Como si no bastase ya ser. 15 narradoras peruanas (2017), selección de Nataly Villena

 

Por Giovanna Minardi*

Crédito de la foto la autora

 

 

Como si no bastase ya ser.

15 narradoras peruanas (2017),

selección de Nataly Villena

 

 

Hasta principios de la década de los 80 del siglo pasado el panorama literario del Perú estaba plagado de varones y, como en casi toda América Latina, había muchas más poetas que narradoras. Pero esto no era una diferencia genética, sino social y cultural: recordemos el carácter intimista que por mucho tiempo ha tenido la literatura femenina, y que la novela exigía condicionamientos que las mujeres, como grupo social, no podían cumplir. Hasta hace poco, en América Latina, las poetas encontraban menor resistencia porque escribir poesía podía ser una gracia más de la femineidad. En cambio, para escribir novelas había que luchar por la libertad, y esto era sancionado por sociedades que procuraban conservar a las mujeres oprimidas.

Dentro de este marco, mi antología Cuentas. Narradoras peruanas del siglo XX  (Ed. Flora Tristán y El Santo Oficio, 2000) ha sido la segunda antología de mujeres narradoras en el Perú, después de aquella de Sarina Helfgott, quien publicara la primera antología femenina, Cuentos (1959), compuesta de nueve cuentos de mujeres. Últimamente se han publicado dos antologías femeninas en el Perú: Matadoras (Estruendomudo, 2009) y Disidentes (Altazor, 2010); y hoy Como si no bastase ya ser de Nataly Villena Vega. Eso significa, como dice la autora en su prólogo, que hay “un largo proceso individual de descubrimiento y de autoconocimiento detrás de la literatura peruanas de mujeres” en el Perú del siglo XXI.

Ahora bien, cualquier selección de autores/ras siempre puede ser cuestionada por exceso o por carencia; además, activa los ecos de una polémica todavía abierta, en la que resuenan palabras tan poco gratas como “ghetto”. Desde una perspectiva no feminista, se cuestiona si las “antologías de mujeres” tienen un fundamento artístico “serio” o, por el contrario, si no responden solo a modas pasajeras, a necesidades creadas por el mercado editorial. Yo creo que, teniendo en cuenta el notorio desbalance de la institución de la gran Literatura a favor de los hombres, estas antologías propugnan una mayor equidad en países como el Perú, donde las voces femeninas han estado casi ausentes, y no solo entre hombres, sino también entre mujeres críticas y escritoras. Como dice Nataly Villena, “se trata de mostrar que existen (las escritoras) y que merecen ser leídas como sus pares”.

 

Nataly Villena. Seleccionadora de la muestra de narrativa peruana.
Nataly Villena. Seleccionadora de la muestra de narrativa peruana.

 

La antología incluye autoras nacidas entre 1966 y 1986, que son: Claudia Ulloa Donoso, Susanne Noltenius, María José Caro, Irma del Águila, Gabriela Wiener, Claudia Salazar Jiménez, Karina Pacheco, Katya Adaui, Julia Chávez Pinazo, Grecia Cáceres, Yeniva Fernández, Rossana Díaz Costa, Ofelia Huamanchumo de la Cuba, Jennifer Thorndike, Alina Gadea. Todas ya tienen libros publicados, algunas son más famosas que otras, sin embargo, todas muestran en sus cuentos un buen manejo del lenguaje literario y de las técnicas narrativas.

Casi todos los cuentos tienen a protagonistas femeninas, y en su mayoría se trata de cuentos intimistas, en los que se capta un momento específico de todo un recorrido vital, que no obstante, a menudo, en pocas páginas, se perfila claramente. Lo interesante es la ambigüedad de muchos finales, que implica una mayor participación del lector en la construcción del sentido del cuento. El trasfondo político no está muy presente, mientras que el trasfondo social se percibe más. Generalmente predomina la primera persona, como si quisiera aminorarse la distancia entre la que narra y la materia narrada, y como señal de un esfuerzo de conciencia que necesita un lenguaje adecuado. Este yo femenino surge con mucha angustia y mucho dolor a cuestas, aunque no falten cuentos irónicos, como el de Gabriela Wiener, “Trans”, donde se cuestionan los roles sexuales y la manera de ejercer la maternidad; o cuentos protagonizados por mujeres rebeldes, como el de Claudia Ulloa, “Documental”, donde la protagonista provoca un incendio para rebelarse contra el esposo indiferente y opresor; o el de Julia Chávez, “El ángel caído”, donde la mujer mata a su marido y con el mismo bisturí después le cortará el cordón al hijito que nace en la cárcel.

A alguna protagonista el arte le ofrece una posibilidad de sobrevivencia, de alegría de vivir, como “Auto sacramental” de Susanne Noltenius, cuya narradora encuentra su propio camino de libertad, por lo menos ideal, en el teatro; o “Pájaro de fuego” de Karina Pacheco, cuya protagonista regresa al baile (gracias también a la ayuda de su hijo) marcando así su autoafirmación; o ”Con Alfredo en La Coruña” de Rossana Díaz, que gira alrededor del encuentro de la narradora con Alfredo Bryce Echenique como vinculación con su propio país.

 

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Por otro lado, aparecen también cuentos duros, que narran de situaciones de violencia, física, psíquica o mental: el hombre obsesionado por el sexo, como en “Lo imposible” de Grecia Cáceres; la mujer maltratada y violada de “Al canto del gallo” de Ofelia Huamanchumo; “Pastobamba, camino de” de Irma del Águila, aunque aquí se hace una alusión muy implícita a un probable peligro de violación; o el cuento “La pequeña compañía” de Yeniva Fernández (uno de los pocos de ambientación rural), donde matan a una niña para obedecer a unos ritos supersticiosos.

En cambio, “Nosotros los náufragos” de Katya Adaui y “Aquellas olas” de Claudia Salazar exploran una dimensión más “familiar”, aquí las protagonistas recuerdan a sus padres muertos, aunque con cierto debilitamiento de la figura paterna; o “Recetario” de María José Caro, donde también se recuerda el paso del tiempo y la figura de la abuela. Alina Gadea explora la soledad de la maternidad pero también cierta solidaridad entre mujeres en “La casa de los Seminario”.

En conclusión, se trata de modos diferentes de contar el mundo —su propio mundo interior, su relación con la pareja, con los demás, con las convenciones de la sociedad—, pero lo que los une es el valor literario que todas esas distintas maneras tienen, es decir, que ya en la narrativa femenina peruana un camino de madurez, sea en lo formal o en el contenido, es indudable; pudiendo así llegar a decirse que esta goza de cierta tradición y que en las últimas décadas esta tradición está dando lugar a interesantes obras literarias.

 

 

 

 

 

*(Italia). Profesora asociada de Literatura hispanoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Palermo (Italia), donde se doctoró con una tesis sobre Julio Ramón Ribeyro. Ha publicado ensayos sobre el cuento y la minificción hispanoamericanos; antologías de narradoras mexicanas y peruanas del siglo XX y de minificciones; además de varios artículos en revistas especializadas.