El misterio del poema. Entre la travesía y la errancia. Entrevista con Stéphane Chaumet (II parte)

 

 

Por: Aleyda Quevedo Rojas*

Crédito de la foto: Rasha M. (2015-2016)

 

 

El misterio del poema.

Entre la travesía y la errancia

 

 

no tiene mi lengua palabras para decir

el ruido de las hojas en el viento

 

saborear la plenitud de no hacer nada

dejar zumbar la conciencia como hojas al viento

Stéphane Chaumet

 

 

Encuentro-entrevista con el escritor Stéphane Chaumet**

(II parte)

 

 

El pasado mayo 2016, durante los últimos días de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, descubrí la literatura de Stéphane Chaumet, un casi contemporáneo mío, (Dunkerque, Francia, 1971). Era la primera vez que escuchaba hablar de este escritor, que salta con enorme versatilidad y maestría de la poesía a la narrativa, y del arte de la traducción de poesía a la edición.

Aunque Chaumet no se reconoce como traductor de oficio, tiene muchos años dedicados a traducir poemas, incluso lleva un blog, con más de cien poemas-poetas, Latinoamericanos y de otras latitudes, vertidos al francés, en: www.seulelavoixdemeure.blogspot.com.ar

Y, aunque abandonó la casa editora que fundó y que dio a luz, más de 30 títulos de poesía, bajo el sugestivo nombre de: La oreja del lobo/ L’Oreille du Loup, resulta imposible no mencionar su prolífico trabajo como traductor-editor de la gran poeta persa Forough Farrokhzad y de la alemana Hilde Domin, voces publicadas en este sello, en delicados y sobrios libros.

Lo primero que leí de Chaumet fue su poesía bajo el título: La travesía de la errancia, traducción de la poeta colombiana radicada en Francia: Myriam Montoya, prólogo del escritor Eduardo García Aguilar y publicada en 2010 en México por: La Cabra Ediciones y la Universidad Autónoma de Sinaloa. Y a mitad del libro, me fue imposible no pensar en que Chaumet es una especie de Blaise Cendrars contemporáneo. Me sobrevino la sospecha de que se trataba de una “rara” voz que quería comenzar a seguir…

 

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Los poetas Stéphane Chaumet y Aleyda Quevedo en Bogotá (2016).
Crédito de la foto: Sandra Escobar

 

En Cendrars como en Chaumet, se encuentran como hallazgos permanentes: poemas de lugares reales y oníricos, personas y palabras en constante movilidad y cambio. Certezas y tiempos enfrentados. Paisajes que dejan hondas emociones y cuya luz muta como las estaciones, y modifica el estado de ánimo y la forma de mirar a los demás, como alejándose del peso del tiempo, más bien centrándose en la textura de la velocidad, en la intensidad de lo que se vive o se atrapa en lo vivido, para justificar la existencia, el paso por el mundo o quizá, para decir: esto es la vida.

En los dos poetas de lengua francesa, encuentro que vivir es asumir el nomadismo como esencia del proceso de la escritura.

En efecto, en Cendrars (1887-1961), escritor suizo en lengua francesa, que terminaría adoptando la nacionalidad francesa; al igual que en Chaumet, los viajes reales e imaginarios son una fuente permanente de inspiración, tanto en su poesía como en su prosa. Cendrars, quien viajó por diversos lugares del mundo desde su infancia, confirmaría aquello de que: es el viaje y no el destino lo que realmente importa. Aunque, Chaumet es más radical, y afirma: “No viajo en el sentido que se entiende hoy, o sólo por la escritura (una invitación o raramente por un libro en curso). Lo que hago es quedarme en un lugar, el tiempo que sea, y tanto el lugar como los encuentros que hago pueden nutrir (o no) la escritura, y no a la fuerza de manera directa. No voy a un lugar para escribir, escribo sólo si siento una necesidad”.

Leyendo a Chaumet, volví sobre los Poemas Elásticos y Panamá o Las aventuras de mis 7 tíos de Cendras, como era de esperarse, inevitablemente terminé leyéndolos juntos, los conecté y en mi imaginario, pensé que esa suerte de llevar mensajes entre orillas, cruzar tantos puentes como trenes habitados, dormir en tantas camas de hoteles y casas, así como no tener hogar o casa alguna, dar vueltas y vueltas por el mundo, atrapar ese sabor dulce-amargo que dejan los encuentros que siempre merecen un adiós, dominar las lenguas que se mastican, escriben y hablan, hacer y deshacer maletas, y los desplazamientos del espíritu en el camino, sin duda, moldean una poética potente y muy distinta a lo que se escribe hoy, en varios países de Latinoamérica.

Sobre la travesía de la errancia, García Aguilar, anota: “la movilidad errante de la palabra y el cuerpo que, como planetas, giran en torno a sí mismos y, a su vez, se desplazan hacia confines infinitos e innombrables. La travesía significa la mediación entre los mestizajes, así como la posibilidad de llevar mensajes entre orillas y tejer puentes allí donde la comunicación se dificulta o es imposible. La errancia, por su parte, no tiene objetivo alguno y se nutre de lo aleatorio del viaje a merced de los encuentros, porque sus vehículos principales son el cuerpo, el deseo y el erotismo, que aparecen en la poesía de Chaumet como esencia básica del errante sin rumbo”.

 

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El poeta Stéphane Chaumet en Pure Café de Paris.
Crédito de la foto: Rasha M. (2015-2016)

 

Stéphane Chaumet ha vivido en Estados Unidos, México, Siria, China, Colombia, Singapur y siempre regresa a su ciudad eje y punto central: París. Justamente, la entrevista que le hice, vía correo electrónico, me la respondió desde San Salvador, tan lejos tan cerca de Quito. Como siempre, pensé, el nomadismo persigue al escritor Chaumet como un destino creativo. Y es entre las puntadas finas de sus respuestas, donde mejor es posible atisbar, el misterio de su poesía potente, clara casi traslúcida y en constante cambio y mutación como su propia vida.

Tanto me interesó este poeta que decidí entrar en las aguas de su primera novela: Aún para no vencer, publicada en Francia por el prestigioso sello: Le Seuil, 2011, y traducida al castellano y publicada en España por Vaso Roto ediciones, 2013.

“Aun para no vencer, hay que ir hasta el final”, verso de Pierre Reverdy, da título a lo que es sin temor a perderse: una historia dolorosa y vital, vibrante y poderosa, potente y triste. Donde todos los personajes al igual que Francia, viven en un estado permanente de desencanto y van en caída libre. Paro, islamismo, discriminación, crecimiento de la ultra derecha. En 268 páginas Chaumet narra, desde distintas voces de alta verosimilitud, como si de escuchar un mosaico polifónico se tratara, la incomodidad que la invasión de Francia en Argelia, dejó en varias generaciones de franceses, franco-árabes y muy especialmente, en la vida de un joven de 20 años que se enfrenta a la vida, desde el desvelamiento crudo de su pasado, en un país plagado de desigualdades y de distintas formas de racismo.

El poeta y ensayista argentino Jorge Boccanera, subraya sobre esta novela de Chaumet: “el poeta y narrador francés Stéphane Chaumet identifica al erotismo y al tiempo como ejes de su poética y sostiene que su novela «Aun para no vencer», centrada en la guerra de Argelia, aborda «un tema que sigue incomodando a la sociedad francesa». El argumento del libro, explica, salió de circunstancias familiares: «Uno de mis tíos que peleó en la guerra de Argelia y a su regreso nunca habló del tema. Después se suicidó. No hay una sola razón a un suicidio, pero creo que lo que vivió en la guerra pesó en esa decisión. En el libro, ese personaje fantasmal que deja una carta en la que habla de una mujer árabe, permite el desarrolla de la historia».

Después de su novela, volví a saltar a una antología de su poesía, que me envío por correo electrónico y que aparecerá publicada en algunos países, próximamente: Argentina y Cuba, bajo el título: Reposo en el Fuego. Y fue ahí, luego de revisar esta muestra de su poesía, escrita a lo largo de tantos viajes, errancias y travesías que me decidí a escribir sobre este contemporáneo mío, que ahora presentamos a los lectores de Vallejo & Co.

Acá nuestro diálogo. Espero que pronto, la editorial Pre-Textos de España, ponga a circular en Ecuador y Latinoamérica, su libro de crónicas: El paraíso de los Velos o La Fiesta de los Velos, donde la mirada reveladora de Chaumet nos muestra otra cara de Siria.

 

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Stéphane Chaumet en Singapur.
Crédito de la foto: Rasha M. (2015-2016)

 

La errancia: búsqueda y huida.

Entrevista a Stéphane Chaumet

 

 

Aleyda Quevedo Rojas [AQR]: ¿Cómo estructuras o concibes el poema? Me interesa explorar, a partir de qué andamiajes o arquitecturas armas tus poemas o tu poética y ¿cuáles son las diferencias con tu narrativa, qué te ofrece la novela y qué la poesía?, a nivel del lenguaje y a nivel de los temas-historias o personajes elegidos.

Stéphane Chaumet [SCh]: La escritura de un poema queda para mí dentro de un misterio. Claro que se trabaja la lengua, se busca la palabra justa, un ritmo o se afina una musicalidad, ¿pero el impulso del poema? Parte de una imagen o de una sensación que se impone o se hace obsesiva y de aquí va a nacer el poema, a condición de estar en un estado interior particular, una forma extraña de disponibilidad, que no sé definir. Cuando escribo un poema, antes de escribirlo nunca sé lo que voy a decir, pero cuando siento que el poema está acabado o casi, si no lo abandono o no lo boto, sé que era lo que quería decir.

Que sea poema o novela, es la misma exigencia frente a la escritura. Entre paréntesis, se puede notar, a veces mucho más poesía, en ciertas novelas que en ciertos libros que se presentan de poesía. El género se impone sólo, como una evidencia. Lo que digo en una novela no lo puedo expresar en un poema y viceversa. Por ejemplo, la novela te ofrece la amplitud, en el poema se busca la concisión, la agudeza, son dos intensidades distintas.

Una novela se puede componer, estructurarse de forma anterior a la escritura en sí misma, como una arquitectura, aunque es más bien una suerte de órgano vivo que se va modificando a medida que la escribes y la composición prevista se va cambiando, el hecho de escribir implica un movimiento que no se puede prever, y afortunadamente. Igual con los personajes. Una vez que existen, ya no puedes hacer lo que te da la gana con ellos, adquieren una forma de autonomía, aunque sigues construyéndolos.

 

[AQR]: El discurso poético de la errancia o de los viajes infinitos, el no tener un lugar o un hogar, me remiten a un fuerte concepto del desapego como búsqueda espiritual o moral. ¿Cuéntame cuáles son los hallazgos que has encontrado en ese viaje entre orillas, tanto para tu poesía como para tus búsquedas como escritor?

[SCh]: La errancia y el viaje son dos cosas distintas, pero cruzan puntos comunes. El encuentro es uno. O el deseo de confrontarse a la piel del mundo, a otra realidad, a otros lugares, otra persona, otra cultura… La errancia no tiene la meta del viaje, lo que no significa que sea vacía o sin sentido.  La errancia, tanto interior que exterior, era una forma de búsqueda y de huida a la vez. Huida de un hogar y de una ciudad donde me ahogaba, huida del aburrimiento, búsqueda del lugar (el lugar dónde poder vivir, dónde querer morir), búsqueda de sí mismo, búsqueda del otro, entre otras huidas y otras búsquedas. Pero ningún deseo de transcendencia. Se puede huir y buscar todo eso de varias formas, a mí me tocó lo que llamo errancia. La errancia es también una respuesta a ciertas incompatibilidades, a ciertos rechazos, frente a la sociedad, por ejemplo. Es también una manera de vivir, de alejarse de falsos deseos, de despojarse, de poner todo en riesgo cada vez que te vas…

No viajo en el sentido que se entiende hoy, o sólo por la escritura (una invitación o raramente por un libro en curso). Lo que hago es quedarme en un lugar, el tiempo que sea, y tanto el lugar como los encuentros que hago pueden nutrir (o no) la escritura, y no a la fuerza de manera directa. No voy a un lugar para escribir, escribo sólo si siento una necesidad. En el caso del libro La felicidad de los velos, no fui a Siria para escribir un libro, es el hecho de estar confrontado a un mundo tan ajeno al mío, con otros códigos, otras mentalidades…, que necesitaba escribir para entender la realidad en la cual estaba inmerso, a parte del placer de contar.

 

[AQR]: El cuerpo, el deseo y el erotismo, son tres constantes en La travesía de la errancia.  ¿Consideras que estos grandes temas contienen un espíritu más transgresor y vital, que otros como las crisis políticas o la religión?

[SCh]: No escribo poesía con temas, los temas surgen de lo que me sale escribiendo, sólo después se puede medir la recurrencia de unos temas. Lo que me toca al leer un poema, no es una cuestión de tema. Todo tema puede tener su fuerza vital, depende sólo de cómo el poeta le da vida, desde su visión. Me parece muy limitada una poesía si se enfoca en un solo tema. 

En La travesía de la errancia, obvio que hay la presencia del cuerpo y del deseo, pero creo que el libro está atravesado por otras líneas importantes. Si el erotismo es uno, no diría que son poemas específicamente eróticos. Los libros Urbanas miniaturasLos cementerios engullidos entran en resonancia con la violencia del mundo. No me parece menos vital que tocar el erotismo. ¿Y acaso el cuerpo y el erotismo es transgresor hoy, cuando tenemos una saturación de erotismo, en general sin sentido, o sobre todo un marketing del erotismo?  No veo nada de transgresión en la poesía hoy, puede ser buena o no, que se etiqueta como erótica. Aunque no sería imposible. En ciertos poemas de D.H. Lawrence sobre el sexo y el amor, con la sinceridad cruda de su pensamiento, se encuentra algo que todavía perturba o molesta. En cuestión de transgresión, nunca leí en poesía lo que hizo Georges Bataille en prosa, sea en Historia del ojo, Mi madre o en El azul del cielo, o en unas prosas de Louis Aragon en La defensa del infinito

 

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El autor en Paris-Francia.
Crédito de la foto: Rasha M. (2015-2016)

 

[AQR]: Tienes una consistente trayectoria como editor y traductor de poesía. ¿Cuéntanos cómo llevas esta tarea y oficio? ¿Y cuáles son tus reflexiones en torno a la traducción de poesía?

[SCh]: Tuve una casa editorial dedicada a la poesía extranjera contemporánea pero la deje en las manos de la persona con quien la fundé. Fue sobre todo una historia de encuentros y dar a conocer voces de otra parte, inéditas en francés.

La traducción no es un oficio en mi caso, traduzco de manera ocasional. Quizá la única tarea del traductor es de hacer olvidar al lector que lo que está leyendo es una traducción. La traducción es un puente vital entre las culturas. No creo en la imposibilidad de traducir poesía. Hay siempre una perdición, es obvio, pero la tarea es, cómo lo decía Beckett sobre la escritura: Probar otra vez. Fracasar otra vez. Fracasar mejor. Traducir poesía es fracasar de la mejor manera posible. Incluso creo que se puede traducir una lengua que el traductor no conoce. Y me gustan esos versos de Ossip Mandelstam: Tártaros, Uzbekos, Nenets / todo el pueblo ucranio / incluso los Alemanes del Volga / esperan los traductores. Y quizá, en este momento, / un Japonés / me traduce en turco / y alcanza mi alma.

 

[AQR]: Háblanos de tus referentes y lecturas. Específicamente, ¿cuáles son los poetas franceses que son importantes para ti?

[SCh]: Los referentes y lecturas van cambiando con el tiempo. Leo muchas novelas, unos ensayos científicos, pero hay momentos que no puedo leer sino poesía, es una necesidad. Hay poetas que fueron importantes para mí en una cierta época y menos hoy, sin embargo, han dejado su huella de una manera u otra. También muchos poetas extranjeros fueron o son importantes para mí. Si es una lista de nombres lo que me pides, los que me vienen a la mente son los franceses: Rimbaud, Char, Michaux, Artaud, Nerval, Villon, Mallarmé, Aragon, Cendrars, Reverdy… Y Marina Tsvetáieva, Mandelstam, Celan, Rilke, Hölderlin, Sófocles, Leopardi, Pessoa, Cavafis, Vallejo, Lorca, José Ángel Valente, William Blake, Omar Khayyam, los poetas chinos de la época Tang, Bai Juyi, Wang Wei, Li Bai y Du Fu…

 

 

 

 

 

*(Quito-Ecuador, 1972). Poeta, periodista, ensayista literaria y gestora cultural. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Jorge Carrera Andrade” (1996). Es coordinadora editorial del sello Ediciones de la Línea Imaginaria que tiene en su catálogo 29 volúmenes de poesía. Ha publicado en poesía: Cambio en los climas del corazón (1989), La actitud del fuego (1994), Algunas rosas verdes (1996), Espacio vacío (2001, 2009), Soy mi cuerpo (2006, 2016), Dos encendidos (2008, 2010), La otra, la misma de Dios (2011), Jardín de dagas (2014, 2016 en francés). Ha curado y coordinado las antologías 13 poetas ecuatorianos (2008), Mordiendo el frío y otros poemas (de Edwin Madrid, 2010), Hacer el amor (humor) es difícil pero se aprende (de Fernando Iwasaki, 2014) y La música del cuerpo (de Eduardo Chirinos, 2015).

 

 

 

**(Dunkerque-Francia, 1971). Poeta, novelista, editor, traductor y cronista. Ha pasado largas temporadas en países de Europa, América Latina, Medio Oriente y Asia. Es traductor de poesía latinoamericana y española contemporánea. También tradujo a la poeta alemana Hilde Domin y a la persa Forough Farrokhzad. Ha publicado en poesía: Dans la nudité du temps (‘En la desnudez del tiempo’,2007), Urbaines miniatures (‘Urbanas miniaturas’, 2007), La traversée de l’errance (‘La travesía de la errancia’, 2010), Les cimetières engloutis (‘Los cementerios engullidos’, 2013) y Fentes (‘Fisuras’, 2015); las novelas: Même pour ne pas vaincre (‘Aun para no vencer’, 2011), Au bonheur des voiles (‘El paraíso de los velos, crónicas de Siria’, 2013), Les Marionnettes (‘Los Títeres’, 2015).