5 poemas de «La noche apenas respiraba» (inédito), de Henry Alexander Gómez

 

Los poemas presentados a continuación, pertenecen al poemario La noche apenas respiraba, que obtuvo una Mención Honorífica en el Certamen Internacional de Literatura Sor Juan Inés de la Cruz y está próximo a publicarse en Toluca-México.

 

Por Henry Alexander Gómez*

Crédito de la foto (izq.) el autor /

(der.) Ed. FOEM

 

 

5 poemas de La noche apenas respiraba (inédito),

de Henry Alexander Gómez

 

 

Primer día

 

Una suerte de poema ciego ardía

a nuestras espaldas.

……………………….Cada pequeño niño

era pasado por la máquina y la bota militar

para dejarlo hecho un hombre capaz de arrancarle

el sudor a la noche con su aliento.

 

El aire quieto del batallón nos respiraba

por la comisura de los labios.

El capitán cosió en nuestras muñecas

las raspaduras de la guerra,

nos ató los tobillos

con el grito del guerrillero dado de baja.

 

El salto de la liebre fue la gran partitura.

 

Corrimos por la Plaza de Armas

como quien intenta susurrarle un secreto

al oído del viento,

lloramos en el campo de tiro,

……………………….en medio de una risa sideral.

 

……………….El peso del fusil entonó toda rendición.

 

Nada termina por crecer en esta tierra,

ni siquiera el silencio y sus pesadillas.

 

Cada soldado llevaba

…………un huevo negro en la palma de su mano.

 

 

 

Gas mostaza

 

Un cielo tejido por la lepra

llenó el canal que había en la falda de la montaña

y nos rodeó de punta a punta.

El teniente Rojas disparó varias veces su lanzagranadas

como quien clausura las puertas de un laberinto

donde la hiedra ha perdido el camino.

Las granadas incendiaron la prisión

y la soga del humo nos apretó el cuello

hasta dejarnos desechos los pulmones.

Incluso el aguacero se colaba

debajo de nuestros cascos de guerra

e intentaba encontrar un pequeño orificio

por dónde respirar.

El infierno tiró al suelo el armamento.

El soldado Orozco le pidió a gritos

a la Virgen María

que le atara el cordón de su bota militar.

El sudor de los fusiles, por primera vez,

me expropiaba del aire

y me cosía los huesos uno por uno

a la risa astuta de la guerra.

Nada quedó a salvo,

ni siquiera las uñas aferradas a las paredes de cal.

 

…………—Han dejado de ser reclutas —nos gritó

el teniente Rojas—, se acaban de graduar como miembros

activos de las Fuerzas Militares de Colombia —replicó.

 

Despertamos con el uniforme lleno de odio,

…………viejos,

como niños expulsados del paraíso,

con una constelación de sombras rotas detrás de las orejas.

 

Existe en el mundo

un alto riesgo de caer en las cadenas

………………que nos ofrece la victoria.

 

………………Las cosas iban perdiendo su color natural.

 

 

 

De patrulla

 

Las mujeres

venían desde cualquier rincón

y nos saludaban

con sus pañolones caídos. Fundaban

todo un continente en nuestras vísceras.

 

…..—Yo le pago la que quiera,

soldado Gómez —decía el capitán—,

usted sólo escoja.

 

El Escalón Rojo era un vendaval de frutas ácidas

moviéndose a lo Héctor Lavoe. Las extrañas

genealogías del amor

crecían desde la barra del bar al lanzagranadas

terciado a mis espaldas.

El humo escarlata

de los cigarrillos se acomodaba en los sillones

donde cada soldado urdía la geometría simple

de los mundos inacabados.

 

…..—Vengo desde atrás de la lluvia —me decía

Maritza y su rímel se propagaba por el aire

hasta llenar de estrellas

cada puesto de guardia en el batallón.

 

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Los 40 ladrones

 

El largo bastón que traigo de la guerra

sostiene el arte milenario del hurto calificado.

 

Cada cosa era usurpada en el ejército:

las toallas, las colchas, las cucardas, la munición;

hasta robábamos el aire que llenaba nuestras bocas,

luego de las patrullas nocturnas.

 

Aprendimos, desde el primer día,

a dormir con los setenta y cinco cartuchos como almohada,

con el Galil anudado al brazo del sueño,

para nunca perder la costumbre de ser víctima

………………………………………………………………..…y asesino.

 

Nacimos, como François Villon, para guardar el mal

en nuestras tiendas de campaña,

para usurparle a Alí Babá cada una de sus sortijas de oro.

 

No podía ser de otra forma,

vivimos con la certeza de caminar

por el filo de la orilla,

sin ataduras,

o, por lo menos,

con la promesa de robar siempre en el patio donde

Dios habilita todos los comercios.

 

Corsarios, piratas, bandidos, lobos de asalto,

somos igual que el mal ladrón crucificado

y condenado por Jesucristo,

a imagen y semejanza de Bonnie y Clyde,

de la raza ladina de Lex Luthor.

 

No fue Vincenzo Peruggia quien robó la Mona Lisa,

fuimos nosotros, los soldados de Colombia,

que siempre andamos con la sed guardada en los bolsillos,

con una tercera mano

para llegar a donde no nos alcanza la suerte.

 

Hay verdades que simplemente no son nuestras,

………………..pensamientos

………………..semejantes a una gradería de piedra

………………..en la que se asciende al bajar los peldaños:

 

igual que la guerra: pequeña metáfora

…………………………….que le hurta los ronquidos a Dios.

 

 

 

El borracho

 

“El borracho”, le decíamos. Un soldado

que rezaba a media lengua y disparaba

por la culata de su fusil.

 

El lanza Ramírez era un puñado de niño,

un medio hombre que intentaba cazar tigres

con la mirada perdida.

 

En la noche no paraba de contar estrellas.

 

“Borracho, caiga en veintidós de pecho”,

decía el capitán. “Borracho, usted solo

va a barrer la plaza de armas

y va a brillar la estatua de mi general Mosquera

hasta la madrugada”, le ordenaba el dragoneante.

El sargento Maldonado lo levantaba

a las tres de la mañana con un cubo gigante de agua.

 

Un día, mientras almorzábamos lentejas

bañadas en quenopodio,

se voló los sesos con su Galil AR 7,62.

Dejó una gruesa pasta de sangre

con pedazos de hueso por todo el techo del baño.

 

Lo levantaron como se ajusta una puerta caída,

como quien pone una cortina negra

para tapar la ventana rota.

 

Pero el borracho, el lanza Ramírez,

…………………………no paraba de contar estrellas.

 

Se quedó en el baño,

espantando con su media lengua

y quemando la lluvia con el hedor de sus sesos.

Se le apareció en el espejo al sargento Maldonado

cuando se cepillaba los dientes. Le cerró la llave del agua

al cabo Zapata mientras se duchaba.

“Te voy a matar, maricón”, dicen que le susurró

al dragoneante Otálora, luego de voltear a un soldado

que lavaba el piso de los retretes.

Con mis huesos tiznados por el estruendo del miedo,

sentí su torpe respiración una noche

que fui al orinal, luego de prestar guardia.

 

Éramos soldados con el corazón disfrazado

por la muerte, intentando olvidar el rostro de la madrugada

traspasado por el rojo cañón de nuestros fusiles.

 

El sargento Maldonado

pidió la baja.

El lanza Ramírez, el borracho,

……………………………………nunca paró de contar estrellas.

 

 

 

 

 

*(Bogotá-Colombia, 1982). Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas (Colombia) y Magister en Creación Literaria de la Universidad Central (Colombia). Es director del Festival de Literatura “Ojo en la tinta”. Ha recibido el Premio Nacional de Poesía Universidad Externado de Colombia, el Premio Nacional Casa de Poesía Silva (Colombia) y el Premio Internacional de Poesía José Verón Gormaz (España). Es cofundador y editor de la Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida (www.laraizinvertida.com) y docente del Pregrado en Creación Literaria de la Universidad Central (Colombia). Ha publicado en poesía Memorial del árbol (2013), Diabolus in música (2014), Tratado del alba (2016), Georg Trakl en el ocaso (2018); y las antologías Teoría de la gravedad (2014) y El humo de la noche rodea mi casa (2017).

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