Por: Joaquín Fabrellas Jiménez*
Crédito de la foto: Izq. Editorial Pre-Textos
Der. www.cervantesvirtual.com
El oro fundido (2015), de Francisco Gálvez**
Francisco Gálvez merece un lugar en el «Parnasillo» de poetas no ya andaluces, sino de España, de esa corriente que quedó desenfocada del estudio de la poesía de la generación del 68, toda vez que las fuerzas del canon y de la ortodoxia recayeron, como suele venir siendo habitual en lo más destacado de las novedades editoriales y las fuerzas del negocio artístico. Unos estudios que olvidaron lo liminar, los márgenes, ya fuesen físicos o mentales y que incluye a poetas de la talla de Aníbal Núñez, Jose-Miguel Ullán, Agustín Delgado, Diego Jesús Jiménez, Manuel Lombardo o Francisco Gálvez. Poetas que vinieron a demostrar que otra poesía era posible y necesaria, superar las cotas de poesía social y exponer que la rebeldía política era posible desde el tratamiento de la forma, o la ironía, poesía que interpreta desde claves que se enmarcan desde dentro de la cultura popular española y que vinieron a decirnos del poder subversivo de lo poético.
Francisco Gálvez es un ejemplo por tanto del quehacer poético de principios de los 70 y se opuso a la opresión del franquismo, una labor que continuó el trabajo emprendido por iniciativas culturales que bordeaban la censura y que tomaron caminos muy diferentes desde el silencio, la combinación de imágenes y poesía, el uso de estructuras culturales de imágenes y canciones populares y el consiguiente vaciado de dichas formas que jugaban con la conciencia del lector y que intentaba agrandar los márgenes del discurso poético tradicional, toda vez que los parámetros culturales en el resto de países europeos y Estados Unidos comenzaban a introducirse en lo que sería la revolución audiovisual, que tímidamente se introdujo en España, pero que sirvió principalmente para consolidar un régimen que seguía siendo férreo, una revolución edulcorada para los habitantes españoles, excepto para la intelectualidad que trataba de rebelarse ante la mediocridad cultural ofrecida por el régimen franquista y que tenía que ver más con la imagen estereotipada, mediante el cine de un discreto nacionalismo y un rancio aperturismo sin crítica cuando España ya estaba inserta, a finales de los sesenta en un capitalismo de mercado a todos los efectos, excepto en la falta de democracia real.
Francisco Gálvez propone un modelo poético que trata de desvincularse de un canon que había sido asignado a la poesía hecha desde Andalucía, desde parámetros que tenían que ver con el neopopulismo en los temas y en la forma, con un andalucismo del donaire, con una religiosidad mal comprendida, a pesar de que los modelos poéticos anteriores no habían transitado esos caminos, o no solo habían escrito de esa forma, véase la labor de Juan Ramón Jiménez, Lorca, o el legado poético de Luis Cernuda, pongo por caso, por poner tres poetas andaluces que también superaron esos límites y que condensaron las diferentes corrientes poéticas españolas.
Gálvez nos propone una revisión en cuanto a los temas, una revisión desde el neo-platonismo al abordar el tema amoroso y que sigue la influencia de una poesía heredada de la poesía inglesa, una poesía de la meditación, implantada en España de manos de Luis Cernuda, cuya influencia va a verse en Gil de Biedma y extendida desde el magisterio del poeta barcelonés hasta escuelas más recientes como la de la «Otra Sentimentalidad». Una poética que muestra una sutil lucha de equilibrios y ausencias, la ausencia que define el hueco existencial que constituye uno de los puntos cardinales de la producción poética de Francisco Gálvez, propuesta que se afirma desde la elegancia y desde la memoria que es una de las piedras angulares de este libro: El oro fundido, ya que se estructura como unas memorias, unas memorias que deben mucho a la oralidad y así se demuestra en el poemario, el deje confesional que habita en sus páginas, véase el poema con el mismo nombre «Oralidad», página 25:
«Llegas a una casa
no muy lejos de la ciudad
junto al fuego y a la ventana fría,
cuando cuentos de miedo
y verdad son nuestra riqueza
[…]
que hasta aquí ha llegado
de boca en boca,
cuando al amanecer un horizonte
de palabras heredadas
y lo que somos
en las miradas ya fundidas».
Donde vemos una de las primeras intenciones en la poética de Gálvez para este poemario tan complejo como hermoso, aunar el recuerdo y la memoria que se estructurarán mediante la palabra, la palabra heredada en el tiempo, al amor de la lumbre de la casa paterna.
O como nos propone en la sección cuarta de «Última visión de agosto» donde se entremezclan y confunden varios planos cronológicos que se aúnan mediante el recuerdo alternando fantasía y realidad, la presencia de los padres difuntos y el presente actual que contempla a unos hijos que ya han crecido pero que el poeta contempla juntos gracias al discurso poético.
«Hoy leo junto al huerto, mi madre recoge tomates y pimientos, la tarde cae despacio[…] y ya somos el viento que vuelve. Mis hijos juegan en el verde. Ayer fue un día hermoso». Pág. 46.
El oro fundido es un poemario complejo que necesita de la presencia de la polimetría en los versos y en los poemas, ya que se ajusta el verso a la profundidad de pensamiento y a la necesaria expresión del sentimiento poético y que requiere una atención máxima por parte del lector.
En «Travel», pág. 51, el poeta recuerda el viaje que ha realizado por el mismo paisaje durante años y que le sirve de correlato para armar este hermoso poema sobre el paso del tiempo que le ayuda a preguntarse y a cuestionarse sobre el horizonte ontológico del hombre y sus motivos. El cambio de paisaje durante las estaciones sirven para explicar el fenómeno del cambio en la vida del poeta.
«Por una carretera hacia el oeste
llevas treinta años
cruzando la dehesa de invierno a verano
[…]
casas abandonadas
donde imaginas la vida dentro
[…]
paisajes de paneles fotovoltaicos
buscan el sol como girasoles
[…]
tantas veces escritos en la memoria».
Donde el poeta pone de manifiesto la contemplación traducida en la mirada y su traspaso al pensamiento poético y al discurso que traduce e poemas de tono reflexivo, la reflexión sobre el tiempo y la huella clara en el paisaje, la destrucción de nuestro tiempo y de nuestro paisaje.
En «Café y poesía», otra sección del libro, nos ofrece la posibilidad del juego del lenguaje, la recreación por parte del discurso poético del mundo o la interpretación del mundo desde el lenguaje poético en los límites del silencio y el análisis de las personas, los objetos y el tiempo, en verdad, el único concepto ubicuo de la actualidad, porque este poemario se instala en los límites de las percepciones del ser humano que vuelve a la oralidad, a lo terrenal :
«Ahora el lenguaje del silencio es el cubo en el agua de un pozo, y una tinta invisible vuelve a nuestros ojos. La noche cae como un papel escrito.»
Reflexiones que tienen como partida lo urbano, la ciudad como un espejo deforme donde el hombre se siente cada vez más atrapad, menos hombre, el reflejo de una sociedad imperfecta y un nuevo hombre desajustado entre el consumo desmedido y a asfixiante sensación del paso del tiempo:
En «Ventanas por donde mirar»:
«La vida no era más larga, nosotros íbamos despacio. El tiempo somos nosotros».
Otra vez las ansias por mutilar el tiempo, quitarle su dudosa gloria que unge y bendice esta civilización moderna, la poesía como resistencia, una poesía necesaria para explicar mejor la poesía andaluza, que se ha explicado como un fenómeno aparte de la poesía española, como si no fuese parte constituyente de la misma; una poesía que arroja luz a un período que surge desde el final del franquismo, y una poesía que se inserta en la modernidad y en la actualidad toda vez que la voz de Francisco Gálvez explica como pocos las preocupaciones sociales, sentimentales y ontológicas del hombre que traduce el mundo para todos, ese mundo de todos pero que construyen a imagen y semejanza de los gigantes del poder mientras el poeta resiste.
Bonus track
Llegas a una casa
no muy lejos de la ciudad,
junto al fuego y la ventana fría,
cuando cuentos de miedo
y verdad son nuestra riqueza,
cuando de madrugada
la chimenea crepita
y se aprende de su luz apagándose,
en la mirada de un invierno
que hasta aquí ha llegado
de boca en boca,
cuando al amanecer un horizonte
de palabras heredadas
y lo que somos
en las miradas ya fundidas.
«Oralidad», de Francisco Gálvez.