Vallejo & Co. reproduce la presente nota publicada por Maynor Freyre sobre el legado del poeta Alejandro Romualdo. La misma que fue publicada por su autor, originalmente, en el blog Puro cuento, en febrero de 2015.
Por Maynor Freyre*
Crédito de la foto Archivo de Heduardo/Fb
Romualdo (segundo de la izq.) con amigos.
Alejandro Romualdo Valle.
Iluminada extensión extraordinaria de la palabra
Cuando en 1949 Alejandro Romualdo Valle ―nacido en Trujillo en 1926, muerto en Lima este año 2008― gana el consagratorio Premio Nacional de Poesía «José Santos Chocano» con La torre de los alucinados, libro que publicará dos años después, en 1951, nadie podía avizorar al poeta contestatario que se escondía en él. Un libro deslumbrante por el manejo de la palabra, se le consideraba deudor de la creación de Rainer María Rilke (Praga, 1875-1926) y seguidor de Jorge Eduardo Eielson (Lima, 1922-Italia, 2007), ganador con Reinos, publicado en 1944, del mismo Premio Nacional de Poesía «José Santos Chocano» 1945.
Además de sentirse, en ésta la primera creación poética de Romualdo, un aire en el que se respiraba el aliento de algunos de los poemas de José María Eguren. Más adelante van a ser notorias sus deudas con César Vallejo, a quien recién se empezaba a leer a fondo por la década del cincuenta, lo mismo que pasaría con Gustavo Valcárcel y Juan Gonzalo Rose, dos de sus compañeros de caminos más preclaros en el sendero de la poesía social. Esto después del retorno de Europa de Romualdo, donde permanece becado primero en España por el Instituto de Cultura Hispánica en 1951 ―tal vez a raíz del Premio Nacional de Poesía y del libro ya editado― para luego trasladarse a Italia, de donde regresara a Lima en 1953. En tierras de la madre patria descubre a Blas de Otero , como antes mostrara rasgos de la fina ironía quevediana, «el abuelo instantáneo de los dinamiteros» del que hablara Vallejo, al decir del italiano Antonio Melis, reputado peruanista y el principal crítico de la obra romualdiana.
Al respecto es Melis quien califica: «En pocos poetas contemporáneos del Perú se encuentra una unidad tan estrecha entre un impulso lírico que parece innato y una exploración cultural inquieta y permanente» (Prólogo a Poesía íntegra, pág. 17). Porque eso es Romualdo en el fondo, un poeta lírico que busca una nueva palabra para acercarse a las mayorías, y como su seudónimo tomado del dios latino Jano, busca con esa palabra la paz, por supuesto que no la paz de los borregos, sino la paz de la convivencia en justicia social.
En cambio Augusto Tamayo Vargas en su Literatura peruana II (pág. 1004) señala:
«En medio de ellos (los neomodernistas), rompiendo ese coro hábilmente logrado, surgió la poesía de Alejandro Romualdo ―que él llama concreta. Primero neomodernista, ha dado una vuelta en redondo hacia una poesía clara y sin distingos, a una poesía donde se descubre nuevamente el verso como conductor orgánico de un mundo de ideas que forman proclamas poéticas. Influencias posibles: Neruda, Guillén, Hierro, etc.».
Pero mejor dejemos al propio Romualdo expresarse con diafanidad acerca de tan discutidos puntos de vista sobre su militancia en la poesía social y su alejamiento de la poesía pura en párrafos de una entrevista con la profesora Elsa Cajas (La generación del 50 en la literatura peruana del siglo XX, Pág. 280):
«La aparición de la poesía nuestra (social), se hace en un momento en que existían palabras poéticas y palabras no poéticas, temas poéticos y no poéticos. En ese momento es importante para la evolución de la poesía, para el descubrimiento de la realidad, para la incorporación de mayores perspectivas dentro del quehacer artístico».
Como podemos notar, es el quehacer artístico lo que preocupa a Romualdo y no la simple posición política. Prosigue enseguida:
«Es decir, (se trata de) ensanchar los límites estrechos a que lo habían reducido este dominio aristocratizante en el cual no se podía tratar determinados temas sino (que los otros) de por sí, a priori, ya eran poéticos. El olmo, los reyes, la rosa, eran poéticos antes de hablar de ellos. Eran los temas de cajón. Cualquiera que hablara de la alcachofa caía en lo prosaico».
Lo cual significaba la búsqueda de un nuevo lenguaje, propio y no importado, que incluyera en la poesía la considerada habla popular, o fabla salvaje al decir de Vallejo ―sin ninguna intención peyorativa. Es poco más o menos lo que pretenden algunos escritores actuales, sin caer en regionalismos de costeños, andinos o amazónicos: que traten a la literatura desde su punto de vista, dando por agotados temas que aún siguen vigentes y son padecidos en el Perú y en gran parte del tercer mundo.
«(Los poetas) pueden hablar ahora de Chachapoyas, de Abancay o de Ayacucho ―prosigue Romualdo. En aquel momento utilizar esas palabras era caer en el provincialismo. Había que hablar de grandes capitales para ser poetas universales. Entonces, estos poetas pueden ahora hablar de botellas, de alcohol, y ya no asustan a nadie porque precisamente tuvo que abrirse esa brecha de otro lenguaje».
Un claro ejemplo de ello fue el lenguaje introducido por el Movimiento Hora Zero a partir de los años setenta, recogido de la calle, de la taberna, de la chingana, de la esquina del barrio y de inmigrantes de todas las partes del Perú, los que fueron copando Lima de a pocos.
Justamente Roger Santiváñez, poeta que militara en movimientos diversos de la poesía peruana setentera y ochentera, como La Sagrada Familia, Hora Zero y Kloaka, lanza su parecer (Op. Cit., pág. 269):
«Ya más asentado en sus planteamientos, Romualdo publicó Como Dios manda (1967) con el poema ‘Coral a paso de agua mansa’ que junto con El movimiento y el sueño (1971) y En la extensión de la palabra (1974) conforman el universo de experimentación verbal sobre la página en blanco y la disposición de planos y contradiscursos, que el poeta ofreció como una renovación a su onda social».
No sólo eso, prosiguiendo con su interpretación crítica de la obra de Romualdo, llega a la exaltación cuando descubre lo siguiente:
«(…) hemos dejado para el final el libro que nos parecer más hermoso de todos los de Romualdo: Cuarto mundo (1972) donde está el responso por Sam Brown (“Responso por un payaso negro”), cuya historia nos es expuesta con lograda interiorización y en un tono coloquial-narrativo (que recuerda cierta onda del 70)».
Esto corrobora nuestro planteamiento anterior, y coloca a Romualdo como un precursor de los cambios lingüísticos operados en la segunda mitad del s. XX dentro de la poesía peruana, y que al decir de Miguel Gutiérrez inclusive ha llegado a influir en los narradores.
Para dejar la voz a una mujer literata, cederemos la palabra a Carmen Ollé (Op. Cit., pág. 59):
«En la poesía más interesante (del cincuenta), que es la de Alejandro Romualdo, Túpac Amaru no representa ya la sensibilidad personal del autor (demasiado explícita en sus primeros poemarios) sino el sentir popular-nacional. Toda una colectividad se expresa a través de este mensaje histórico. Por eso dijimos que hacía un uso popular del símbolo… Rotulado como poeta social, tendrá un tono pindárico y utilizará formas clásicas. Sus dos poemas más representativos de esta tendencia: “El canto coral…” (Edición extraordinaria, 1958) y “Dios material” (Poesía concreta, 1952, poema precursor del Canto coral…y seguidor de “Masa” de Vallejo) están escritos en endecasílabos, más un elemento: el coro griego».
Acertada aclaración la de Carmen Ollé, pues el crítico José Miguel Oviedo acusa al poeta de haber publicado Edición extraordinaria porque buscaba un puesto en algún partido porque «este no era un libro de poesía sino de política», lo que obliga a Romualdo a escribirle una carta aclaratoria publica en El Comercio: Aurelio Miró Quesada, al lado de Manuel Beltroy y Luís Jaime Cisneros habían conformado el jurado que le otorgó el Premio Nacional de Poesía en 1949. Súmese a esto que Oviedo, según el autor, pareció no darse cuenta que “Canto coral…” era parte de ese poemario. Consideró la crítica emitida entonces (1958) por Mario Vargas Llosa en la revista Literatura como más inteligente: «Yo la respeté porque era su opinión», confesó Romualdo.
Volviendo a la influencia de Reinos de Eielson sobre el libro galardonado, La torre de los alucinados, el poeta y actual presidente de la Filial de la Real Academia de la Lengua Española en el Perú, Dr. Marco Martos, sostiene que en el poemario inicial de Romualdo «hay una mayor simplicidad sintáctica y semántica que puede atribuirse tanto a la juventud de un autor (tenía 23 años al ganar el premio) que hace sus primeras armas poéticas, como a una elección deliberada que tiene por objetivo garantizar la comunicación con un número grande de lectores». Posición que abunda aún más la tesis sostenida al comienzo de este breve estudio.
Antes de finalizar, recurriremos a una entrevista última hecha por el poeta Juan Cristóbal en la cual le pregunta:
Juan Cristóbal: ¿Por qué los poetas “puristas” rechazaban la política?
Alejandro Romualdo: Yo creo que rechazaban solo determinadas políticas ―responde Romualdo―. En cambio, poetas como Juan Gonzalo Rose, Gustavo Valcárcel o Francisco Bendezú sufren destierro por su lucha democrática antidictatorial, lo mismo que Manuel Scorza (se refiere a la dictadura del general Manuel Odría en los cincuenta). Y también frente a hechos históricos como la revolución cubana. Algunos de la Generación del 50 rechazaban las nuevas propuestas estéticas e ideológicas que se iban imponiendo.
Es obvio que para Alejandro Romualdo toda esa experimentación permanente que aplicó en su creación, estuvo iluminada por la búsqueda incesante de darle un vuelco extraordinario a la palabra poética. Y esto lo corroboramos con sus propias apreciaciones (Op. Cit., pág. 275):
«Porque la creación es eso, no sólo un cambio de actitud política frente a la realidad sino un cambio artístico frente a la generación anterior que abre las compuertas a un nuevo léxico, a una nueva temática, y precisamente por haber atendido a las urgencias de la realidad exterior se abren nuevas zonas de exploración poética. Hoy en día no llama la atención que un poeta hable que camina por la avenida Abancay, antes eso era vergonzoso, tenía que decir que caminaba por un puente sobre el Sena o por alguna calle de Londres. Hoy hablan del Rímac, de Abajo el Puente con toda naturalidad».
Y con toda naturalidad debemos releer a Alejandro Romualdo en toda la extensión de su poesía, porque la realidad peruana está que arde, y ya no es hora de encerrarse en torres de cristal sino de subir a otear desde las torre de los alucinados alguna edición extraordinaria que nos lleve a vivir en esta pródiga pero injusta tierra como Dios manda.