Por José Kozer
Crédito de la foto (izq.) Ed. Leviatán /
(der.) www.lamascarada.com.mx
Argolis de Roger Santiváñez:
un allanamiento de morada, una orden de registro
La anatomía de Argolis se compone, verdadero palimpsesto, de varios estamentos que funcionan como un silogismo perfecto, clásico por la forma, moderno por la sintaxis y el lenguaje: a ojos vistas, a ras de lectura primero tenemos una premisa mayor, tesis a la espera de su antítesis, de una conclusión.
Véase el libro de poemas de Santiváñez como un análisis de los propios y personales espacios poéticos a una síntesis basada en el funcionamiento, poema a poema, de dichos espacios, con sus temas, por supuesto, mas temas que no implican demasiado a lo que este sistema poético, silogístico, engranaje de teoremas significa, ya que constituye un desarrollo más que temático, poético: espacio donde la conceptualización deja paso al quehacer nítido de una fuerte inteligencia y sentido de organización, de manera que ese organismo vivo que son la serie de poemas que conforman Argolis forja un estado del ser poético, su modo unívoco y preciso de establecerse con la mayor naturalidad a lo largo del libro, ese universo.
Los temas no son atípicos, lo atípico está en su sucesión inusitada, la forja de una continuidad que al inicio de cada texto revela sin necesidad de una conceptualización sistemática lo poético del sistema: los temas son los de siempre, el exilio, el propio tiempo (lo que el poeta denomina con estro impecable, “la majada del tiempo”) el amor, la memoria, la soledad, la falta de vida económica de éxito ya que esa vida se sitúa todo el tiempo, y en solitario, en una relación propia con el mundo, la estancia en el mundo del poeta, de carácter poético.
Así conmueve leer, transformación del hecho cotidiano en poesía suprema aquello de “Oigo los pájaros en su lenguaje cifrado” (p. 17) leer (p.21) como el “Sol renace cual Dionisos dos veces/ & hasta tres y cuatro en la tarde”. El poeta ante Ocean City, ciudad y mar que desconoce si se recuerdan como ocurre más adelante el río Piura, el Rímac, primero que el Cooper de ahora. La poesía es la que integra lo personal de ahora con lo lejano del mito dionisíaco que representa el país natal, el origen bifurcado en un doble nacimiento, el peruano (piurano) y el usamericano que conlleva la Argolis actual de su mujer, de origen griego por igual exiliada y ajena al recurso de la poesía que mucho sostiene, alivia la vida del exiliado.
La premisa menor, antítesis del teorema que encontramos en todo poema de este libro contiene la zona del desarrollo de las propias vivencias, éstas sutilizan lo que ocurre, ahí se recoge, avanza, se despeña, se retrocede sumiendo al lector en la soledad del poeta quod poeta y quod migrante que en el caso del poeta alcanza la dimensión del exiliado. Un doble exilio, como mínimo, ya que se opera en dos idiomas, el del uso diario y el que cada vez se vuelve más de uso poético, solitario. Éste hay que aprender a despertarlo, utilizarlo en su circunscripción.
Ésta es la zona que más nutre a los poemas, la vemos como impecable espacio poético en el bellísimo poema dedicado a Gloria Gervitz donde la canción se vuelve “Resolana de la mañana/ Feliz sobre el desliz/ Tuyo de tu voz lejana/ &cerca de mi oído” ah cómo se recoge y acoge la doble conjunción de música cercana y lejana, la adolescencia y la casa suya y quizás no tan suya, actual. El poeta sigue deambulando para alcanzar la “Claraboya de Matienzo/ …oír los gritos escatológicos que señalan que La Ana/ está cagando”. Reímos, qué duda cabe, consideramos esa lectura un atrevimiento, es más la rechazamos descartando lo que sigue que se considera poesía por el lenguaje que emplea como si poesía fuera sólo un lenguaje y no todo el lenguaje, olvidando que cagar está en el diccionario como está la propia naturaleza en activo en nuestro organismo.
En dicho exilio, en dicha actividad poética el migrante sabe que lo que perdió está perdido salvo cuando la poesía lo devuelve transformado a una nueva realidad. Y ahí reaparece la madre “vallejiana” de los peruanos, el padre que a la cabecera de la mesa nos consuela de la pobreza compartiendo la Biblia, ahí están las primeras novias apareciendo como síntesis última, conclusión y fin y acabamiento del poema: Mors, más que Amor, lo irremediable de que todo poeta se hace Eco. Vuelve la amistad de grupo (Kloaka) a inventar aquella infancia más que inventariarla, vivir circundado del mar, el agua universal, el naufragio universal de que habla Kierkegaard, y los poetas que nos precedieron, Góngora o Pound, los que nos acompañan en la actualidad. Asoma al final de cada poema más que nunca la referencialidad intensificada como si la necesitáramos para expresar nuestra diferencialidad, casi como si se buscara un encuentro entre Rimbaud y el gordinflón de Trocadero 162, intercambiaran procesos, experiencias en un idioma que no fuese ni cubano ni francés sino santiváñezano.
Hemos concluido entre travesuras, ocultamientos, una Lima que no es Lezama, un hermoso suave cauterio que nos acerca a una “Beatitud en el centro de/ tu frente delicada igual/ (que) La blusa que el viento corta.” (p.106).