Por Carmen Borja*
Crédito de la foto (izq.) la autora /
(der.) Ed. Lumen
7 poemas de Libro del retorno (2007),
de Carmen Borja
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De paso, extranjeros en una tierra que no es nuestra.
El dolor enterrado en lo hondo
sale a la superficie de golpe,
cuando menos se espera. Te desborda
por los ojos, te arrasa.
Y sólo puedes mirar, muda,
con la garganta rota y el corazón despeñado,
sin rehuir zambullirte en la alberca de la muerte.
Pero hay un orden más allá de los fragmentos
y el pie que avanza devora espacio.
Que la luz te ayude a discernir
la orilla del corazón que conoce el mar
y el color de su matemática profunda.
¿Y si del otro lado sólo hay silencio?
Si no entras en el círculo,
hablarás a los que ya saben,
y el lenguaje de los símbolos
seguirá siendo sordo a oídos extraños.
Siempre volvemos a la casa del padre.
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Este dulce no hacer nada,
abrir ojos y piel a la mañana,
a un tañer y ladrar arracimados,
a la sombra del sol en las callejas.
Hay pensamiento sin lenguaje
y toda plenitud es misteriosa.
Lo arriesgas todo, tu vida entera,
por aquello que gesta lo invisible:
presencia del espíritu en el mundo.
Es lo invisible
lo que cambia el curso de la historia
y hace arte con los sueños de las rocas
y el deseo salvaje de los hombres.
Entonces el poeta intuye lo sagrado
y canta la verdad. El viento cesa.
¿Has visto cuántos desiertos?
El de piedra, el montañoso,
el de arena, el de sal blanca,
el de lava y el terrible de polvo.
No calles, no te niegues la palabra.
Crear, orar, conjugar toda forma de futuro,
amar, reír, comprender:
todo aquello que nos hace humanos.
Siempre volvemos a la casa del padre.
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¿Y el recuerdo de los vivos?
Siempre al otro lado del mar,
en parte alguna.
¿Y qué tras las palabras?
En la plenitud del tiempo,
cuando ya no hay tiempo,
la luz del faro señala el camino.
Pero tus ojos habían visto todos los naufragios.
¿Puede la luz verse a sí misma?
¿Puede la oscuridad iluminar la noche?
El hijo nace eternamente,
la vida vive vida, a cada instante.
Y el viaje es largo,
a la medida del alma.
El amor ensancha límites,
abre y prolonga la frontera.
¿Recuerdas?: si bebes mis lágrimas
ya no podremos separarnos.
Siempre volvemos a la casa del padre.
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Y el pasado vuelve sin permiso,
como el azar. Desbocado,
más allá de los nombres,
por encima de todas las palabras.
Y mi cuerpo se transforma en ola gigantesca
que dibuja vocales, consonantes,
ola tras ola, letra tras letra,
playa inagotable. Y todo es sagrado.
Llegar donde el agua no llega.
¿Acaso es traición sobrevivir a los muertos?
Una oscura llamada nos convoca
entre ráfagas de lluvia, libros y palabras
y nos hace recorrer las mismas calles
y nos llama a cada cual por nuestro nombre.
¿Cómo no ser débil y entregarse?
¿Cómo no obedecerla?
Siempre volvemos a la casa del padre.
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¿Cómo dejar de ser lo que se es?
Había dulzura y abismo en la mirada.
Un horizonte de momento tejido a otro,
de un día a otro día:
milagro de la luz sobre la escarcha.
Conoces el corazón del árbol
y el secreto profundo de la vida.
Pero mejor no convencer a los incrédulos.
Siempre volvemos a la casa del padre.
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Pasar sobre las palabras hacia el fondo,
el misterio de la calma en los sentidos,
la purificación del espíritu que sufre.
Porque no importa tanto la verdad
como transmitirla sin pronunciarla.
El artesano trabaja con lo que tiene
y no le importa su origen sino lo que inspira:
extraer forma a lo dado y conseguir
que hable al corazón y a la cabeza.
Como un faro, siempre allí,
hasta que el último viajero encuentre su camino.
Camino de vuelta a casa,
camino a la casa del padre.
Siempre estamos yendo a la casa del padre,
eternamente, volvemos.
Intuir, entender, amar,
¿cómo no conjugar sin descanso?
Todo estaba en la lluvia,
la luz de la tarde, el olor a invierno.
Y detrás del lenguaje, en silencio.
Siempre volvemos a la casa del padre.
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Todos peregrinos.
El oscuro temor de la muerte en los libros
no prepara para la primera muerte,
el adiós a la persona amada:
amor infinito, infinita desolación.
La ceniza llegó como un silencio impuro
y el sentido importaba más que la verdad.
¿Por qué el amor no salva de la muerte?
La cuerda vibraba en el aire
y respirar era vivir:
absorber luz, expulsar luz,
convertirse en luz.
Siempre volvemos a la casa del padre.
*(Gijón-España, 1957). Doctora en Literatura española y magíster en Edición. Reside en Barcelona (España) desde 1978. Es presidenta de la asociación Produccions Impossibles y codirige la Casa de l’Artista en Terres de Cruïlla. Alejada por convicción personal tanto de la crítica literaria como del mundo académico, su interés central desde hace años es la poesía. Ha publicado en poesía, la trilogía formada por Libro de Ainakls (1988), Libro de la Torre (2000) y Libro del retorno (2007), La balada de Branko Petrovski y otros poemas (2007), Mañana (2011) y Sub Jove. Cartas de tréboles y diamantes en edición de bibliófilo (2016). En 2017 Sub Jove se publica en castellano, asturiano y catalán y en 2018 en edición especial de cartas de tarot. (www.carmenborja.net)