Hierve entre las manos. 5 poemas de Andrés Moz

 

Por Andrés Moz*

Crédito de la foto www.periodicoequilibrium.com

 

 

Hierve entre las manos.

5 poemas de Andrés Moz

 

Míster cop

 

(A Carla Ayala y Daniel Alemán)

 

No necesito calzar su uniforme para hablar de la muerte

ni conocer el oscuro abecedario que le besa los dientes,

señor policía.

Dígame entonces

qué hacemos con sus tatuajes,

dígame

dónde esconder la dentada silueta de su miseria,

qué hacer con esa tristeza de no poder meter sus manos bajo mi falda,

de no poder llevar mis tacones,

con esa rabia luminosa que lo hace querer romperle los dientes a mi hermano.

Perdone, señor policía,

que sea tan directo,

perdone mi tristeza,

perdóneme, señor policía, por no ser uno de sus muertos,

por no sonreírle trágicamente a sus compañeros en la patrulla,

por no estarme pudriendo en bartolinas,

por no dejarme fabricar las pruebas necesarias,

por no agachar la cabeza y caminar bonito frente a su sombra

de un metro treinta, de un metro ochenta.

Acá la noche se nos mete por los pulmones,

acá los billetes tienen el rostro de lo que hemos perdido,

no necesito los cuchillos,

no necesito los balazos,

no necesito verlo agitar su soledad en el asiento del copiloto.

Míster cop-burbuja negra-the polismen,

¿Cuántos gemidos le caben en la punta de la bota?

¿Cuántas cicatrices dormidas lleva en el eco de sus manos?

¿Cuántos desiertos han tejido las arañas en la boca de su mujer?

¿Cuánta ausencia soportan los delgados huesos de su hija?

Yo lo conozco, señor policía,

no necesita taparse el rostro para mí,

no tiene porqué arrodillarse frente al Cristo,

ni llevar más ceniza en su frente que la que lleva en las manos,

no necesita demostrar que nació con alacranes en los ojos;

yo escucho desafinar esa canción desde que desapareció a su compañera,

yo conozco su dulce ritual de sangre,

yo sé de la potencia hidráulica de sus mandíbulas.

No se preocupe, señor policía,

yo traigo mis propias bolsas negras

para ahorrarle el gasto

y las molestias.

 

 

Válium

 

No abras la puerta madre

en esta habitación hay un canto siniestro de fármacos & jeringas

un hombre pronunciando el nombre de la tristeza

un hueso deforme que asemeja la dureza del corazón

 

Madre detrás de mis ojos están los ojos muertos de mi hermano

detrás de mis manos de mi voz de mi angustia de mi sombra iluminada por las moscas

 

Madre no abras la puerta

puede ser que las bestias arrullen el alma de tu hijo

que los chacales extingan su cordura sobre mi carne

que mi risa recuerde a una mañana lluviosa en el cementerio

 

Madre ¿quién está parado al otro lado de mis años?

¿quién se ríe de nosotros & voltea su mirada hacia la tumba?

¿cuántas veces mis lágrimas te han quebrado los ojos

& pulverizado caricias que dejaron los fantasmas de los últimos años?

 

Qué vergüenza haber nacido muerto qué vergüenza haber nacido

en este oficio eterno de Caín levantando reinos

con este espíritu de Lázaro ignorando la voz de Cristo

con esta geografía de labios sin labios de rostro sin beso

con estas treinta monedas de plata sobre mi lengua

 

No abras la puerta madre

puede que te encuentres retratada sobre mis ojos

que la primera palabra que escuches

la hayan escrito los escarabajos entre mis dientes

 

 

 

Crack

 

Rosa Polar hierve entre las manos.

Burbujeo incandescente.

 

En mi pecho las cucarachas ponen sus huevos.

 

Extraviado está el niño que con los años devolví a su pesebre.

 

Escucho el beso que me niegan, el beso que no doy.

 

La ciudad es un espejo roto donde mi nombre encuentra su lugar.

 

Soy ese pozo muerto,

…………sitio en el silencio,

inmóvil catedral de los sueños.

 

Me arrodillo sobre mi rostro & ahogo mis párpados entre mis venas.

 

Cada esquina de la noche tiene mi cuerpo dibujado;

mi rostro tres disparos, mi costilla seis navajas

& mi tristeza degollada para repartir a los testigos.

 

Camino entre automóviles & calaveras enfermas,

entre la música de los basureros, entre las caries de los suicidas.

 

Sucias están mis manos & siempre limpio mi corazón.

 

Amo la herida consciente & los látigos de la madrugada,

las gasolineras abiertas,

los golpes de los hombres que nada tienen que perder,

las caricias a la orilla de la calle,

las monedas abandonadas en los charcos,

los policías extraviados en sí mismos,

las mujeres que exprimen su dolor como a un limón seco.

 

Hierven mis manos, Rosa Polar.

Soy el humo que rebota en los tejados,

la ceniza repartida en las historias de amor,

el tacto siempre enfermo & la piel que vio parir a sus gusanos.

 

Es fácil, no me quejo:

he olvidado mi nombre & cicatrizado mi culpa

entre las manos de mis amigos & la fiebre de mis amantes.

 

Escaleras abajo mi país escupe su amargura sobre mi rostro.

 

Es imposible respirar.

Rosa Polar que ardes entre mis dedos,

a través de ti soy una barca ignorando todos los puertos.

Entran las hormigas bajo mi piel. Telaraña azul.

 

Ella dice que me ama & pregunta mi apellido;

tiene los labios negros & el cabello corto,

su vientre suave como el silencio,

como el amor de los cuchillos,

como una ráfaga a la cual no debo temer.

 

Sucias están mis manos & siempre limpio mi corazón.

 

Desgarradura tibia del abismo, Rosa Polar.

No más venas visibles ni ternura escondida,

no más lenguaje de plomo ni palabra del agua.

 

Ella dice que me ama & pronuncia mi apellido;

tiene en las manos el temblor de una lágrima

sobre la piel de una cuchara.

 

Soy ese pozo negro donde terminarán mis días.

Sueño. Rosa Polar. Vena rota. Última visión del chacal.

Amanezco desnudo & con las manos vacías.

 

Las cucarachas escapan de mi pecho.

 

Lo que queda de mí

es un susurro del espejismo.

 

El poeta Andrés Moz.

 

Poema para leer en un bar al sur de la ciudad

 

Para Alberto López Serrano, Erick Arévalo, Jorge López

Fredy Mejía y José Aguilar

 porque cada uno tiene un motivo legítimo para amar la noche.

 

 

Cierra la botella sobre tus ojos

su caliente párpado luminoso.

Desaprendimos la forma de amar sin esperar la certeza de los dados,

entendimos que el sueño le ha sido negado a quienes desearían olvidar las respuestas.

Desde hace años

es tiempo de llorar la más amarga de nuestras risas.

Abrir la ventana es encontrarse con todas las puertas cerradas.

Entre nosotros

la respiración de los escombros,

el ojo vacío que nos recuerda el incómodo giro de la ruleta,

las agujas en los relojes & los brazos,

los tímidos acordes de los insectos,

la nieve amarilla escurriéndose en los pulmones.

Ninguno aquí es distinto a una estrella que se apaga.

Todos iguales a una repentina canción de tres minutos & medio

cuyas líneas nunca humedecen nada entre las piernas

pero que sí conocen de banderas podridas en los ojos.

Ladrillo tras ladrillo los signos cobran sentido,

en estas paredes donde la inocencia es la antítesis de la sombra,

donde una llave es suficiente para todas las puertas,

donde la noche dura lo que permita la doble cara del llanto.

 

 

 

Discurso roto

(o breve autobiografía del caos)

 

A partir de la serie ‘’Pulpos’’ de Efraín Caravantes

‘‘Hecho de nada soy, por nada aliento;

 nada es mi ser y nada mi sentido’’

Jaime Torres Bodet

“El niño es capaz de ver la muerte

donde el anciano sólo encuentra el artificio”

Elías Marín

 

El cuerpo no soporta el espíritu.

 

De nuevo hablo de mi carne,

absoluta representación de la renuncia.

 

De mi costilla: el vacío. Nada nace de mí,

ni siquiera esta lágrima de piedra que se humedece en el poema.

 

& observo,

lo hago con la ceguera de quien lo ha perdido todo

& sostengo mi corazón como quien entrega un acantilado a los niños.

 

Más allá de mi puerta

ningún latido

 

(hijo bastardo de la transparencia de los días,

único huésped de los otros que me habitan,

herida predecible para quienes han visto mis ojos)

 

¿& hasta dónde llegará mi canto

si todos quieren hablar…

si no calla el cráneo & se rompe,

si todos adentro escriben una fiesta con mi sangre,

si yo escribí mi epitafio allá por 1,994

& falsifiqué mi ternura para no arruinarle a todos mi infancia,

si la vejez enferma & los enfermos se consideran la última costilla

& no comprenden que los golpes no son más que un eterno retorno

& que cada patada en el rostro del padre

es un puño cerrado sobre los años

& una voz temblorosa que regresa con un megáfono

entre los huesos?

 

De mi costilla: el vacío. Ninguna herencia para nadie.

El círculo perfecto de todos dentro.

El círculo perfecto de todos fuera. & mi voz:

este pájaro dormido que despierta a quienes lo imaginan muerto,

la enumeración incesante, esta procesión de ídolos rotos

& cuerpos sin rostro. Anónimo el dolor para romper la piel,

para partir las ventanas frente a la negación de la sombra

porque otras son las guerras de este tiempo, la pólvora & los perros,

porque el cristo es el mismo desde el principio de los muertos

 

Ahora nos queda el ruido: un laberinto nunca transparente,

la caricia invertebrada de lo que no se nombra, la mano sobre la pierna,

el juego inocente de las navajas en la garganta, de los periódicos en la sien.

¿& quién quiere salir si allá afuera es igual el aroma del fracaso?

 

No se necesita luz para comprender la rosa. No se necesitan labios para saborear el beso.

Lo que quiero decir: no se encuentra en las palabras.

 

 

 

 

 

*(San Salvador-El Salvador, 1994). Poeta y gestor cultural. En la actualidad estudia la Licenciatura en Letras en la Universidad de El Salvador. Es miembro de Fundación Metáfora y del equipo coordinador del Festival Internacional de poesía Amada Libertad; a su vez, es director de los ciclos permanentes de poesía Los Heraldos Negros y La noche del Albatros. Ha participado en el Festival Internacional de Poesía de Aguacatán (Guatemala, 2018) y en el Primer Encuentro Centroamericano de Escritores Edilberto Cardona Bulnes (Honduras, 2018). Ha publicado en poesía Carcoma (2017) y Pesebre (2018).