano espetarle: ¿Hablo con el hijo del traidor de Arica?, en alusión a que el padre de este, el ingeniero Teodoro Elmore, había traicionado al Perú en la Guerra contra Chile al supuestamente brindar un mapa con la ubicación de las minas instaladas para la defensa del Morro de Arica en 1880. Ante la ignominiosa pregunta, Edwin Elmore respondió: Eso no se atrevería usted a decírmelo en mi cara.
El incidente no quedó ahí y Elmore escribió una nueva carta para ser publicada esta vez en el diario El Comercio (el de mayor circulación y prestigio nacional en esa época) en la que respondía a José S. Chocano ante tal ofensa. Lo mismo hizo el poeta, quien pretendía publicar una carta a Elmore en el mismo diario la que, entre otros puntos, manifestaba temerariamente:
Desgraciado joven, aunque no tiene usted la culpa de haber sido engendrado por un traidor a la patria, tengo el derecho de creer que los chilenos han pagado a usted para insultarme… Pequeños farsantes todos ustedes, generación de cucarachas brotadas en el estercolero de la oligarquía civilista… Miserable, como he aplastado a Vasconcelos, te aplastaré a ti sino te arrodillas a pedirme perdón.
Para mala suerte de ambos, periodista y poeta, se encontraron el 31 de octubre de 1925 en el salón de El Comercio cada uno con su carta bajo el brazo. Según narran algunos periodistas testigos de los hechos, los vieron abandonar el lugar en medio de un alboroto; segundo después observaron a Edwin Elmore sujetando de las solapas del terno a José Santos Chocano mientras le propinaba varios golpes en el rostro con el puño derecho. Los testigos no tuvieron tiempo de separarlos en medio de la golpiza cuando Chocano, quien había podido zafarse por unos segundos de Elmore, extrajo un revólver Smith calibre 38 que tenía escondido en el bolsillo. Todos los presentes se hicieron inmediatamente para atrás, entre ellos Elmore quien se retrocedió hasta quedar de espalda contra la pared, a poco más de tres metros del poeta. Para ese momento eran varios los periodistas y hasta el director del diario, Antonio Miró Quesada, quienes veían transcurrir la escena, siendo ellos parte de la noticia. Según contaron Chocano no dudó en descerrajarle un tiro a quemarropa al joven Elmore, quien se encontraba sorprendido y desarmado. La bala le alcanzó el vientre, ante lo que reunió ambas manos en el mismo para detener la hemorragia y salir caminando perdiendo el equilibro hacia la calle. Se apoyó en la reja de entrada al local, cuando uno de los periodistas que ingresaba al diario lo vio y auxilió cargándolo hasta un automóvil que lo trasladó al Hospital Italiano.
En el entretanto Chocano estaba completamente exaltado y pretendía deshacerse de los periodistas que intentaban desarmarlo y detenerlo para llevarlo a la Policía. Siendo varios no pudo y “el Poeta de América” fue llevado ante las autoridades para ser encerrado en un cuarto del Hospital Militar siendo merecedor de todas las comodidades de quien es amigo del Poder. Mientras tanto, el periodista Elmore se debatía entre la vida y la muerte en un larga y penosa agonía que finalmente lo venció para morir el 02 de noviembre de 1925, con escasos 35 años de edad, siendo enterrado al día siguiente en el cementerio Presbítero Matías Maestro de Lima. Dejó viuda a Elmina de Marinis, italiana con quien se había casado en Florencia en 1924 y con quien tuvo una hija que, al momento de la muerte de Elmore, apenas alcanzaba el año de edad.
Como es lógico, el poeta José Santos Chocano afrontó un proceso judicial largo, el que se vio apañado por su amplia fama, ante la que no pocos ciudadanos le daban la razón por lo que los jueces que atendieron su caso mostraban a priori una disposición benévola con este. Debemos tener en cuenta que Chocano era un férreo defensor y amigo del régimen leguiísta, régimen que a todas luces lo protegió incluso con órdenes llegadas desde Palacio de Gobierno. El encargado de velar por el «bienestar» del poeta fue Ricardo Dulanto, a la sazón Secretario del presidente Leguía. Es por ello que pese a la gran cantidad de testigos y a que el propio director de El Comercio acudió ante el Tribunal Correccional a dar su manifestación, todo lo dicho y coroborado por los testigos quedó en el aire y es que la sentencia ya estaba pactada días antes por la corrupción del régimen de Augusto B. Leguía quién coludido con los jueces blindaron a su acérrimo defensor y prosélito. Al final del proceso los jueces del Tribunal sentenciaron a Chocano a escasos tres años de prisión y al pago de dos mil libras peruanas como reparación civil, pese a tratarse de un homicidio en primer grado.
No obstante, la ayuda de Leguía y la corrupción no quedaron ahí. Con un Congreso con mayoría del partido leguiísta, y sin que la sentencia del Tribunal Correccional se hallara aún confirmada o anulada, el Congreso decidió votar, en una clara violación al Estado de Derecho y a la separación de Poderes del Estado cuando menos entre otros muchos delitos, para detener el juicio y darle una gracia congresal al poeta Chocano, quien resultó indultado en pleno proceso judicial penal en uno de los actos más corruptos, ilícitos e indecorosos que hayan tenido lugar en la historia de la justicia peruana. Aquella vergüenza se ejecutó en abril de 1927.
José Santos Chocano Gastañodi demostró que en el Perú, si tienes amigos en el Poder, puedes incluso asesinar a un hombre a sangre fría con numerosos testigos de por medio y, a lo sumo, se te sancionará con unos meses en una cárcel dorada para al final ser disculpado por uno de los Poderes del Estado. Asimismo, resulta abyecto y miserable como desde su “prisión” y mientras se desarrollaba el proceso José Santos Chocano lejos de arrepentirse y al menos guardar silencio, motivado por su descomunal ego, continuaba vilipendiando y difamando la memoria del periodista asesinado por él, del padre de este y de los amigos del periodista (especialmente aquellos cercanos a José Carlos Mariátegui y a quienes firmaron la carta de apoyo a Vasconcelos) a través de artículos ominosos que publicaba bajo una prensa servil como el diario La Hoguera.
Es así como el caso Chocano-Elmore representó lo más pútrido del estado de la justicia peruana del siglo XX. Acontecimiento del que el “El Poeta de América” salió bien librado tras pocos meses para viajar en octubre de 1928 a Santiago de Chile, ciudad en la que se finalmente se estableció. Sin embargo, tras el asesinato de Elmore no todo siguió siendo favorable a Chocano, quien se vio segregado por un amplio sector de la intelectualidad peruana, y también chilena, viviendo en la precariedad económica e incluso teniendo que empeñar (para subsistir) la corona de laureles hecha en oro que le entregó la Municipalidad de Lima. El otrora gran poeta peruano, homenajeado y exaltado por los gobiernos, se volvió en Santiago un personaje casi delirante, en decadencia económica y continuamente estafado por seudo clarividentes que le auguraban que encontraría un supuesto tesoro oculto por la orden religiosa de los Jesuitas.
Para sellar su trágico final, Chocano fue asesinado el 13 de diciembre de 1934 en el tranvía de Santiago por cuatro puñaladas encajadas en él por Martín Bruce Badilla, dos de las cuales le llegaron directo al corazón y las otras fueron a darle en la espalda. En un inició se adujo que su asesino fue un exsocio suyo que, seguro de que este había logrado encontrar algún tesoro, no le había dado su parte. Sin embargo, el tribunal de justicia chileno que llevó el caso pidió la realización de un examen psiquiátrico al implicado, el que determinó que se trataba de un paciente de un hospital cercano que padecía de esquizofrenia.
El poeta murió sumido en la absoluta pobreza y casi en la locura producto de la búsqueda de un tesoro inexistente, pero en medio de un funeral apoteósico. Sus restos fueron finalmente repatriados a Lima en 1965, año desde el que reposa en el mismo camposanto que su víctima, Edwin Elmore.