5+1 poemas futbolísticos

 

Vallejo & Co. se une a la fiebre mundialista con poemas sobre fútbol, dado el inicio del Campeonato mundial de fútbol Rusia 2018 con 5 poemas + 1 sobre el deporte rey en la pluma de Blanca Varela, Juan Parra del Riego, Günter Grass, Carlos Germán Belli, Rafael Alberti y Miguel Hernández.

 

 

Por VV.AA.

Crédito de la foto www.pqs.pe

 

 

5+1 poemas futbolísticos

 

 

Blanca Varela

 

Fútbol

 

juega con la tierra

como con una pelota

 

báilala

estréllala

reviéntala

 

no es sino eso la tierra

tú en el jardín

mi guardavalla mi espantapájaros

mi atila mi niño

 

la tierra entre tus pies

gira como nunca

prodigiosamente bella

 

 

 

Juan Parra del Riego

 

Polirrítmico dinámico a Gradín, jugador de fútbol

 

Palpitante y jubiloso

como el grito que se lanza de repente a un aviador

todo así claro y nervioso,

yo te canto, ¡oh jugador maravilloso!

que hoy has puesto el pecho mío como un trémulo tambor.

 

Ágil

fino,

alado,

eléctrico,

repentino,

delicado,

fulminante,

yo te vi en la tarde olímpica jugar.

Mi alma estaba oscura y torpe de un secreto sollozante,

pero cuando rasgó el pito emocionante

y te vi correr… saltar…

 

Y fue el ¡hurra! y la explosión de camisetas

tras el loco volatín de la pelota,

y las oes y las zetas,

del primer fugaz encaje

de la aguja de colores de tu cuerpo en el paisaje,

otro nuevo corazón de proa ardiente,

cada vez menos despacio

se me puso a dar mil vueltas en el pecho de repente.

 

Y te vi Gradín,

bronce vivo de la múltiple actitud,

zigzagueante espadachín

del goalkeaper cazador

de ese pájaro violento

que le silba la pelota por el viento

y se va, regresa, y cruza con su eléctrico temblor

 

¡Flecha, víbora, campana, banderola!

¡Gradín, bala azul y verde! ¡Gradín, globo que se va!

Billarista de esa súbita y vibrante carambola

que se rompe en las cabezas y se enfila más allá…

y discóbolo volante,

pasas uno…

dos…

tres… cuatro…

siete jugadores…

 

La pelota hierve en ruido seco y sordo de metralla,

se revuelca una epilepsia de colores

y ya estás frente a la valla

con el pecho… el alma… el pie…

y es el tiro que en la tarde azul estalla

como un cálido balazo que se lleva la pelota hasta la red.

¡Palomares! ¡Palomares!

de los cálidos aplausos populares…

 

¡Gradín, trompo, émbolo, música, bisturí, tirabuzón!

(¡Yo vi tres mujeres de esas con caderas como altares

palpitar estremecidas de emoción!)

¡Gradín! róbale al relámpago de tu cuerpo incandescente

que hoy me ha roto en mil cometas de una loca elevación,

otra azul velocidad para mi frente

y otra mecha de colores que me vuele el corazón.

 

Tú que cuando vas llevando la pelota

nadie cree que así juegas;

todos creen que patinas,

y en tu baile vas haciendo líneas griegas

que te siguen dando vueltas con sus vagas serpentinas.

 

¡Pez acróbata que al ímpetu del ataque más violento

se escabulle, arquea, flota,

no lo ve nadie un momento,

pero como un submarino sale allá con la pelota… !

 

Y es entonces cuando suena la tribuna como el mar:

todos grítanle: ¡Gradín!, ¡Gradín!, ¡Gradín!

Y en el ronco oleaje negro que se quiere desbordar,

saltan pechos, vuelan brazos y hasta el fin

todos se hacen los coheteros

de una salva luminosa de sombreros

que se van hasta la luna a gritarle allá: ¡Gradín!, ¡Gradín!, ¡Gradín!

 

 

 

Günter Grass

 

Estadio de noche

 

Lentamente ascendió el balón en el cielo.

Entonces se vio que estaba lleno el graderío.

En la portería estaba el poeta solitario,

pero el árbitro pitó fuera de juego.

 

 

 

Carlos Germán Belli

 

Estadio Vaticano

 

Los jugadores de fútbol

a sus camarines vuelven,

paso a paso cabizbajos,

trémulos y sollozando

por entre las viejas ruinas de Occidente veneradas

y la chusma de poetas tan seguros de sí mismos,

levantadores de pesas, diplomados en gimnasios,

soberanos del amor, del dinero y la salud

que ferozmente se burlan

del sensible futbolista,

legislador del planeta.

 

 

 

Rafael Alberti

 

Al gran oso rubio de Hungría

 

Ni el mar,

que frente a ti saltaba sin poder defenderte.

Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía.

Ni el mar, ni el viento, Platko,

rubio Platko de sangre,

guardameta en el polvo,

pararrayos.

No nadie, nadie, nadie.

Camisetas azules y blancas, sobre el aire.

Camisetas reales,

contrarias, contra ti, volando y arrastrándote.

Platko, Platko lejano,

rubio Platko tronchado,

tigre ardiente en la yerba de otro país.

¡Tú, llave, Platko, tu llave rota,

llave áurea caída ante el pórtico áureo!

No nadie, nadie, nadie,

nadie se olvida, Platko.

Volvió su espalda al cielo.

Camisetas azules y granas flamearon,

apagadas sin viento.

El mar, vueltos los ojos,

se tumbó y nada dijo.

Sangrando en los ojales,

sangrando por ti, Platko,

por ti, sangre de Hungría,

sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto

temieron las insignias.

No nadie, Platko, nadie,

nadie se olvida.

Fue la vuelta del mar.

Fueron diez rápidas banderas

incendiadas sin freno.

Fue la vuelta del viento.

La vuelta al corazón de la esperanza.

Fue tu vuelta.

Azul heróico y grana,

mando el aire en las venas.

Alas, alas celestes y blancas,

rotas alas, combatidas, sin plumas,

escalaron la yerba.

Y el aire tuvo piernas,

tronco, brazos, cabeza.

¡Y todo por ti, Platko,

rubio Platko de Hungría!

Y en tu honor, por tu vuelta,

porque volviste el pulso perdido a la pelea,

en el arco contrario al viento abrió una brecha.

Nadie, nadie se olvida.

El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.

Las insignias.

Las doradas insignias, flores de los ojales,

cerradas, por ti abiertas.

No nadie, nadie, nadie,

nadie se olvida, Platko.

Ni el final: tu salida,

oso rubio de sangre,

desmayada bandera en hombros por el campo.

¡Oh, Platko, Platko, Platko

tú, tan lejos de Hungría!

¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte?

Nadie, nadie se olvida,

no, nadie, nadie, nadie.

 

 

 

Miguel Hernández

 

A Lolo, sampedro joven en la portería del cielo de Orihuela.

 

Elegía al guardameta

 

Tu grillo, por tus labios promotores,

de plata compostura,

árbitro, domador de jugadores,

director de bravura,

¿no silbará la muerte por ventura?

 

En el alpiste verde de sosiego,

de tiza galonado,

para siempre quedó fuera del juego

sampedro, el apostado

en su puerta de cáñamo añudado.

 

Goles para enredar en sí, derrotas,

¿no la mundial moscarda?

que zumba por la punta de las botas,

ante su red aguarda

la portería aún, araña parda.

 

Entre las trabas que tendió la meta

de una esquina a otra esquina

por su sexo el balón, a su bragueta

asomado, se arruina,

su redondez airosamente orina.

 

Delación de las faltas, mensajeras

de colores, plurales,

amparador del aire en vivos cueros,

en tu campo, imparciales

agitaron de córner las señales.

 

Ante tu puerta se formó un tumulto

de breves pantalones

donde bailan los príapos su bulto

sin otros eslabones

que los de sus esclavas relaciones.

 

Combinada la brisa en su envoltura

bien, y mejor chutada,

la esfera terrenal de su figura

¡cómo! fue interceptada

por lo pez y fugaz de tu estirada.

 

Te sorprendió el fotógrafo el momento

más bello de tu historia

deportiva, tumbándote en el viento

para evitar victoria,

y un ventalle de palmas te aireó gloria.

 

Y te quedaste en la fotografía,

a un metro del alpiste,

con tu vida mejor en vilo, en vía

ya de tu muerte triste,

sin coger el balón que ya cogiste.

 

Fue un plongeón mortal. Con ¡cuánto! tino

y efecto, tu cabeza

dio al poste. Como un sexo femenino,

abrió la ligereza

del golpe una granada de tristeza.

 

Aplaudieron tu fin por tu jugada.

Tu gorra, sin visera,

de tu manida testa fue lanzada,

como oreja tercera,

al área que a tus pasos fue frontera.

 

Te arrancaron, cogido por la punta,

el cabello del guante,

si inofensiva garra, ya difunta,

zarpa que a lo elegante

corroboraba tu actitud rampante.

 

¡Ay fiera!, en tu jaulón medio de lino,

se eliminó tu vida.

Nunca más, eficaz como un camino,

harás una salida

interrumpiendo el baile apolonida.

 

Inflamado en amor por los balones,

sin mano que lo imante,

no implicarás su viento a tus riñones,

como un seno ambulante

escapado a los senos de tu amante.

 

Ya no pones obstáculos de mano

al ímpetu, a la bota

en los que el gol avanza. Pide en vano,

tu equipo en la derrota,

tus bien brincados saques de pelota.

 

A los penaltys que tan bien parabas

acechando tu acierto,

nadie más que la red le pone trabas,

porque nadie ha cubierto

el sitio, vivo, que has dejado, muerto.

 

El marcador, al número al contrario,

le acumula en la frente

su sangre negra. Y ve el extraordinario,

el sampedro suplente,

vacío que dejó tu estilo ausente.