«Quisiera que la muerte misma sea, sin exagerar, algo erótica», entrevista a José Watanabe (Parte II)

 

Vallejo & Co. reproduce la segunda parte de una extensa entrevista que le hiciera Diego Alonso Sánchez, en enero del 2007, al poeta José Watanabe quien falleció tan sólo dos meses después de la misma, por lo que esta charla cobra trascendental importancia al ser una de las últimas declaraciones que ofreció el poeta. En esta segunda “escena” de la conversación -de algo más de 30 minutos- el escritor nissei revela detalles de su familiaridad con la muerte y su relación con sus padres, figuras recurrentes en su poesía. Esta sección fue publicada en la revista Somos, del diario El Comercio, en Lima, en el año 2007.

 

 

Por: Diego Alonso Sánchez

Crédito de la foto: www.rpp.pe

Mural del poeta en Laredo, pintado

para el Festival Itinerante «Once latidos»

 

 

«Quisiera que la muerte misma sea,

sin exagerar, algo erótica»,

entrevista a José Watanabe*

(Segunda parte)

 

 

Diego Alonso Sánchez [DAS]: La relación de lo oscuro con la muerte también es un tema que te acompaña bastante, sobre todo con respecto a las pérdidas familiares.

José Watanabe [JW]: He vivido muchas muertes, eso es muy obvio. En los pueblos a veces llegan pestes. Lo que llamábamos pestes que eran por lo general la tifoidea, la bubónica, la viruela negra y se llevaban a los chicos y de pronto ibas al colegio y no había alumnos, no estaban tus compañeros.

Yo mismo tengo dos hermanos que murieron: uno muere un día lunes y otro muere el sábado, en una misma semana. Fueron mayores que yo, uno por dos años y otro por tres. Así vivo esas muertes, aunque yo era muy pequeño. El Perú, tanto costeño como andino, está lleno de una atmósfera muy cargada de muerte para los niños.

He dicho alguna vez, un poco bromeando, que debería haber un gran psiquiatra que vaya a todos estos pueblos quitando esa carga tan tanática, tan fuerte que hay en los pueblos. No sé qué escritor dijo alguna vez: «No, porque la costa no es mítica». Y cómo no va a ser mítica la costa si está llena de mitos, y son mitos que vienen de la zona andina, que viajan a la costa y se adaptan. Por ejemplo, el mito del Pishtaco está en Laredo y se adapta a una nueva forma. En Laredo salían hombres encapuchados de negro muy tarde, de noche, a robar niños para llevarlos a la fábrica de azúcar para que se aceiten los engranajes, porque el aceite de niño es mucho más fino. Y como el azúcar es pequeñita, la maquinaria funcionaba casi como una de relojería. Ahora imagina, es una adaptación del mito del Pishtaco. Hay una carga, una atmósfera bastante fanática y bueno, eso lo he cargado siempre. Pero claro, no lo cargo tan así.

Yo sé que hay muchos poetas, y no los critico, que a veces a la muerte la literaturizan demasiado. Es muy literatura. Yo tengo un poema, que creo que está en Cosas del cuerpo, que se llama «La jurado», donde mi madre me habla de la muerte y la muerte no es lo que dicen los poetas, es otra cosa. Por eso no me gusta literaturizar a la muerte. Cuando hablo de la muerte hablo de la muerte real. Porque yo mismo, incluso, he estado en una situación, hace años, bastante delicada, con una enfermedad muy grave, cuyo pronóstico, como dicen los médicos, era reservado. Pero me salvé, y de eso ya hace muchos años. Entonces me enfrenté al hecho de morir también. Y eso me dejó una secuela de pensamiento, a veces, tenebrosa. Pero yo trato de combatir eso; quisiera que la muerte misma sea, sin exagerar, algo erótica. Pero que no tenga esa carga final, sino que con la muerte se pueda jugar también.

 

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[DAS]: El mundo andino sí juega mucho con la muerte. Y tú también.

[JW]: En algunos poemas de Banderas… hay un poco de eso. Claro que es un poco ácido, hay un poema al suicidio de un amigo, que efectivamente se suicidó. Es una alusión a Juan Bullita, donde utilizo un humor muy ácido que no sé si se entenderá con ese humor.

 

 

[DAS]: Pero Bullita era así de ácido.

[JW]: Pero es conocido que él destruyó sus documentos porque no quiso ser un ciudadano. Y llegó a una fosa común, efectivamente. Digamos que él quiso que la muerte sea ese hecho de todos, ese hecho de tantos, no tan individualizada.

 

 

[DAS]: Pero esa coloquialidad que le das a la muerte esconde un drama.

[JW]: Como cuando vi a mi madre, que también está en Banderas…, es decir, cuando veo el cadáver de mi madre y me pregunto cómo le puedo dar alegría. Es espantoso darme cuenta de eso, era la muerte de mi madre, y cómo me hubiera gustado darle alegría, pero ya estaba muerta y no se puede dar alegría a un ser como ese. Ese poema ha sido el más duro y, además, intento que sea el último que escribo sobre mi madre, como que le rindo un homenaje, porque a veces he escrito poemas un poco duros sobre ella.

 

 

[DAS]: Como «Desagravio…»

[JW]: «Desagravio» lo escribí porque antes había escrito uno más duro que se llama «Mamá cumple 75 años», que bromea con el título de la película de Carlos Saura, donde digo que la madre es la dolencia más antigua que tenemos, a veces.

Ahora, en España, se acaba de editar un libro que se llama Tu nombre viene lento, por el poema de Carlos Oquendo de Amat. Es un libro objeto que ha sido ilustrado por Eduardo Arroyo, este famoso pintor pop. Todavía no llega, pero está por llegar, y me imagino que lo van a vender en galerías.

 

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[DAS]: Y trabaja tus poemas a tu madre…

[JW]: Sí, con los míos, porque yo he escrito como dieciocho poemas a mi madre, digo poemas sobre la madre en general. Sí pues, porque la galería Estampa de Madrid me pidió una antología de mis poemas y a mí se me ocurrió juntar todos los que hablaban sobre mi madre, y les expliqué la idea y me dijeron que estaba perfecto. Y yo los mandé con ese título: Tu nombre viene lento. Y cuando abres el libro dice: «Tu nombre viene lento como las músicas humildes» y explica que este verso es de un poema que se llama «Madre», de Carlos Oquendo de Amat, quien en 1927 publicó también un libro objeto y que este es un libro homenaje a él.

 

 

[DAS]: Y concuerda con el centenario de su nacimiento, celebrado hace un par de años.

[JW]: Sí, este libro es un homenaje a él. Es un libro muy bonito que está dedicado a la madre. Por eso te digo que espero que este poema que he escrito sea el último realmente, pero nunca estaré seguro. De repente viene otro sentimiento distinto sobre mi madre y no lo sé.

 

 

[DAS]: También el poema «El camisón (Magritte)», el de las tetas, que es una manera diferente de hablar sobre la madre.

[JW]: Claro, ahí, por ejemplo, la madre es la protectora, la madre dadora, la madre nutricia. Es obviamente Magritte, que nos muestra este camisón de tela que tiene dos tetas de carne. Hablo de mi madre que se iba a la calle y nos dejaba el camisón. Entonces teníamos siempre de dónde beber.

 

 

[DAS]: Y no solo ustedes, sino también los niños que están muertos.

[JW]: Mientras se limpia los senos, siento que también han venido a beber mis hermanos que se fueron. Y mi madre lloró con toda razón por sus dos hijos muertos. Imagínate que se te mueran dos hijos en una semana. Ahí también quiero que la muerte sea algo concreto.

 

 

[DAS]: Hablar de la muerte sin retórica.

[JW]: Claro, inclusive hay un poema a un niño que vivía en la esquina de mi casa y que murió de una fiebre y su padre era, efectivamente, un carnicero.

 

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El poeta José Watanabe con su madre, Paula Varas.
Cortesía de la foto: www.discovernikkei.org

 

[DAS]: Hablas de «Riendo y nublado».

[JW]: Sí. Entonces en el corral de su casa había pura sangre, porque en Laredo no había camal. Y allí muere el niño sin herida, como dice el poema, y ellos no podían creer que la muerte no tenga herida. Allí se me ocurrió el poema y, como dice este, yo no quiero ser como él.

 

 

[DAS]: En Cosas del cuerpo la presencia femenina es totalizante: tu madre, tu hermana, tus hijas, tu mujer. Las mujeres de tu vida. Y la imagen de la mujer es muy fuerte, como prolífica, fértil y dadora, es germen de vida.

[JW]: Inclusive en ese libro, que como ya te he dicho lo escribí con menos presión, fue más suelto. Tú dices que es fuerte y eso sí me preocupa mucho. Y me preocupa porque yo corrijo mucho, y a pesar que puedo corregir quince o veinte veces un poema, lo único que tengo como objetivo es que esa fuerza —pena, cólera o motivación inicial— no se pierda nunca, que esa carga emotiva y afectiva no se pierda.

Volviendo al libro, allí es efectivamente donde hablo más de mujeres e incluso, según el poeta Marco Martos, es ahí donde tengo un par de poemas que son…

 

 

[DAS]: Súper eróticos…

[JW]: No, ¡hermafroditas!

 

 

[DAS]: Como el poema «El baño», que si se ve desde una posición psicoanalítica es justamente una restitución.

[JW]: Esto de los senos lo escribí porque recordaba cuando mi propia esposa daba de lactar a mis hijas y, no sé si se da en todos los padres, pero sentía cierta envidia. A mí me hubiera gustado dar de lactar también. Se me ocurrió y me gustó la idea que alguna vez, aunque sea idealmente, pueda tener esos dos senos y los sentí como una restitución. Entonces, en el poema, me los apropio.

 

[DAS]: Mucho se te relaciona con la tradición oriental, obviamente por un asunto familiar, más claramente con la poesía japonesa. Y algo que me sorprendió mucho es que, desde El huso de la palabra, no publicas propiamente un haiku.

[JW]: Pero yo nunca he publicado un haiku.

 

 

[DAS]: Pero lo haces en «Imitación de Matsuo Bashō».

[JW]: Claro, ahí tenía que ser porque era una imitación de Bashō.

 

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El poeta en portada de la revista «Libros & Artes» de la Biblioteca Nacional del Perú.

 

[DAS]: Entonces el poema «Orgasmo», ese pequeño poema que sale en Banderas detrás de la niebla, no lo escribiste con esa intención.

[JW]: Sí, es lo más cerca de un haiku que escrito. Pero no tiene la intención de ser un haiku. Simplemente fue algo fugaz que se me ocurrió.

 

[DAS]: Cuando dices: «¿Me dejará la muerte / gritar / como ahora?»…

[JW]: Claro, y ahí el título lo explica todo. Es lo más cerca que he escrito de lo que podríamos llamar un haiku. Porque el haiku es muy complicado, aunque muchos ven tres versos y piensan que es más fácil. Y mira, Benedetti escribe haikus al por mayor. Pero el haiku es algo muy complicado, es una actitud ante la vida.

Hay una confusión: muchos hacen pasar metáforas como haikus, y el haiku es antimetafórico. Juan José Tablada, el escritor mexicano, fue el introductor del haiku en Hispanoamérica, y se sabe que realmente nunca entendió el haiku y eso que vivió en Japón. Pero eso no quita que sus poemas sean hermosos, pero propiamente no son haikus.

El haiku es antimetafórico y nosotros, occidentales, no podemos dejar de pensar metafóricamente. Volviendo a Tablada, cito uno de sus poemas: «Tierno saúz / casi oro, casi ámbar, / casi luz…», eso es una metáfora. La mayoría de poemas de Tablada son metáforas. Pero hay un poema, me parece que es de Ryokan (que posteriormente lo parodia Machado): «Si a la luna / le pones un mango / abanico». Aquí el poeta se está burlando, más bien, del que hace metáforas en el haiku.

 

 

[DAS]: Este famoso poema de Bashō de la rana en el estanque, ¿no vendría a ser una metáfora?

[JW]: Mira: «En estanque antiguo / salta una rana / el río del agua». (Yo sé que Octavio Paz lo traduce como «chapaleteo», horrorosa traducción, pero bueno). Ahí no hay metáfora, es un evento, una situación que vio y dijo: «Bueno, es una extrañeza». Hay una extrañeza, un no sé qué es, pero esas extrañezas el poeta las ve, las descubre, las oye y qué sé yo, no puede traducirlas a formas de conocimiento de tipo occidental.

 

 

[DAS]: Recuerdo una anécdota sobre este poema, donde se cuenta que Bashō responde a la pregunta: ¿cuál es el sentido del zen con esos versos?

[JW]: Es posible, porque ese poema es zen. Pero ahí también hay confusión: el haiku no siempre es la expresión del zen. Incluso hay un poeta, Masaoka Shiki, él no era zen y sostenía que no había necesidad de ser zen para escribir un haiku. Y era un gran poeta, es el último de los grandes haijin.

Por ejemplo, hay un poema de Issa Kobayashi que comienza con una onomatopeya, muy difícil de traducir del japonés, algo como «muu» y luego sigue: «sale la vaca de entre la niebla». Tú te imaginas que estás por un camino lleno de neblina y de pronto escuchas el sonido de una vaca y luego aparece el animal. Es una extrañeza. Hay algo, pero lo que hace el maestro del haiku no es darle un sentido, sino transferirte lo que vio.

 

 

[DAS]: Pero el sentido lo das tú.

[JW]: De manera casi notarial. Y eso te lo trascribo y a veces sientes como yo. En el poema que dices no pasa, pues yo tengo que dirigir el sentido, conducir el poema hacia algo. Y en Banderas…, no pues, yo digo que la belleza es la belleza y se acabó.

 

 

[DAS]: Pero la relación con lo japonés también va por allí, por lo contemplativo y lo sugerente.

[JW]: Sí pues, yo soy contemplativo, pero no sé si eso te lo transfiere un padre japonés.

 

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(Segundo de la izquierda) Harumi Watanabe, padre del poeta con amigos japoneses en el Perú.
Cortesía: www.discovernikkei.org

[DAS]: No necesariamente.

[JW]: No necesariamente. Yo pude ser contemplativo sin mi padre japonés. Yo recuerdo, y siempre lo he contado, que mi padre me sacaba a caminar a los campos de Laredo y nunca me hablaba, nunca conversábamos. Yo me imagino que era una forma de enseñarme, pero ni siquiera él estaba conciente de su pedagogía, de enseñarme a mirar sin hablar. Para mí era cómodo caminar con él sin hablar, y eso que otras personas para caminar tienen que estar «loreando».

Pero no es que yo sea contemplativo por eso, pude ser contemplativo sin tener padre japonés, o, es más, el hecho de ser contemplativo me llevó a leer a poetas también contemplativos como por ejemplo los haijin, los escritores de haiku, u otros escritores, como los norteamericanos, como Theodore Roetke, que es hijo de un inmigrante alemán que llegó a tener varias hectáreas para sembrar flores.

Él tiene un poema que traducido al castellano se llama «La garza», que es la versión en varios versos del poema de Bashō del estanque antiguo. El sentido es idéntico. Es una garza que está en una laguna sobre una pata y hunde el pico en el agua para coger un pez; entonces el viento peina sus plumas hasta que en un momento se impulsa y sale volando. Entonces el poema termina algo así: «donde estuvo la garza sólo quedan círculos que se van expandiendo».

 

[DAS]: Y sigue con el tópico del agua, como el de Bashō.

[JW]: Sí, y mira que no es hijo de japonés sino de alemán.

 

 

[DAS]: ¿Te molesta la comparación con lo japonés?

[JW]: No, no me molesta porque pienso que es, de alguna manera, un homenaje a mi padre.

 

 

 

 

*(Laredo-Perú, 1945-Lima, 2007). Poeta, narrador y guionista de cine y documentales de TV. Nissei hijo de Harumi Watanabe. Inició estudios de Arquitectura en la Universidad Nacional Federico Villarreal, los que abandonó tras dos años sin concluir, época en la que obtuvo el I Premio Joven Poeta del Perú con Álbum de familia (1970). Fue uno de los mayores cultores del haiku japonés en la poesía de habla hispana del Siglo XX. Trabajó una adaptación de Antígona de Sófocles con el grupo teatral Yuyachkani. Ha publicado en poesía Álbum de familia (1971), El huso de la palabra (1989), Historia natural (1994), Cosas del cuerpo (1999), Antígona (versión libre de la tragedia de Sófocles, 2000), Habitó entre nosotros (2002), Lo que queda (antología, 2005), La piedra alada (2005), Banderas detrás de la niebla (2006) y Poesía completa (2008); y, en narrativa infantil, Andrés Nuez perdido entre las frutas, Andrés Nuez y los colores, Andrés Nuez cuenta hasta diez, Perro pintor y sus elefantes azules, Un perro muy raro, Don Tomás y los ratones, Don Antonio y el albatros, Lavandería de fantasmas, El pájaro pintado, Melchor el tejedor y El lápiz rojo.