Por Víctor Vich Flórez*
Crédito de la foto Monasterio de Montserrat (Cataluña).
©Víctor Vich, 2020.
César Vallejo en las alturas de Montserrat
y un libro, yo lo vi sentidamente
Llegué a las alturas de Montserrat pasadas las 9 de la mañana en el funicular que existe para acceder a la montaña. Estaba solo, pues una confusión de nombres y lugares impidió que me encontrara con el poeta Mario Pera, con quien habíamos coordinado unos días antes. Ese día la neblina era intensa y hacía frío. En realidad, comenzaba a terminar la tormenta Gloria que, días atrás, había castigado a toda la región de Catalunya con una ferocidad impactante. La niebla era de tal espesor que ni siquiera pude ver el monasterio estando frente a él a muy pocos metros y en la misma plaza central. El lugar, sin embargo, me había impactado por su ubicación, por su antigüedad y por toda la historia que condensa. Ese monasterio fue fundado por monjes benedictinos en el año 1025 y pronto cumplirá 1000 años de existencia. No sé mucho de su historia, salvo que San Ignacio, en su peregrinación hacia Tierra Santa, pasó varios meses ahí luego de haber escrito, en la cueva de Manresa, los famosos Ejercicios Espirituales que yo conocía desde niño. Pero no era la vida de San Ignacio la que me había llevado a ese lugar, sino su biblioteca, pues ahí se guarda el único ejemplar de la primera edición de España, aparta de mí este cáliz que, como se sabe, fue publicado en la imprenta de ese mismo monasterio, en plena guerra civil, por los soldados de la república.
Días antes, desde Barcelona, había entrado en contacto con Angels Rius, la bibliotecaria, que me recibió con gran generosidad. Luego de presentarnos, conversamos un buen rato sobre la situación del monasterio durante la guerra y sobre los libros publicados durante ese periodo. La historia es conocida, pero vale la pena recordarla brevemente: el libro fue impreso por Manuel Altolaguirre quien, como soldado de la república, fue enviado a dicho lugar que, en ese entonces, había sido convertido en un hospital de guerra. Al llegar, Altolaguirre descubrió una imprenta y decidió utilizarla para imprimir libros y folletos que difundieran la causa republicana. No se tienen más datos, pero se sabe que fue Juan Larrea quien le hizo llegar el manuscrito con el dibujo de Picasso incluido. El libro tiene como pie de imprenta 20 de enero de 1939, vale decir, seis días antes de que Barcelona cayera y de que los nacionalistas tomaran el control del monasterio y quemaran todas las publicaciones que ahí encontraron. Dos poemarios más fueron publicados ahí: España en el corazón de Pablo Neruda y el Cancionero menor paras los combatientes de Emilio Prados. Del libro de Neruda se salvaron tres ejemplares, uno del de Prados y uno solo del de Vallejo, que pude tocar con mis propias manos. El pie de imprenta marca que fueron impresos 1100 ejemplares, de los cuales se enumeraron 250. El que ahí queda, sin embargo, es un ejemplar sin numerar.
No se supo de la existencia de ese libro hasta entrada la década del ochenta, cuando los profesores Julio Vélez y Antonio Merino lo descubrieron y lo publicaron en un importante libro titulado España en Vallejo (1984). Ellos sostuvieron que en el monasterio se conservaban cuatro copias del libro, pero Angels me confirmó que hoy solo existe una únicamente copia, un único ejemplar del libro de Vallejo. ¿Qué pasó con los otros tres ejemplares que ellos aseguraron haber visto? ¿Alguien los robó? ¿Cómo se perdieron?
Al recibir el libro, pude comprobar el tipo de papel y el meticuloso cuidado de la edición que se observa en la selección de tipos, en la diagramación y en sus diferentes recursos editoriales. El libro está impreso solo por una cara y se nota que el papel (bellísimo, por lo demás) tiene factura artesanal. A contraluz, los corondeles se ven claramente. Angels me dijo que ese papel probablemente había sido hecho en un pueblo muy cerca de ahí, llamado Capellades (en la comarca de Anoia), donde hay comprobadas pruebas de la elaboración de papel desde al menos tres siglos atrás. En su opinión, el libro no quedó solo impreso en hojas (como Juan Larrea mencionó en algún momento) sino que llegó a ser encuadernado. La encuadernación actual no es la original pero, comparándolo con el de Neruda y Prados, puede reconstruirse cómo fue hecho.
Luego de conversar, me quedé solo con el libro y me puse a releerlo un rato. Lo he leído muchísimas veces, pero la poesía es siempre nueva. Tomé algunas notas sobre mucho de lo que ya he contado aquí: la calidad del papel, la diagramación, el pie de imprenta, y luego, leí varias partes del prólogo de Larrea y fui saltando entre varios poemas sin lógica alguna. El libro volvió a interpelarme y muchos de sus versos saltaron nuevamente hacia mis ojos. Al final de la visita, y con nueva generosidad, Angels me regaló la edición facsimilar del libro que el profesor Alan Smith publicó hace unos años y que yo conocía bien, pero que no tenía en mi biblioteca.
Con ese libro en mano, fui entonces a visitar el santuario de la virgen de Montserrat, la Moreneta, cuyo culto remite al siglo IX y que, efectivamente, es el origen del monasterio. Varias horas habían pasado y no pude ver el San Jerónimo de Caravaggio que se encuentra en el museo. Me dio pena, por supuesto, pero mi cabeza pensaba solo otra cosa: en la guerra civil, en aquellos soldados que murieron en ese hospital, en esa demencial disyunción tanática que siempre fragmenta la vida, en el propio Vallejo que, en su soledad y con todo riesgo, descubrió la verdad de la idea comunista y había optado por defenderla a pesar de la derrota y del fracaso repetido. Es Badiou quien ha explicado que la idea comunista es una especie de virtualidad práctica que recorre incansable la historia humana: todas las sociedades se han apropiado con injusticia del excedente y han alienado el trabajo humano, pero en todas ellas siempre han existido tercos intentos por transformar el estado de lo dado. La idea comunista surge así de una demanda de justicia y de la intención por organizar la vida de otro modo, apelando a sus posibilidades siempre latentes. Con el surgimiento de la república, Vallejo vio una especie de verdad que había tenido lugar, mejor dicho, “la fuerza de un canto que sabía hacerse escuchar y transformarse en silencio al mismo tiempo” como había leído pocos días antes en Rancière.
Desde la Edad Media, Montserrat fue un concurrido lugar de peregrinación religiosa. Cuando llegué por la mañana, escuché una resonancia interior, algo intenso, la conciencia de saberme en un lugar que activaba un respeto profundo, una energía silenciosa, una introspección inevitable. No había llegado hasta ahí por razones religiosas, sino por una simple curiosidad aurática, porque casi tres décadas antes, también había viajado a Santiago de Chuco para la fiesta y, tiempo después, a Montparnasse donde, en voz alta, pero en tono menor, había leído “Los nueve monstruos”.
Bajando la montaña, y de nuevo en el funicular, me descubrí hablándome a mí mismo como cuando era niño, pero ahora lo hacía con estos versos del poeta: atrás un libro, arriba, un libro.
Vallejo, siempre.