Por: Raquel Abend van Dalen
y Adalber Salas Hernández
Crédito de la foto: Izq. Youtube
Der. Ed. Amargord
Cuaderno músico, precedido de Morir es un arte (2015)
de Mariela Dreyfus
Quisiéramos empezar esta presentación citando los versos de un poema de Cuaderno músico:
Es roja y le digo Tania
“en mi bicicleta vuelo hondo planeo el infinito
de una calle acerada la monto cual montara
un caballo a los quince sudorosos los belfos
y la grupa el vaivén de mi cuerpo en el asiento
me inclino hacia adelante me llevo por delante
cierta música el paso de la gente sus recados
los chicos que en la calle pulsan cuerdas una
guitarra alegre algún mendigo los perros
desatados y sin dueño en las veredas del barrio…”
No es azaroso que Mariela Dreyfus llame a este volumen su “álbum doble”, pues realmente se trata de dos poemarios que se compenetran con singular coherencia y, aunque provienen de la misma voz, manejan registros distintos, independientes el uno del otro.
Cuaderno músico, precedido por Morir es un arte, establece una comunicación entre dos ritmos donde el corto aliento y el largo aliento, los escenarios domésticos-familiares y las ciudades extranjeras, el arco de una duración que se estira desde la infancia hasta la maternidad del yo poético, todo ello se cruza en un lenguaje descarnado, veteado por metáforas como puños cerrados, dispuestos a contener y a golpear nuestra sensibilidad lectora.
El espacio donde todas estas oposiciones se encuentran es el cuerpo. Lugar múltiple que conjuga numerosas capas, como estratos geológicos. Y no se trata de cualquier cuerpo. El lector de estos libros recorre una anatomía de mujer que se llama a sí misma mujer y que a partir de este nombre nos entrega su multiplicidad, nos muestra los muchos sentidos que la atraviesan. No le basta con referirse a sí misma en femenino; antes bien, realiza una cartografía de lo que implica haber nacido mujer en su contexto y su tiempo, un mapa que registra su geografía íntima, desde el nivel más básico de la piel hasta los hechos sociales más complejos.
Eje de todas estas pesquisas es el hecho de la muerte. La muerte como límite del lenguaje cotidiano pero también como terreno donde la imagen poética brota, difícil y arisca. La muerte como hecho biográfico, constatable, pero también como genuino terremoto en el orden de lo simbólico.
En el caso específico de Morir es un arte, la desaparición de la figura materna –nudo que garantizaba la coherencia del mundo– se vuelve un momento tanto de reflexión como de transformación. En ambos poemarios, el trabajo de duelo y la mirada lanzada hacia el pasado son ocasiones para reconfigurarse, replantear los presupuestos de la realidad. Así, la madre es reconquistada por el yo poético para asumirla desde la propia carnalidad, las exigencias de una cotidianidad que hay que donar a los otros, a los hijos, al esposo, a las manos que vuelan buscando su atención y seguridad.
Lo patológico y lo sano, el erotismo y la violencia, los viajes y la cotidianidad, las voces de los autores asimiladas por el yo poético que construye Dreyfus en estos dos libros: todos estos choques quedan grabados en una palabra abierta. No se trata aquí de resolver los conflictos, sino de mostrarnos la pugna en toda su fertilidad. Tampoco se trata de buscar solución al dolor, sino de señalarlo, cuestionarlo, hacerlo entrar al registro de lo simbólico.
Este “álbum doble” es un profundo trabajo efectuado sobre la materia de la memoria –tanto la propia como la colectiva. Recuerdos puntuales que, constelados, forman el resultado de una investigación sobre el ser. Esto es válido para ambos libros por separado; no obstante, juntos, este efecto se ve intensificado. Ocurre un descubrimiento. Hay algo que nos es dado a través de estos poemas.
(Dado que esta nota ha sido escrita a cuatro manos, cada uno de nosotros ha escogido un poema predilecto para mostrarlo al lector).
EL OJO
En la yema del huevo,
en su densa, amarilla insistencia
tendida en la sartén y cruda aún
una mancha marrón como un ojo
me mira y delata mi objetivo:
pronto habré de rozarla con el trinche
revolverla en aceite o escalfarla
y ese ojo embrionario de la vida
-de la gallina viuda de sus hijos perecerá
ante mí achicharrado
plano el volumen y el deseo quieto
sin un solo piar, sin una mueca,
una canción de cuna que ya pruebo,
un tibio cuerpo que en silencio ingiero.
LAS NIÑAS QUE ASÍ JUEGAN
Dans le fond des bosquets où jasent le ruisseaux,
Vont épelant l’amour des craintives enfances
Et creusent le bois vert de jeunes arbrisseaux;
Charles Baudelaire
1.
si decido mirarme desnuda
en un espejo y al contemplarme
se me eriza la piel y una mano
suelta el espejo y sube –o baja-
llevando un hilo de fluido
de mi cuerpo de un poro a otro
poro de una colina a otra del muslo
al seno izquierdo donde airada
palpo mi redondez mi pezón dulce
y si entonces me inclino y acomodo
y la mano se extiende mide de atrás
para adelante mi abertura luego
viaja la mano nuevamente
y se posa en el labio en la nariz
huelo bebo mis propias secreciones
mi sabor y he gozado con mi cuerpo
de mujer siendo mujer en un acto
solitario en que yo soy lo más real
lo más imaginado y con eso
he ardido he jadeado y entornado
los ojos a la hora del placer:
¿es de una este juego o somos dos?