Por Tomás Cohen*
Crédito de la foto Andrea Bringmann
Andarivel (Postludio)
No temamos: la muerte es así.
César Vallejo
Al fondo hay siempre arena
y negras lunas nuevas en las uñas.
Al final de mis bolsillos dados vuelta.
Cuando las frazadas mueven montes.
¿Es muy tarde
o muy temprano? Me hablo a ella
hasta que oyes.
¿Quién anda? Asiento,
adelante, que el mar no es azul
si el cielo no lo mira.
Mira lo que traigo en mis bolsillos:
conchitas con tuercas, objeciones
destruidas y centellas de calma
y al fondo hay siempre arena.
Entra, fuera, al cajón del purgatorio
que lame la pelusa de mis bolsillos,
a trajinar donde
adaptadores inútiles y memorias externas
agusanándose entre cables
de admito a abjuro,
donde los recuerdos secos
se desdoblan y redoblan y bifurcan.
Aquí se hundió el mundo anterior.
Queda el agujero
de un amor cavado en la arena
(con las uñas) que sin querer
se va a saciar de cielo
y ser poza en blanco, bocado
de borrón y de espuma—
Aunque mejor
no. Yo paso.
¡Tú!, que alumbras mi asombro en escalones,
tú que en la ceniza eres aliento que sostiene,
ven al borde que se hunde, al librarme en tu nombre,
con mi nombre en tus manos
como dedos. Me miras,
con ojos de apuntes—
Pero basta. Basta, ya
me viro.
Palpa mis pausas, tus frutos;
el lápiz desaparecido tras la oreja.
El bolo que integraba con dolor a su ruedo
esquirla a esquirla los meteoros…
mi rimbombo. Estás aquí, espinario
o partero, a la orilla de una cama,
en la polvareda del cajón vaciado
junto a escombros como niños
en jóvenes sin adulto aún—
Ya, ¡caramba! ¡Córtenla!
Mi costal a rastras
no da más.
Capea conmigo el valle de la indecisión
y las miserias del ardor y del frío;
los pliegues del plazo fantasmal
en que masco mis costras
y chupo de mis heridas;
baños con escritos de jabón sobre reflejo.
Tina interminable de mi vida estrecha,
vadearon por ti dos lejanos maderos
sólo para chocar y alejarse de nuevo—
Sin baba, acabemos,
si acabábamos
cada vez.
Pronto, a muy tarde, dame
vuelta de papel donde no sepa
y ven conmigo bajo la tapa que se cierra,
tomados de las manos como páginas
donde la palabra fuego no queme.
Quedos, juguemos a la semilla
hasta que un rugido nos parta
como al mar del éxodo—
Pero, ¡aún otro pedazo!
Dale… está bueno,
un episodio más.
¿No es muy tarde? No,
ya es muy temprano.
Queda el agujero
de un amor cavado en la arena
y el pleamar se acerca,
hunde el mundo anterior:
ráfaga, trago de
látigo, cuello a-
trás, cénit en
nadir.
Fustiga el
anca del planeta, el planeta
vuelve a voltear. La gravedad
retorna
y el haz de la mirada disuelto en más allá.
El mar partido a la vista del báculo
ruge al cerrar su episodio rojo.
El lomo dorado se traga un éxodo;
los ahogados no cuentan de tesoros.
Al fondo
queda este agujero que se inunda.
Recién montes, frazadas de arena
aterran esta poza todavía azul
donde el cielo sí acaba, te asoma—
¿Quién anda? El mundo,
alrededor.