Por Juan Carlos Astudillo Sarmiento
Crédito de la foto Ed. La Castalia
A propósito de la publicación del nuevo libro de poesía de la escritora quiteña Aleyda Quevedo Rojas, en seis ciudades de los Andes del Ecuador, el poeta, catedrático y fotógrafo Juan Carlos Astudillo, comparte con los lectores de Vallejo & Co. un acercamiento a esta obra de Quevedo, que ganó los Fondos de Artes Literarias en su país y que está acompañado de un video que los invitamos a mirar aquí:
Indicios, distancia y texturas:
ecos de un herbolario universal
1.Indicios
La lectura de un poemario, cuando lo es, jamás nos deja indemnes, como refiere David Choin. Procurar asirlo, imposibilidad que gestamos conscientes de la necedad, inaugura puertas y aristas que sugieren una aventura sobre algo que no podría decirse de otra forma… por eso entiendo que comentar un poemario es inventar sobre él sombras que de otra manera no sabríamos nombrar. Me explico: la exégesis de un texto poético es una espiral semiótica que procura decir de otra manera algo que jamás se dijo, porque la poesía no dice: sugiere, señala, deja indicios para tentar una huella.
La aventura de intentarlo, sin embargo, exige un plan, aunque jamás se cumpla… y al empezar esta lectura lo primero que articulé fue la textura del título: Herbolario íntimo… una musicalidad que reverbera en la parte superior del paladar como abriéndose paso hacia silencios que exceden la racionalidad, y que es desde donde quiero partir: este poemario procura, desde su vibración más íntima, una suerte de camino al que nos invita la voz poética que se avienta sobre el mismo y lo va, por supuesto, cifrando, mientras nos lanza migas, hojas, aromas, rastros. “Y sueño que estás soñando dentro de un mismo sueño”, nos dice, resonando las enseñanzas de Don Juan en el desierto de Sonora o la inmortalidad de los sueños de Chuang Tzu, es decir, esas formas otras de construir epistemes lejanas a la frívola razón cartesiana, esa potestad que yace en la poesía para acceder al silencio y que, en algunos momentos/ poetas se materializa en ecos que reverberan esas otras formas de conciencia a partir de las huellas de lo real en un mundo que siempre será más amplio en la palabra como meditación, como observación profunda que no necesita de las grandes cuevas o las nieves perpetuas, sino de un jardín y una mirada fiel sobre lo que lo habita:
“los mirlos no saben de cantos/ tampoco de belleza espectacular./ únicamente dominan el arte de brotar éxtasis/ y reinar en los jardines del páramo sembrados/ de capulíes”/ “Yo, la que ahora se sienta a contemplar la revelación/ de las piedras negras, yo misma sé bien que algo en mí/ resiste y se expande, escribe y soporta…”.
2.Distancias y texturas
Herbolario íntimo se construye con 3 partes: Hierbas oscuras; Herbolario de intuición y Botánica del Cuerpo, y las tres se sostienen en la poética con que se inaugura esta experiencia lírica, sobre la cual nos invito a pensar. Y es que en el primer texto del libro encontramos una suerte de advertencia. Es como si la escritora se dijera a sí misma, a su otredad lectora que devenimos más adelante todes, que escribir poesía es un riesgo constante entre la exploración devastadora del lenguaje, la consagración de las resonancias y la incertidumbre que se sostiene al habitar un mismo aliento: el silencio como forma total de expresión, como quería Octavio Paz. Es una invitación, además de una advertencia, porque desde este instante sabemos que la voz poética comparte una búsqueda “sobre la incertidumbre del paisaje” en tanto certeza líquida sobre la cual construir su propia palabra, esa “hostil flor” que es el poema que nos empuja a los laberintos de la significación en donde el no decir aguarda resonando el inicio, el indicio, lo poético. Por esto, me parece, la economía del lenguaje va más allá del recurso y se establece como episteme y la imagen, más que punto de encuentro, se vuelve sentimiento que estructura la porción de la realidad que necesita expresarse objetivamente por medio de las palabras y los vínculos que inauguran (Amado Alonso).
Toda aventura inicia con una separación, como quería Propp y, en este poemario la distancia con que parte procura diluir el referente mismo del locus de enunciación como cuando en la fotografía omitimos los rostros, o en los paisajes, lo humano. Así, el texto procura establecer dicho lugar desde lo iniciático en una aventura espiritual a partir de la distancia que se asume como ejercicio vital para entender la otredad desde ese salto hacia dentro, hacia sí misma en el pretexto del ayuno en tanto estreno de la jornada atemporal que permite descubrir profundidades en lo cotidiano del jardín interior/exterior: “ser cuerpo atado a tierra,/ árbol que podrías ser tú misma/ botando las hojas muertas y creciendo hacia dentro”; imágenes que se sostienen al juntar campos semánticos aleatorios, naciendo formas de entender lo que escapa a la razón: “la elevación espiritual de la hierba,/ noble hábito de oler la oscuridad del jardín”.
Las texturas en la poética de Aleyda desbordan la sensualidad en tanto imposibilidad del lenguaje que aparenta quietud desde la danza como las aguas del río que solo van, sin pedir, sin esperar, en entrega… sensualidad en tanto generosidad, espejo de palabras/ casa de espejos que tientan los rizomas desde donde el decir pareciera encontrar las formas para reconocernos o encontrarnos, declarando lo universal. La depuración del lenguaje, la economía sobre el mismo que nos conduce, sobre todo en la segunda parte del poemario, a una serie de imágenes limpias que se levantan como haikus o aforismos prendidos en la botánica ancestral andina y un juego con la sintaxis para abrir resonancias y significantes a partir del quiebre rítmico con el uso del verbo comandando lo impersonal entre sujetos escondidos, anulados, divididos: “estallar con la lluvia fría./ Instante incendio del beso./ Perlada piel peregrina”/ “la profundidad de una caja de fósforos. / Mides astucia y riesgo. Se trata de volver a la ceniza”.
Decir mucho con muy poco es apelar a la sorpresa, a lo inesperado, a la intuición que, como decía Amado Alonso, consiste en una visión penetrante, absoluta de la compleja y multiforme composición de la realidad y, sin embargo, después de una serie extensa de pequeñas y profundas gotas (y sabemos que la gota contiene el mar, como querían los Sufíes) en la tercera parte del poemario cambia la frecuencia organizando nuevas figuras rítmicas que, aunque no renuncian a la economía y el poder de condensar en una sola palabra una línea versal, nos invita/ obliga a repensar lo que venía siendo reposicionándonos desde nuestra esfera de lectores sacudidos por el cambio brusco, valiente, y sostenido del largo aliento:
separar
los labios
las olas
Encontrar
el mar
el olor cercano
de las sábanas
La palabra mar
para morder tiempo
Sed
Salvaje
Ser
Embriaguez
y
entregar hasta lo que no se tiene
Exacto
el amor incondicional
El llanto
te sobreviene
sale
de tus labios
de tu honda parte
que tantas veces pidió
no
volver
a enamorarse…
Consciente de la semiosis y sus posibles, inagotables por definición y ciertas sobre esta poesía, desde la lectura que propongo me parece que la dicotomía, esencial, la dualidad que define la episteme que somos: el mundo y las ideas, lo real y lo ajeno, la razón cartesiana y lo que felizmente la excede, la flor y el cuerpo de su aroma o el aroma que es su Camino (esa es la ruta en la poética expandida de este libro que se busca habitando los excesos del silencio y la contemplación y los del deseo y la escritura), se organiza en un viaje expiatorio hacia dentro, en una toma de distancia del referente personal que le permite a la voz poética encontrar una forma universal para abordar la contemplación desde la libertad del dejar de ser para Ser en lo mínimo que lo contiene; todo bajo el pretexto de la huerta a los pies de Pichincha y de la literatura, deconstruyendo un discurso a través del ritmo y la imagen, unificados por la economía del lenguaje hasta regarse en un texto que cifra lo que un Jurado Internacional entendió como “poesía de excelencia”, lo cual es tanto, que cabe dejarlo ahí…
*(Cuenca-Ecuador). Poeta, catedrático, editor, fotógrafo y escritor con 12 libros publicados (entre poesía, investigación y fotografía) y cerca de 300 artículos / reportajes / entrevistas entre revistas especializadas y prensa escrita. Su obra literaria ha sido incluida en antologías de la poesía ecuatoriana y su fotografía ha sido publicada en revistas especializadas en Argentina, Costa Rica, EE.UU. y España. Desde hace varios años trabaja en la fusión de la poesía y la fotografía y, en el 2019 publicó su cuarto poemario (UDA); y ganó la convocatoria 2020 de la CCE con obras que conjugan ambos lenguajes. Su libro de poesía y fotografía: El tiempo semejante, está disponible para descarga sin costo en el catálogo digital Alfabeto del Mundo haciendo click aquí.