Vallejo & Co presenta, en primicia, el texto de introducción que escribió el novelista y poeta italiano Stefano Serri a propósito de la traducción al italiano del poemario Torba (‘Turba’) publicado el pasado 2014 por el poeta mexicano Pedro Serrano*.
Bonus track: 5 poemas de Pedro Serrano en versión bilingüe (español-italiano).
Por: Stefano Serri
Crédito de la foto: Izq. © Ed. Kolibris
der. Facebook de Pedro Serrano
Un mundo de piedra, que se endurece y luego se desmigaja, es el protagonista de Torba, cuarto poemario de Pedro Serrano. En el universo del artista mexicano la palabra, el cuerpo y la historia se consolidan, convirtiéndose en un laberinto: el poeta sólo es un fósil y sus emociones también se vuelven inorgánicas. Pero la solidez mineral de la realidad cede ante la fractura, y la “geometría rugosa de la historia» se vuelve una fuga de fragmentos inconexos. También el lenguaje de Serrano padece de esa exfoliación, así que el único elemento de cohesión que queda en esta Babel, es el acercamiento de términos según un código irracional, casi surrealista, capaz de engendrar imágenes inesperadas (“una borla de temor”, “una hamaca de dolor”).
De la boca del poeta, abierta o herida, cargada por la «nomenclatura en la mandíbula”, no emerge la alegría del canto, sino el esfuerzo puntual y la tensión del nombrar a las cosas como si el poeta fuera un nuevo Adán. El libro de Serrano, traducido por Chiara De Luca, se configura como una obra de piedra, ora tosca, ora cincelada, pero que se rinde ante el milagro cotidiano del sol, “piedra milagrosa”, así como ante la victoria de lo blanco: porque sólo en la luz del mediodía se realiza “el temblor azulado de lo cierto”.
5 Poemas de Torba
HABER IDO DEJANDO ciudades, puertos,
vestigios esparcidos como ruina espantada,
como una piel a medio curtir,
como resto de vida,
adustos olivos a punto del ahogo y empolvados.
¿Qué lleva a no poder abrir los brazos
hasta crecer en una arbolada formación entrañable?
¿Qué lleva a esta inadecuación calcinada?
Como si abrir las manos fuera tocar a dios, y recogerse,
Como si se pudiera.
CONTRA SÍ MISMO el cuerpo se revuelve,
cumple sus mil milímetros de pan,
migajas esparcidas, mendrugos,
se cuece en cada axila, huele,
cae ruminoso por el vientre, bocas,
pan mojado del sexo, tinto de olores, rancio.
Crece hacia dios el cuerpo, se eleva,
moja la cama y el amor, el pan y el vino.
Andan alisios por el pecho, nadan azules en las manos, andan.
En la impiedad de la cintura vuelve a instaurarse el miedo,
hay que tornar al punto del dolor, hacerlo sueño,
dar en el acto de la huida, descontraer.
Ante mis ojos crece como un pasto su aliento,
la negra majestad dulce del sexo, su pubis atestado y sudoroso,
la esparcida presencia en que penetro.
Desde mi centro rompen los cristales errados, se aquietan.
Una disolución inmaterial hace a la carne carne,
la piedra se machaca y se areniza.
Entrar es acudir al propio centro, una sabiduría que se desliza.
Allí se enciende, se pierden telas y lunares.
Pan, pan, carne del vino los cuerpos sudan,
jur, jur, jarrón rimado de la especie.
COMO SI FUERA LUZ la luz se ajusta,
la claridad se extiende hacia sus límites.
En la playa la arena se acomoda,
hace grumos, se enrosca, precipita.
La claridad del día la convoca,
toca los granos y las sombras, vierte
un acomodo y un calor, habita.
Sol de septiembre encomendero,
frasco de luz humana.
Como si fuera luz la luz me habita,
ribera de colores, lluvia rosa,
agua de pedregal redonda y alta,
farisea la luz, jarra de lunas,
estancamiento y claridad de brisa.
Aire de luz, la calma intenta y vibra,
abre unas alas ateridas, grita.
ABRES LA PIEL a la necesidad y la sombra.
Las manos velan el dolor,
sudan su miedo,
acercan la superficie del alma.
El tiempo grita ya maduro.
Toc, toc, uno por uno, paso a paso.
Recupera el espasmo su vocación de grito,
su vociferación, su línea quieta.
Cae una a una cada cosa en su nombre,
en la certeza viva la multiplicación de los peces.
Pasan los pies, la seda virtual, los ángeles,
la incontestable verdad del firmamento corporal,
la grupa majestuosa.
Van por ti en cada vena,
hablan las voces de tu cuerpo,
dan cintura contra cintura hasta ocupar el mundo,
hacerlo tuyo.
Con la piel en los labios llamas a Dios,
sigues el paso eterno de la infancia,
la soledad constitutiva, la huerta herida del dolor.
Pasa también atravesando todo,
la flor atenazada , su majestad,
su portentosa realidad a ciegas,
el brillo fiel de la navaja, su filo exacto.
Pasa el cuchillo como espejo humano,
caes estrujado entre la culpa,
sales en soledad hacia los otros,
rompes las reglas rígidas,
la autoridad que te contiene,
el castigo que arañas y recibes.
Hoy sólo estás atado a la verdad alterna de tu voz,
a tu expresión violenta y a tus sueños,
a la última voluntad, al ser y ser, humanos.
Llevarme a mí conmigo en esos trazos.
SE DESHACE LA NIEVE, la solidez, la amalgama en las uñas, el decoro;
se deshace del frío la calle blanca, el albor,
se deshacen los fríos, su paz helada,
su luminosidad recogida, su especie blanda.
Se deshace la nieve y las calles tiemblan,
charcos de sal y lodo, pasos resbaladizos, empapados.
Se deshace la nieve en la mano fría, el olor a cerveza,
el candor de los brezos, recogimiento.
Se deshace la nieve y los verdes surgen, intempestivos.
Todo retorna grave a su pulpa abierta,
todo sigue la huella de las reconversiones.
Se deshace la nieve, lámina pura.
Se deshace la nieve y el mundo torna.
Su desfiguro muere, su tensa siembra,
se deshace la nieve y las calles vuelven a ser polícromas.
Todo vuelve a su sitio luego del lujo.
Regresa grave el pasto, la bicicleta,
la banqueta conforme con ser banqueta,
el paladar mordido con seguir siendo.
Se deshace la nieve y uno se mira,
brazos, rizos, colores, sueños, tormentas.
Los pies calientan la menta, las amistades,
todo bajo la manta los calcetines.
De nuevo el mundo vuelve a ser este mundo.
También el cuerpo tiene límites ciertos.
Aproximado a la luz, aproximado.
Alzo el muñón blanco del sol.
El día amanece, desvalido y entero.
Suelto, como un esparadrapo o una cinta de seda.
Suave se deja ir como una centelleante mariposa,
piel de azafrán, amanecer del día.
Se va extendiendo su luz por la madera.
Va poco a poco orillando las cosas,
la frágil entereza de sillas y ventanas,
resbalando el azoro y el dolor
por flores y alhelíes desolados.
El día se toca por azar,
avanza un poco neutro, un poco tonto,
cabeza abajo se cuela, se sonríe.
¿De qué sonríe el día en su dolor?
Yo no sabría contestarlo.
Pero lo sigo sigilosamente.
Hecho de mí está el día,
hecho de su calor y de su fiebre,
iluminado y sometido,
fuerte, furioso, desbordando acaso.
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(versión en italiano)
5 Poesie di Torba
ESSERSENE ANDATI LASCIANDO città, porti,
orme sparse come rovine impaurite,
come una pelle solo per metà conciata,
come resti di vita,
ulivi secchi sul punto di soffocare e impolverati.
Cosa porta a non poter aprire le braccia
fino a crescere a un’arborea formazione viscerale?
Cosa a questa inadeguatezza incendiata?
Come se aprire le mani fosse toccare dio, e raccogliersi,
come si potesse.
CONTRO SE STESSO il corpo insorge,
compie i suoi mille millimetri di pane,
briciole sparse, tozzi di pane secco,
si cuoce in ogni ascella, odora,
cade luminoso nel ventre, bocche,
pane bagnato del sesso, vino rosso di odori, rancio.
Cresce fino a dio il corpo, si eleva,
bagna il letto e l’amore, il pane e il vino.
Vanno alisei nel petto, nuotano azzurri nelle mani, vanno.
Nell’empietà della cintola torna a instaurarsi la paura,
bisogna tornare al punto del dolore, farlo sogno,
darsi all’atto della fuga, decontrarre.
Davanti agli occhi mi cresce come un pascolo il suo respiro,
la dolce maestà nera del sesso, il suo pube gremito e sudato,
la sparsa presenza in cui penetro.
Dal mio centro irrompono i cristalli errati, si calmano.
Una dissoluzione immateriale rende carne la carne,
la pietra si sminuzza e arenizza.
Entrare è accudire al proprio centro, una saggezza sfugge.
Lì si accende, si perdono tessuti e nei.
Pane, pane, carne del vino i corpi sudano,
hi, hi, vaso rimato della specie.
COME FOSSI LUCE si adatta la luce,
all’estremo si tende il chiarore.
Sulla spiaggia la sabbia si dispone,
forma grumi, spirali, precipita.
Il chiarore del giorno la convoca,
tocca i grani e le ombre, riversa
calore e una dimora, abita.
Sole di settembre colonizzatore,
fiasco di luce umana.
Come fossi luce mi abita la luce,
riva di colori, pioggia rosata,
acqua di pietraia alta e chiara,
farisea la luce, anfora di lune,
stasi e chiarore di brezza.
Aria di luce, la calma tenta e vibra,
apre ali intirizzite, grida.
APRI LA PELLE alla necessità e all’ombra.
Le mani velano il dolore,
sudano angoscia,
accostano la superficie dell’anima.
Il tempo grida già maturo.
Toc, toc, passo a passo, a uno a uno.
Recupera lo spasmo la sua vocazione di grido,
vociferazione, linea quieta.
Cadono a una una le cose nel loro nome,
nella certezza viva la moltiplicazione dei pesci.
Passano i piedi, la seta virtuale, gli angeli,
l’incontestabile verità del firmamento corporeo,
la groppa maestosa.
Ti attraversano in ogni vena,
parlano la voce del tuo corpo,
danno pelvi a pelvi fino a occupare il mondo,
farlo tuo.
Con la pelle sulle labbra chiami Dio,
segui il passo eterno dell’infanzia,
la solitudine fondante, l’orto ferito del dolore.
Passa anche attraversando tutto,
il fiore attanagliato, sua maestà,
la sua portentosa casuale realtà,
il lampo preciso del rasoio, il filo esatto.
Passa il coltello come specchio umano,
cadi accartocciato tra colpa e colpa,
in solitudine riemergi fino agli altri,
rompi le rigide regole,
l’autorità che ti contiene,
il castigo che ricevi e raccogli.
oggi solo sei legato all’alterna verità della tua voce,
alla tua espressione violenta e ai tuoi sogni,
all’ultima volontà, all’essere ed essere, umani.
Portarmi a me con me in questi tratti.
SI DISFA LA NEVE, la solidità, l’amalgama nelle unghie, il decoro;
si disfa del freddo la strada bianca, l’albore,
si disfano i freddi, la loro pace gelata,
la loro intima luminosità, la loro morbida specie.
Si disfa la neve e tremano le strade,
pozze di melma e sale, passi scivolosi, fradici,
mi si disfa la neve nella mano fredda, l’odore di birra,
il candore dell’erica, raccoglimento.
Si disfa la neve e si formano i verdi, intempestivi.
Tutto torna grave alla sua polpa aperta
tutto segue il solco delle riconversioni.
Si disfa la neve, lamina pura.
Si disfa la neve e il mondo si riforma.
Muore la sua deformazione, la sua semina tesa,
si disfa la neve e si rifanno policrome le strade.
Tutto torna al suo posto dopo il lusso.
Torna grave il pascolo, la bici,
la panca conforme con l’essere panca,
il palato morso con l’essere ancora.
Si scioglie la neve e uno si guarda,
braccia, riccioli, colori, sogni, tempeste.
I piedi scaldano la menta, le amicizie,
ben sotto la coperta i calzini.
Ancora torna il mondo a essere questo mondo.
Anche il corpo ha limiti certi.
Avvicinato alla luce, avvicinato.
Alzo il moncone bianco del sole.
Il giorno albeggia, intero e indifeso.
Sciolto, come un cerotto o un nastro di seta.
Soave si lascia andare come una scintillante farfalla,
pelle di zafferano, alba del giorno.
Si va estendendo la sua luce nel legno.
Va poco a poco orlando le cose,
la fragile interezza di sedie e finestre,
colando dolore e turbamento
su fiori e violaciocche sconsolate.
Il giorno si tocca per caso,
avanza un po’ neutro, un po’ stolto,
a testa bassa s’intrufola, sorride.
Di che sorride il giorno nel proprio dolore?
Non avrei risposte da dare.
Però lo seguo di nascosto.
È fatto di me il giorno,
fatto del suo calore e della sua febbre,
illuminato e sottomesso,
forte, furioso, traboccante forse.