Por José Gregorio Vásquez
Crédito de la foto www.sipse.com
Juan Gelman.
Poesía bajo la sombra de la memoria
¿a la memoria le falta realidad/a la
realidad le falta memoria?/¿qué hacer
con la memoria/con la realidad
en la mitad de esta derrota o alma?/
J.G.
La soledad extrema del exilio
me detendré/quieto
en tu lluvia de sueño/
lejos en el pensar/
sin temor/sin olvido/
Juan Gelman
Juan Gelman. Su voz. Su silencio. Su dolor. La alegría solapada. El amor. El exilio. Los amigos que ya no están. La memoria de sus compañeros torturados, desaparecidos. Su hijo. EL vacío hondo en el alma. La penuria. El trago amargo. El corazón destruido por su desaparición. Los años de lucha. Los años de confrontación. Las palabras para crear. Las palabras de otros para destruir. Los fusiles de la impiedad. Las balas que la soledad y la lejanía hundían más y más en la piel reseca del dolor. En la piel cuarteada por la inclemencia del dolor. Las muchas ciudades que le acompañaron. Dónde está el poeta. Dónde se ha refugiado el poeta. Desde dónde canta con la palabra escondida, protegida. Desde dónde grita en silencio. Desde qué rincón del mundo pronuncia con la piel desgarrada. Con los ojos heridos. Con la nostalgia acechando la página secreta. Sucumbiendo ante el silencio impuesto. Dónde vive el poeta. Dónde reposa. Dónde sueña. Qué agua pura puede darle vida. Qué escribe el poeta. Cuál es la piel de su poesía, la carne de su poema.
Que sean estas palabras un pequeño gesto para escuchar la voz de un poeta que nos traduce desde el tiempo lo esencial del poema, y nos hace partícipes de sus palabras, del recorrido por donde andan protegidas sus palabras, esas que aún hoy podemos encontrar en su obra, en sus sueños, en su voz.
El poeta ha pasado por todas estas páginas dejando marcas de tinta profunda para sí mismo, marcas que aprendemos a reconocer con el tiempo y, que quizás con ese mismo empeño, podremos recorrer y recordar. En Gelman vemos el paso agónico de un tiempo trágico para la Argentina; el poeta lo guardó en poesía, y lo fue recogiendo así para protegerlo, para recordarlo: nada puede pasar al olvido, nada puede ocultarse de la memoria. Y basta con abrir esos “olvidos” que muchos creen, para encontrarnos con la vida y la obra, con las palabras y las marcas que esas palabras traen todavía. Hay muchos episodios de vida en un poeta. Uno como Juan Gelman está tatuado de palabras que abren cada una un recuerdo de tiempo. Aquí quiero despertar algunas de esas palabras para encontrarnos con el poeta, con la piel del poeta, con su mágica poesía y con el dolor guardado en ella, protegido, sublimado, encendido que ahora y que siempre tendremos al abrir las páginas de sus libros.
El segundo oficio
La madre siempre le recordó que de la poesía nunca viviría, pues la poesía no era un oficio. Sin embargo, su vida fue ese oficio, esa posibilidad de ver y de mostrar a través del lenguaje para que todos viéramos el alma de los barrios de Buenos Aires, de sus voces, de sus noches, de sus calles escondidas, de sus arrabales y su tango en la piel. Creyó firmemente que la influencia más importante o esencial era el afuera de la realidad cotidiana, esa realidad que podía despertar el tiempo detenido que nadie a veces sabe reconocer.
El 3 de mayo de 1930 nace en medio de un momento también difícil, a comienzos de siglo, para la Argentina. Sus padres traen muchas historias a esta familia de emigrados. Juntos vinieron del viejo continente. El padre perteneció al ejército zarista en Rusia, esa era su patria, y la madre provenía del pueblo ucraniano. Llegaron a Argentina en 1928 y se ubicaron en Villa Crespo, barrio porteño de inmigrantes. Allí nació Juan Gelman, en medio de esta hermandad extranjera. Sus recuerdos, en muchas oportunidades, vuelven a estos años de la infancia. La infancia es el tesoro más grande de la vida. A ella retornamos siempre. Aunque a veces persista la calamidad para muchos niños, algo de ese tiempo queda. Algo vital sin duda.
De la voz de su hermano mayor escuchó a Aleksandr Pushkin. La música de Pushkin lo acompañará en sus años siguientes, será algo así como una marca. La sonoridad de la poesía en el aire de su poesía. Con Pushkin se encontró por primera vez con la poesía y con la tradición de la poesía, se encontró con el canto, el sonido puro del lenguaje, la voz secreta de la palabra, el aroma escondido del poema. En algunas entrevistas que hoy podemos seguir escuchando, vuelve esa imagen y ese recuerdo del gran poeta ruso. Su poesía tiene esa magia del canto, del decir, ese decir casi cantando, ese cantar casi leyendo el olor del instante. Sus años siguientes los pasará como empleado, camionero, vendedor de autopartes, periodista, poeta siempre, poeta a cada instante, poeta para la vida, porque el poeta vive para la poesía. Así nos lo recuerda: “no se puede vivir sin la poesía. La poesía es una meta de vida. La voluntad del que desaparece para el otro mientras vive la palabra. La zona más exiliada del lenguaje”.
Luego vinieron los años de las penas hondas que dejó la dictadura militar en Argentina. Sus libros son extraordinarios testimonios de estos años funestos. Muchos de sus textos guardan esos momentos para recordarnos lo aciago que se vuelven algunos tiempos en toda la América de este momento. Gelman reunió varios de sus libros para dejar testimonio en ellos del dolor de estos años para su pueblo, para las familias de tantos desaparecidos, para despedir a sus amigos torturados, vilmente asesinados. Para escribirle a su hijo desaparecido. Para dejarle a todos ellos en palabras su dolor más hondo. Cortázar, quien también vivía desde antes fuera de Argentina y que en ese momento también pasó a ser un exiliado, le prologó este libro que reúne todo el dolor de sus muchos afectos. Las palabras de Cortázar son un reflejo de ese sufrimiento que azotó a los argentinos terriblemente:
“… era preciso que este libro viniera a golpearme en plena cara con su amarga y a la vez límpida fuerza; era preciso que su razón de ser contuviera todo eso que desde hace años vuelve cada noche en mis pesadillas y que en la vida diaria trato de denunciar y de atacar con mis pobres recursos de escritor.”
Era preciso sin duda que el poeta pudiera decir, que el escritor pudiera decir, que todos pudieran decir, que nadie se callara ante la agonía de tantas familias. Y el poeta dijo, y el cantante y el músico y el artista y el silenciado y el olvidado y todos los que sufrieron pudieron decir, no lejos, no nunca, no otra vez… e inclusive los que no pudieron, los muertos, los sacrificados, los silenciados también dijeron, dijeron con otras voces, con las palabras de otros, con la dolencia de otros, y todos lo dijeron para sacarse de su alma tanto dolor, y lo dijeron para poder seguir viviendo, los vivos, y para seguir muriendo, los otros, los ausentes, porque toda palabra queda atada al papel para marcarlo, para hacerlo perecedero… porque toda palabra también queda tatuada en el aire para que la sigamos escuchando, su eco sigue, llega hondo.
Nota VII
ya no te quiero/furia/
no te quiero más/rabia
me desolás el corazón/
me volvés ciego el corazón
y yo necesito que
la claridad me bese como
amor donde amo mi acabar
como empezar/vení tristeza/
mátame vos los muertos que
mochileo con toda el alma/
o terminalos de matar
ya que la gente sigue/como
paisaje o voz que no se calla/
gente que no termina más
Tropiezos
Nos podríamos detener en muchos de sus libros. Cada uno con su sin igual marca desentraña la palabra viva que Gelman trae al despertar la página que tropezamos y que sigue siendo la página recién escrita. En la enorme y significativa fuerza de títulos, algunos trastocados por el dolor, transidos de dolor, todos marcados en el papel para no dejarlos olvidar.
Vamos hacia el olvido y Gelman nos pone, nos guarda, nos trae la palabra que sacrifica instantes para escribir ese dolor, la partida, la pena, la calamidad de esa pena que rompe el corazón abierto y lo vuelve pedazos y el poeta lo vuelve a reunir para seguir la vida. Él sabe que ya no será la misma. Él sabe que ya no son las mismas palabras, que ya no es el mismo poeta, sin embargo, escribe y protege, escribe y guarda para este tiempo. Canta desde otro lugar, el lugar que lleva adentro, el lugar desguarecido, único, doloroso, lleno de terrores, de misterios, de agonías.
Solo quien vive a fuerza de recuerdos puede decir de otros años; decirlos desde su temprana cercanía. Gelman empeñó la palabra para decir con la palabra lo que guardó. El tormento, ese que va quedando solo consigo. Ese que destruye para poder permitir nacer de nuevo. Ese dolor que trae hasta este rincón dividido lo que no hace desfallecer el instante. La desaparición y muerte de su hijo será unos de los momentos más difíciles y que sabe decírselo a través de un extraordinario poema, del que apenas dejo esta primera parte:
I
Hablarte o deshablarte/dolor mío/
manera de tenerte/destenerte/
pasión que munda su castigo como
hijo que vuela por quietudes/por
arrobamientos/voces/sequedades/
levantamientos de la ser/paredes
donde tu rostro suave de pavor
estalla de furor/a dioses/alma
que me penás el mientras/la dulcísima
recordación donde se aplaca el siendo/
la todo/la trabajo/alma de mí/
hijito que el otoño desprendió
de sus puñales de conciencia como
dando gritos de vos/hijo o temblor/
como trato con nadie sino estar
solo de vos/cieguísimo/vendido
a tu soledadera donde nunca
me cansaría de desesperarte/
aire hermoso/agüitas de tu mirar/
campos de tu escondida musicanta
como desapenando la verdad
del acabar temprano/rostro o noche
donde brillás astrísimo de vos/
hijo que hijé contra la lloradera/
pedazo que la tierra embraveció/
amigo de mi vez/miedara mucho
el no avisado de tu fuerza/amor
derramadísimo como mi propio
volar de vos a vos/ sangre de mí
que desataron perros de la contra
besar con besos de la boca/o
cielo que abrís hijando tu morida
El regreso
En el año 1988 regresa a la Argentina, a su tierra de recuerdos. Gelman sigue cantando y leyendo para nosotros cada vez que lo escuchamos con Jorge Cedrón. Juan Gelman es un poeta que sigue aún intacto en sus páginas, y canta para nosotros y nos recuerda su dolor, su palabra fraterna, esa que llegó al sepulcro de sus entrañables amigos desaparecidos a cantarles también al oído, para abrazarlos con la hermandad del uno igual.
En estos días de acercamiento a la obra de Gelman he escuchado sus recitales bajo la magia del bandoneón del maestro Rodolfo Mederos, donde el aire de cada uno se vuelve poema. El poeta tiene la posibilidad de que la palabra salga del papel y se vuelva palabra pura en el aire silencioso de la poesía, pero también tiene la potestad de ennegrecer el destino de la palabra hasta hacerla llegar al inminente olvido o la muerte. Cada poeta tiene ese don. El don criptográfico que le da a su creación. El verdadero misterio de la poesía se da cuando uno encuentra en su infancia a la palabra. Uno no sabe lo que es la palabra en esos años iniciales. Sus oscuras formas toman la fuerza de cada instante que ha vivido hasta entonces atrapado en el silencio y la lejanía.
No sabemos decir y, sin embargo, todo esfuerzo está contenido en la necesidad de decir. No sabemos nada de la palabra y nos volcamos incansablemente en el afán de poner palabras para con ellas atrapar algo del misterio que nos muestra la vida. Esa tarea es la tarea del poeta. La vida toda es esa búsqueda. Su andar se va encontrando con lo que la palabra le muestra cada vez. No sabemos decir, pero evocamos un decir que creemos cercano.
El poeta lucha con el destino
Asomos
podrías estar avanzando a empujones por un río de tristeza/con
la tristeza al cuello/los ojos
ciegos ya de tristeza/el alma
como un pez en tristeza/ninguna
orilla a la vista/o
calor o sol como mano o tibieza
y entonces podría
ser o saltar la poesía del fondo enredada en los pies/
consolación/memoria/
triste tal vez/pero ya no tristeza/dolor
tal vez/pero memoria/consolación/abrigo
suavidad de los días o lomo
donde descansa el corazón salvaje
y turbio y triste como la tristeza
y furiosa cabeza
asomada a este viaje
Palabras, ¿de dónde vienen estas palabras? Quizás del tiempo mismo. De allá lejos. Del sur. De su aire en las calles que multiplican el sonido de tantas y tan invisibles voces del sur. Tenía una deuda de palabras con esta obra que es Juan Gelman. Una obra que también es al mismo tiempo la vida. Poesía para respirar, poesía para soñar, poesía para abrazar al amigo en la penuria. Poesía, sí, para gritar con ella el hondo penar del trágico destino humano a manos del tiempo y de los otros. Y lo que desaparece ante los ojos del tiempo, Gelman nos lo recuerda con cada gesto en sus libros.
Hoy es uno de ellos, uno que cierra justamente el ciclo de su obra y que lo abre nuevamente, quizás en otra dimensión en donde las palabras traen otra vez su sonido intacto, donde la poesía vuelve a decir lo esencial para cada instante. Si hay algo esencial con la poesía, esto es, en recordarnos que somos mucho ruido y que no poseemos la virtud, muchas veces, de ese reconocimiento de la fuerza de la palabra poética. Ahora veo la distancia y el temor de nuestro desapego.
Ya el poeta lucha con el destino que le otorgan en la vida. Ya su vida es un lento andar hacia sí mismo a través de la palabra y cuando le imponen otras tragedias que suman más dolor, el poeta, entonces respira la palabra y se hace acompañar de ella siempre como talismán y sosiego ante la injusta penuria de los otros. Esa es de alguna manera y de muchas la vida, la obra, la palabra y el don de la poesía de Juan Gelman.
Caminó al mar abierto de las palabras para deshojarlas ante el silencio y permitir que ellas volaran alto hacia lo más sublime del poema. Un lugar otro del que las palabras vienen a acompañar. Una forma de salvación, una conversión de un dolor en palabra y el poema y en Poesía. Luego de su partida el poeta sigue entre sus libros. Nos sigue cantando sin duda desde las páginas de sus libros. Nos sigue leyendo con esa voz sin igual. Recordemos su obra y entre las muchas páginas su canto, la música de su canto, la desgarradura del alma que aún lleva profundamente, acompañando así al tétrico esplendor de la nada. Todos abogamos por el recuerdo de su obra.
Nota IV
el temor a la vejez ¿envejece?
el temor a la muerte ¿enmuerta?
¿qué estoy haciendo con los miles yo
de compañeros muertos?
¿me estoy enmuertando yo?
¿acaso les temo/amados?
¿te acaso temo paco/cara
como una alegría humana?
¿o los envidio yo tal vez?/
¿o los envidio yo tal vez?/
¿juntos como anduviéramos ahora
sin sufrir propio o ajeno?
¿pero por qué me lloro en vos-
otros pedazos de mi vida?
¿acaso puedo al fin llorar?
¿puedo por fin al fin llorar?
Para el poeta no hay hoy, ni mañana, ni ayer. El tiempo es uno y es ninguno. La palabra es siempre y puede ser siempre en cada tiempo.