“Escribir poesía requiere valentía”. Entrevista Ana Lafferranderie

 

Por Aleyda Quevedo Rojas

Crédito de la foto Andrés Montero

 

 

“Escribir poesía requiere valentía”.

Entrevista Ana Lafferranderie*

 

 

Aleyda Quevedo Rojas [AQR]: La búsqueda de la poesía, como un destino que te elige. ¿Cuándo comienza ese viaje en tu vida, ese destino, invocando a Blanca Varela? ¿Cuál marcarías como el momento crucial de tu infancia o juventud en el que te vuelvas a desentrañar el misterio de la poesía?

Ana Lafferranderie [AL]: Yo creo que desde muy niña, a los siete, ocho años, quizás antes. Empezó como una experiencia de la percepción: momentos de establecer una relación diferente, muy íntima, con el entorno y conmigo misma. Momentos poéticos. Darme cuenta de que mi propia percepción tenía otra dimensión, otra modalidad que era casi atemporal porque estaba vinculada a un detenimiento y a hacer foco sobre las cosas, los seres, los momentos. Enterarme de que llevaba en mí un modo de observar, pensar, conmoverme que no estaba ligado a la rutina de la vida cotidiana sino a una disposición del ánimo y el pensamiento. Aprendí desde chiquita que ahí estaba el núcleo de algo que me calmaba al mismo tiempo que me encendía y me ponía en relación con lo más propio. Durante esa experiencia, yo era más yo. Y sobrevenía el impulso de escribir, de registrar esas sensaciones y pensamientos.

Paralelamente, era natural para mí hurgar entre los libros que había en casa y ahí podían aparecer Lorca, Machado, Neruda. Una vez, siendo muy chica, encontré uno de Delmira Agustini, poeta uruguaya que nació en 1886 y murió muy joven, que me dejó perpleja y fascinada, porque decía cosas como esta: “En mi alcoba agrandada de soledad y miedo/ Taciturno a mi lado apareciste/ Como un hongo gigante, muerto y vivo/ Brotado en los rincones de la noche”. Ese libro, que no sé ni cómo había llegado a casa, me lo llevé a mi cuarto, lo quise para mí. No lo devolví. Lo leí fascinada por esa resonancia casi hipnótica de las palabras, esa belleza desconocida y oscura del lenguaje. Creo que de algún modo, con mi pensamiento de niña, pude ver también que era un mundo en el que se podía decir con menos pudor.

 

Ana Lafferranderie
Ana Lafferranderie. Crédito de la foto Andrés Montero.

 

[AQR]: ¿Tus influencias, se mueven más por lo vital o por lo libresco? Háblanos de lo que te alimenta, ¿qué expresiones artísticas (visuales y sonoras) se entretejen con tus versos e imágenes?

[AL]: Ambas cosas. Lo vital, sí, pero en un sentido interno antes que en términos de acontecimientos objetivos o de anécdota. Lo que me sucede a nivel de la emoción y del pensamiento. Eso que muchas veces desconocemos y asoma en la escritura como otra voz, como otro lado de la propia experiencia. “Una oscura prisa, un contagio de ala”, dice Juarroz. Configuraciones de la emoción y del pensamiento, disparos de la memoria, repercusión de escenas, atmósferas, silencios, olores, y todo eso traccionado y atravesado, de manera fundamental, por lo que leo.

La lectura es alimento sustancial de la escritura. Mi sensación es la de escribir superpuesta con otros poetas, colándome en sus silencios, tomando de su aliento, en continuidad con sus ideas. No escribo en soledad. Creo que la escritura es siempre un hecho social y compartido. Al mismo tiempo, aquello que tiene que ver con el arte en general y me conmueve en algún sentido (como una escena de una película, un cuadro, una fotografía o ciertas músicas) pregna en mis pensamientos y en mi sensibilidad, se integra a la experiencia y lo escrito.

 

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[AQR]: Montevideo y Buenos Aires, ciudades abrazadas por un río de plata, son tus ciudades. ¿Cómo se dibujan en tu trabajo poético y qué poetas de esas ciudades te resultan emblemáticos y cruciales?

[AL]: Es muy especial la experiencia de ser montevideana y vivir en Buenos Aires, porque son ciudades muy próximas tanto en lo espacial como en términos culturales, lo cual contribuye a que yo pueda integrarlas en un mapa propio. Me cuesta discriminar lo que en mí se vincula a cada lado, cuál es mi parte uruguaya y cuál mi parte argentina. Yo soy ese todo, tanto en la vida como en la escritura. Escribo desde mi presente en Buenos Aires, donde me formé en talleres de escritura y comencé a producir con mayor rigor. Pero siempre marcada por la infancia y el origen, que son montevideanos. Los relatos familiares, los paisajes primeros. Las lecturas fundantes. Entonces voy y vengo, me desplazo por ese mapa casi sin mediaciones, y se mezclan los mundos, los lenguajes, las experiencias.

Respecto de los poetas, en general soy resistente a nombrar porque no me siento deudora de uno sino de tantos y tantos. Soy ávida lectora y en cada etapa busco y tomo aquello que siento que me falta, las lecturas que creo me ayudan a expandirme, entre otras cosas. Pero, si pienso en poetas que uno ha sentido como maestros al leerlos, puedo decir que en Uruguay estoy marcada por las poetas mujeres, que son tan importantes; no necesariamente montevideanas sino también de muchas otras ciudades. Hay algunas a las que he leído con pasión y me acompañan de distintas maneras, como Marosa di Giorgio e Idea Vilariño. Circe Maia, maravillosa poeta, maestra a través de sus poemas y otras excelentes como Amanda Berenguer, Ida Vitale o Selva Casal. Hay narradores uruguayos fabulosos que tienen un registro poético fuerte y que me marcaron desde la adolescencia como es el caso de Onetti o Armonía Somers.

En Argentina, puedo nombrar muchos poetas que son centrales para conocer la riqueza de esa tradición: Viel Temperley, Calveyra, Girri, Bayley, Susana Thénon, González Tuñón. Gente que descubrí al llegar a Buenos Aires. Encontrar sus libros y comprarlos en ocasiones sin ninguna referencia, como me pasó con Giannuzzi. Nombres ineludibles. En esa primera lista nombré solo a Thénon, pero hay muchas poetas argentinas excelentes – además de las que suelen considerarse emblemáticas como Pizarnik u Orozco– que están escribiendo hoy poesía en Argentina: Mirta Rosenberg, Irene Gruss, Dolores Etchecopar, Alicia Genovese, Claudia Masin, Beatriz Vignoli. O que viven fuera del país, como Mercedes Roffé. Son solo algunas, hay muchas, muchas más.

Otros poetas contemporáneos para mencionar, a modo de señuelo: Alberto Szpunberg, Jorge Aulicino, Leopoldo Castilla, Alejandro Schmidt. Fuera de Argentina no se conoce la diversidad y la calidad que ofrece la poesía que se escribe aquí.

 

 

[AQR]: ¿Qué pulsos, registros, tonos y emociones se tejen en tus poemarios, desde El cielo tácito pasando por Volcar la cuna, hasta llegar a Día primero?… no sé si podemos hablar de temas o zonas: amor, muerte, infancia, cuerpos, madre, deseos, destinos…

[AL]: Creo que es evidente cierta obsesión por la temática del paso del tiempo, también por una referencia a la memoria y una reflexión sobre los caminos internos del pensamiento. Memoria, tiempo, pensamiento y la escritura como condensación de eso. Aunque siempre aparecen nuevos temas.

Pienso que es una poesía lírica y a la vez conceptual que, en general, apunta a la concisión y la síntesis, aunque suelen asomar textos más discursivos a los que hago lugar porque me permiten encontrar nuevos elementos. Creo, también, que posee una carga erótica muy sutil, como es sutil cierta tensión en la posición frente al mundo y aquello que no se puede modificar. A la vez, hay un yo poético que en el camino aprende, acepta, por momentos celebra, encuentra alivio, conoce la distensión y sabe refugiarse en las posibilidades que brindan los sentidos.

El tono puede ser a veces levemente melancólico, y esto se liga a lo existencial. Son poemas que tienden a ofrecer algo velado, dicho a medias. En este sentido, al no ser una poesía tan explícita, tengo que trabajar mucho para ser precisa, entrar en eso que surge de manera enigmática (incluso para mí misma), abrir lo que está detrás, iluminar, precisar.

 

La poeta Ana Lafferranderie
La poeta Ana Lafferranderie. Crédito de la foto Andrés Montero.

 

[AQR]: Eres comunicadora e investigadora, coordinaste y gestionaste una serie de ciclos de lecturas de poesía. ¿Qué crees que le hace falta a la poesía para lograr entrar en circuitos más efectivos de difusión, consumo y más amplias participaciones?

[AL]: En primer lugar, estoy convencida de que si fuésemos habilitados e incentivados desde la infancia a tener una mirada poética sobre la vida, el mundo sería mucho mejor. El trabajo con la sensibilidad, el pensamiento y las formas no automatizadas de la percepción solo puede generar apertura, reflexión, riqueza intelectual y emocional. Esa educación para desarrollar una mirada propia, no estandarizada, capaz de captar esas configuraciones particulares que constituyen el hecho poético, seguramente tendría efectos sociales y culturales sumamente positivos. Es algo que va mucho más allá de leer o escribir un poema, porque la poesía es una dimensión presente en la vida cotidiana y en el arte en general.

Los poemas son objetos estéticos específicos, sustentados en el lenguaje poético, y brindan algo único, total, nos ofrecen universos sumamente estimulantes. Pero la poesía se realiza sobre muy diferentes soportes, y yo creo que el cambio radicaría en abordar lo poético como dimensión presente en todas las expresiones artísticas y en la propia vida cotidiana.

El reconocimiento de esta dimensión en la vida cotidiana y en el arte, como algo que escapa a lo instrumental, a lo pragmático. Ese trabajo, orientado a estimular una mirada de ruptura, que reinvente la realidad, le otorgue nuevas relaciones y sentidos, sería, obviamente, en un sentido, revolucionario. Nos vincularía, desde pequeños, con cierta trascendencia, con otra valoración de la experiencia vital. Y creo que, en ese marco, la poesía como género literario resultaría más familiar, menos extraña, menos perturbadora. De otra manera, siempre queda reducida a circuitos de escritores o de lectores que tienen una inclinación puntual, sin que se logre efectivamente movilizar las resistencias a este lenguaje difícil de abordar, desencajado, enigmático, inasible.

De todos modos, no pierdo de vista que este abordaje requiere estar dispuesto a un trabajo, una elaboración, una participación en sentidos no habituales, y no todos estamos dispuestos a ese tipo de experiencia. Quizás esto sea algo que nunca se vaya a saldar del todo, más allá de las políticas que puedan llevarse adelante en este sentido. No obstante, es una tarea que no se debería soslayar a nivel de las políticas estatales: educar para la poesía (en el sentido que antes señalaba) y difundir poesía contemporánea en todo su abanico de posibilidades, rompiendo con el cliché que asocia la poesía a textos que se sienten arcaicos e inactuales.

Por otra parte, hoy, que la imagen lo rige todo, trabajar la dimensión poética de las imágenes aparece como una oportunidad para ayudar a entrar en el lenguaje de la poesía. El cine y la fotografía son soportes privilegiados de la poesía a través de los cuales es posible trabajar esta mirada, entrenar la percepción poética. Valernos de las imágenes para impulsar recorridos por la propia subjetividad.

 

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[AQR]: ¿Cómo miras el actual panorama poético de voces jóvenes en Buenos Aires y en Montevideo?, ¿qué editoriales consideras están proponiendo lo más interesante?

[AL]: Siempre me conmueve, por todo lo que te decía al comienzo, que haya gente que en lugar de hacer otra cosa dedique tiempo a escribir poesía. Requiere valentía y –en cierto modo– ubicarse en un lugar de outsider que, por supuesto, me genera empatía. Por otra parte, los jóvenes siempre aportan sus modos generacionales que refrescan, desacartonan. Traen otros temas e imágenes, otras inflexiones del lenguaje y esto es necesario. Al mismo tiempo, es paradigmática de esa edad una tendencia a masificarse, a acoplarse a modas, a reproducir enseñanzas de los maestros sin pasarlas por el tamiz de lo propio. Son cosas con las cuales hay que ir rompiendo.

Yo leo lo nuevo, estoy atenta y siempre uno encuentra voces que se recortan, que asoman por su contundencia u originalidad. Otras poseen un tono muy similar y se las ve apegadas a creencias generacionales –que encorsetan a la hora de escribir– sobre aquello que se supone debe ser la poesía. A veces dan demasiada centralidad a lo anecdótico y desestiman cualquier trabajo con el lenguaje. Muchas veces desconocen las tradiciones poéticas y asumen posicionamientos como si fueran novedosos, de una manera vacía, sin el sustento teórico y la veracidad con los cuales antes lo hicieron otros. Creo que es importante conocer la herencia que está disponible, posicionarse en un lugar de apertura y de búsqueda personal aprovechando todo lo que legaron las distintas tradiciones poéticas. Esa es la riqueza de este momento. Contamos con lo clásico, lo contemporáneo, lo que nos enseñaron las vanguardias.

Las editoriales que publican poesía son fundamentales. En Argentina hay varias que se mantienen desde hace años, como Bajo la luna, Ediciones del Dock, Alción, En danza, Vox. Muchas otras que son comparativamente más nuevas como Hilos, Zindo&Gafuri, Audisea, Blatt&Ríos, Viajero insomne. Recovecos, Caballo Negro o Nudista en Córdoba, Baltasara en Rosario, que tiene un excelente catálogo. Son solo ejemplos. Hay muchos proyectos editoriales en cada provincia y una proliferación de proyectos nuevos que siempre se celebran.

En Uruguay hay una gran cantidad de esfuerzos editoriales que van en la misma dirección, como Yaugurú, Civiles Iletrados, Ático, Paréntesis o Solazul. En muchos casos son proyectos impulsados por poetas que buscan sus propios mecanismos de difusión ante la falta de receptividad del mercado editorial más tradicional. Estos proyectos son de gran valor, ya que sigue siendo una complicación publicar por estos lugares.

 

 

 

 

 

*(Montevideo-Uruguay, 1969). Poeta, periodista e investigadora. Desde 1990 vive en Buenos Aires (Argentina). Estudió Ciencias de la comunicación en la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Ha ganado el primer Premio de poesía del Fondo Nacional de las Artes de Argentina (2011). Además, se ha desempeñado como organizadora del Ciclo de poesía y espacio cultural Fedro entre 2006 y 2010 junto a Florencia Walfisch. Ha publicado en poesía El cielo tácito (2007), Volcar la cuna (2012), Día primero (2015) y Algo no pasó (2016).

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