Brevísima historia personal de la poesía peruana (1975-1982). Testimonio de Roger Santiváñez

 

Por: Roger Santiváñez

Crédito de la foto: www.omni-bus.com

 

 

Brevísima historia personal de la poesía peruana (1975-1982).

Testimonio de Roger Santiváñez

 

 

El Oro de Acapulco

Una tarde de enero de 1974, cuando yo era un recien-bajado (de un Faucett que me trajo de mi natal Piura) Armando Arteaga, a quien yo había conocido casualmente en La Colmena por intermedio de Félix Puescas Montero, me convocó a una fiesta en casa de Elsa Sánchez León. Nos encontramos ―como es reglamentario- en el Haití de Miraflores. De allí partimos al lugar del tono, pero antes Armando me presentó a sus dos patas ―Luis La Hoz y Óscar Aragón― con los cuales editaba los Cuadernos de Berlioz. El primero de la serie fue El Oro de Acapulco con poemas de ambos. A mí me gustó Constanza de La Hoz, cuyos versos finales rezaban: Happiness is a Warm Gun / Los pájaros y los que me robaron la alegría. Y un lindo poema de Aragón Contemplación de una muchacha que monta en bicicleta. A partir de entonces me integré al grupo que ―según La Hoz― “se inicia con El Oro de Acapulco” (en Auki # 4, Lima 1976). El estío de 1974 era propicio para este encuentro. Parábamos ondeados (como se decía en esos días) haciendo incursiones en distintas zonas (Apollinaire) de la ciudad. Podían ser los edificios de San Felipe (Blues) o los acantilados de Barranco ―la casa de Valdelomar era nuestro tambo― cuando no los bares de Miraflores (el inmortal La Sevillana) o el Wony de la calle Belén en Lima. Esa fue la etapa de mi iniciación poética, escuchando el disco blanco de Los Beatles, en donde Lennon canta como nadie Happiness is a warm gun ―algo así como La felicidad es una pistola caliente o La felicidad es un arma humeante y los atardeceres celestes del verano nos invadían de belleza hasta la fresca madrugada. Aprendí no poco de estos poetas jóvenes, tanto que, se me pasó la fecha del examen de traslado que yo tenía que dar para entrar a San Marcos. Mi padre casi me mata. A la sazón yo era un churre de 17 años y en el otoño de aquella soledad, debí regresar a mi ciudad natal. Felizmente conocí en Piura a Sigfredo Burneo, con quien lanzamos ese 1974, las plaquettes Sueños de Ecce Homo ―con poesía erótica que mereció un comentario de JM Oviedo en El Comercio de Lima― y Niebla Púrpura ―nombre que recoge una canción de Jimmy Hendrix y que se preparó para una lectura realizada en el Club Grau. Pero de súbito viajé a Lima y reunido con Arteaga, Aragón y La Hoz en su casa de Corpac decidimos lanzar La Peca de la Jirafa /edición especial.  Devuelto a la ciudad de los algarrobos, la plaquette se imprimió allí pero circuló en Lima. Llegó el verano de 1975 y con él las primicias del proyecto AUKI. Epistolarmente Lima-Piura-Lima me comuniqué con mis tres poetas amigos y en marzo hice imprimir en la tarjetera de Arturo Rubio el primer ejemplar de la revista en hermosa timta azul. Así llegué a Lima el 31 de marzo de 1975 ―esta vez en Tepsa― con una caja de leche Gloria que empaquetaba AUKI. La little review tuvo buena acogida y lo celebramos con una cerveceada en el Wony para salir luego a degustar sandwiches de triciclo entre la Colmena y el Parque Universitario mientras la noche se desplomaba lentamente en nuestras almas llenas de furor junto a las musas del grupo Amparo Cuadros y Marilyn Palacio. En perspectiva, lo bacán de AUKI fue su cenáculo del Parque Las Mimosas en Barranco ―casa de Lucho La Hoz, a quien no dudo de llamar líder de esta movida― y su defensa de una línea off en la poesía que enarbolaba las figuras de Augusto Lunel, Juan Ojeda, Guillermo Chirinos Cúneo y, principalmente, Luis Hernández ―en el plano peruano― José Antonio Ramos Sucre ―en el latinoamericano― y el Conde Lautreamont ―en el universal―.  Igualmente AUKI presentó una singular e insólita muestra de la poesía piel roja norteamericana en su segundo número. Pero lo más hermoso fue la infinita camaradería de aquella hora, en que ―para mí― llegar a la jato de Lucho en Barranco significaba elevarme sobre los cielos de la playa y correr por los parques al borde de la mar (Hernández) y ser Los Adolescentes (como llamó La Hoz a un poemario suyo años después) eternos,  bebiendo de una botella (Oda al Cinzano de Armando Arteaga sería un poema emblemático) bajo la noche feliz. El Oro de Acapulco ―nombre tomado de un verso de Rodolfo Hinostroza― fue mi primer grupo de poetas en Lima. Aquella inocencia permanece intacta ―bien guardada en el corazón― y como dijo Luis Hernández: Perdido he la llavecita.

 

Cuadernos de Berlioz I con El oro de Acapulco,
Cuadernos de Berlioz I con El oro de Acapulco,
publicación con poemas de Luis La Hoz y Óscar Aragón

Hipócrita Lector & Escritura

En el invierno de 1975 entré (me trasladé) a San Marcos. Conocía desde los días piuranos a Mito Tumi (aunque ligeramente mayor que yo, lo ubicaba de mi barrio Santa Isabel y de mi colegio el San Ignacio) quien me presentó a Luis Alberto Castillo, el poeta joven ―por antonomasia― del momento. Castillo había debutado en la prestigiosa Hipócrita Lector  y sus poemas ―de sabor verasteguiano― aparecidos en Tallo de Habas (de la Católica) y Textos (de San Marcos) principalmente el publicado en ésta última y que principiaba: Melibea negada por las palomas de la Plaza San Francisco / yo habité tu templo lo habían convertido en una especie de emblema de la novísima poesía.

En efecto, Edgar O’Hara, uno de los más conspícuos líderes de dicha movida funda ese año ―con Jorge Caillaux― la revista Melibea con el propósito de convertirla en vocero de la poetería más joven, la cual se reunía todos los sábados en un bar frente a la Plaza San Francisco ―centro de Lima― bautizado también como Melibea; todo ésto en torno a la figura de Luis Alberto Castillo. Enrique Sánchez Hernani (quien también había debutado en Hipócrita Lector y Textos) construyó sobre madera un letrero pop que colgamos una buena tarde en el bar donde nos reuníamos. José Morales Saravia, Carlos Orellana, Juan Luis Dammert, Juan Carlos Torrico y Guillermo Niño de Guzmán,  completarían la nómina de los más asiduos. Este fue el más remoto orígen del grupo La Sagrada Familia, fundado en enero de 1977, tras una conversación sostenida entre quien redacta este testimonio y Edgar O’Hara, después de la cual decidimos pasarle la voz a nuestros patas más cercanos. O’Hara a Sánchez Hernani y Niño de Guzmán y yo ―por mi lado― a Mito Tumi y Castillo, con quienes editábamos la revista Escritura de San Marcos, lanzada en el otoño de 1976. Allí publicaron varios de los nombrados y además Cromwell Jara (quien había escandalizado a ciertos profesores de San Marcos con su poema Nuestras musas orinan aparecido en Textos) Jorge Luis Roncal y Rosa Natalia Carbonel, la única mujer de esta hornada.

Hablando estríctamente de poesía, justo es mencionar aquí a Mario Montalbetti, quien desde su debut en Nubetonta y Tallo de Habas trajo un sonido distinto al concierto de la poesía peruana en ese instante, en el cual tenía una fuerte presencia todavía el lenguaje de Hora Zero (principalmente de Enrique Verástegui y sus epígonos). En igual sentido iba la poesía de Morales Saravia, primicia también de Tallo de Habas y la de Carlos López Degrregori, quien había publicado por vez primera en Hipócrita Lector y a la sazón se encontraba estudiando en Colombia. A su vuelta al Perú en 1978 se integraría a La Sagrada Familia. Cabe señalar que Hipócrita Lector fue fundada en 1971 por Marco Martos, Hildebrando Pérez, Carlos Garayar y Elqui Burgos. Y una nota personal: alcancé a publicar en el último número de Hipócrita Lector (1976) ―sin duda― la revista de poesía más importante de esa época. ¿Libros de aquellos días? El (Mi) de Montalbetti (luego se convierte en Perro Negro), Para no hacer cosas desagradables o Los días son trocitos de papel de RN Carbonel, Discurso de las intenciones puras de Roncal, Discurso sobre los animales jóvenes de Oswaldo Chanove (desde Arequipa en donde vivía); todos  Premio JM Arguedas ―de la Asociación Nisei― el galardón más preciado de los jóvenes de esa hora. Y Orígenes y finalidades de Edgar O’hara, Crónica de vientos de JL Dammert, La ciudad va a estallar de Carlos Orellana y el emblemático Melibea & otros poemas de Luis Alberto Castillo.

 

Sagrada Familia
Foto del grupo literario La Sagrada Familia, en el que participó Santiváñez entre los años 1977-79

La Sagrada Familia

En el otoño de 1975, Alex Zisman ―estudioso vargasllosiano y estudiante graduado de la Universidad de Cambridge, Inglaterra― preparaba una antología de la novísima poesía peruana ―inmediatamente posterior a Hora Zero― y por ese motivo fui convocado al departamento en donde se alojaba en la Av.Pardo (Miraflores). Cuando subía en el ascensor coincidí con un muchacho de frondoso bigote negro ―era Edgar O’Hara―  portando entre las manos la famosísima antología de Leonidas Cevallos Los Nuevos (sobre la generación del ‘60) y justo en el instante en que me disponía a comentárselo, se abrió la puerta del ascensor y allí nos esperaba Alex Zisman, quien nos hizo pasar para departir un buen rato sobre su futura antología, trabajo que él completó bajo el título de !Oh dragones abreven! y que nunca llegó a publicarse. Carmen Ollé, Luis La Hoz, Oscar Aragón, Armando Arteaga, Edgar O’Hara, Mario Montalbetti, Luis Alberto Castillo, Juan Carlos Torrico, Carlos Orellana, Alonso Zarzar, Fernando Ampuero, Alonso Cueto ( poetas también ―a la sazón― estos últimos) son algunos de los que ―recuerdo― estaban en la nómina.  Salí caminando ―de la jato de Zisman― con Edgar O’Hara bajo los árboles de la Av. Pardo y, a partir de allí, una estrecha amistad nos unió junto a otros poetas jóevenes ―amigos comunes― de San Marcos y la Católica que ―como ya relaté líneas arriba― nos empezamos a reunir en la Plaza San Francisco, signados por el síndrome de Luis Alberto Castillo, a quien todos admirábamos por su talento y entrega total a la poesía.

 

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«Meliba & otros poemas» de Luis Alberto Castillo.
Crédito de la foto: http://elbbdordelanoche.blogspot.de/

 

Inolvidables atardeceres en que la mancha debatía sobre arte poética en aquel innombrado bar (luego se llamó Melibea) del nisei Yoshi entre ron, cerveza y “marios” ―así llamaba O’Hara el ir al baño―, ocasionales visitantes como Fredy Roncalla, Tirso Gonzalez, Santiago Lopez Maguiña, Pedro Granados, Alvaro Puga (asiduo en realidad) Juan José Beteta,  José Cerna Bazan (que había aparecido en Estos 13).  Luis Eduardo Wufarden, Juan Ramírez Ruiz (junto a Jorge Pimentel fundador de Hora Zero, 1970) ―que vivía a escasos metros del sitio― y por encima de ellos, la belleza de Pilar Nuñez, entonces estudiante de la Católica y que muy poco después entraría a Cuatrotablas para convertirse en la gran actriz que es hasta el día de hoy.

Así pasaron dos años enarbolando la poesía en nuestros corazones, conversaciones infinitas bajo el vuelo de las plomas palomas de la Plaza San Francisco y de las horas, cuya duración no parecía más eterna que nuestra juventud dorada, pletórica de sueños puros, prendidos a las constelaciones de aquella estación perfecta.

A principios de enero de 1977 visité a Edgar O’Hara en su casa de Casimiro Ulloa (San Antonio) y en esa conversación nos animamos a organizar un nuevo grupo literario. Yo le pasé la voz a mis camaradas de Escritura, Mito Tumi y Luis Alberto Castillo. Y él a Guillermo Niño de Guzmán y a Enrique Sánchez Hernani. Comezaron las reuniones en el legendario bar Gabino de Miraflores y, eventualmente, también en Melibea. Todo el verano se nos fue en la empresa pero en abril ya teníamos nuestro Manifiesto ―de fuerte impronta vanguardista o neo-vanguardista― y Mito Tumi se había retirado del grupo, no sin antes dejarnos el nombre, que en realidad él propuso como una boutade, pero que pegó, en medio de la alegre camaradería de aquellos crepúsculos inviolados: La Sagrada Familia (quizá porque juntaba a gente de San Marcos y de la Católica).

Sendas entrevistas y notas en Oiga y Caretas nos pusieron en el tapete de la comidilla literaria de Lima. La presentación del primer número de la revista ocurrió en junio del ‘77 en el bar Melibea de la Plaza San Francisco, con un  after-party tumultuoso y sensacional en el que brillaron las chicas lindas ―la incomparable Francesca, verbigracia― y la presencia de los pintores Ramiro Llona (que ilustró el ejemplar) y José Antonio Morales ―Cuco― quien se reveló como un eximio intérpete del blues. Marisol Bello, los poetas Luis Rebaza y Dalmacia Ruíz Rosas, así como los narradores Guillermo Saravia (autor de la poco conocida y notable nouvelle Sympathy) y Ernesto Mora se integraron a La Sagrada Familia inmediatamente después. A mediados de 1978 se sumarían los jovencísimos Eleonora Falco, Óscar Malca y Julio Heredia. De la memoria extraigo  nombres de amigos de aquella época como Nino Lauro, Enrique Jacoby, Nicolás Lynch, José Luis Velásquez e inspiradoras musas como Luz María Correa, Nelly Plaza, Mónica Avila, Meche Giesecke y Luciana Proaño, la genial bailarina de los 80’s.

Pero algo sucedió el 19 de julio de 1977. Por vez primera ―desde el Paro por las subsistencias de 1919―  la clase trabajadora de Lima (y de casi todo el Perú) realizó una huelga general que paralizó el país, en demanda de las apremiantes reivindicaciones ―puestas a la orden del día― tras la aguda crisis socio-económico-política desencadenada con el golpe fascistoide del Gral. Morales-Bermúdez en 1975, el cual derrocó al Gral. Velasco e interrumpió un muy interesante proceso nacionalista y reformista (que captó la atención del mundo entero) iniciado el 3 de octubre de 1968.  La respuesta de los trabajadores no se hizo esperar y el 19 de julio del ‘77, las masas populares organizadas tomaron el control del país. Como una salida a la crisis, Morales-Bermudez se vio obligado a convocar a una asamblea constituyente (1978) y a elecciones generales para 1980.  La Sagrada Familia no fue ajena a toda esta situación. Conmovidos por lo que venía ocurriendo decidimos estudiar la doctrina marxista-leninista y lo hicimos bajo la batuta del filósofo David Sobrevilla, una de las principales autoridades sobre la materia. Nuestra poesía tambien dio un giro, como puede observarse en el tercer número de La Sagrada Familia ―ver Mártes Rojo (Paro Nacional) de O’Hara o los poemas de Sánchez Hernani― y principalmente el equipo de Poesía Militante (Castillo-O’Hara-Sánchez H.-Santiváñez) que compuso material poético para ser volanteado en apoyo a la reposición de los despedidos del Paro (la clase empresarial aprovechó el pánico para botar de las fábricas a la totalidad de los líderes sindicales) durante el candente verano de 1978.  Inmediatamente después, algunos miembros de LSF participarían en la Comisión de Cultura ―dirigida por Rosina Valcárcel― del recién formado frente izquierdista Unidad Democrático Popular (UDP) para representar al pueblo en la asamblea constituyente.

En este punto es pertinente señalar que para la estrícta historia de la poesía lo que ha quedado son las Cinco Razones Puras (para comprometerse con la huelga) del poeta Cesáreo Martínez ―gran amigo y compañero de Juan Ojeda desde los late 60’s― por cuyo talento y honesta posición política se convirtió en el signo de aquella radical revuelta de la poesía en ese tiempo.

 

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Primeros números de la revista Auki, del grupo literario del mismo nombre,
en el que participó el poeta Róger Santiváñez entre los años 1974-76.

Adios a La Sagrada

Es difícil para mí, escribir sobre la disolución de La Sagrada Familia ocurrida en abril de 1979, según consta en el Comunicado publicado en la sección cultural de la revista Marka.  Sucedió que yo viví un intenso proceso de radicalización política hacia el maoísmo (ideología totalmente en boga entre los jóvenes de aquella coyuntura) y mi querido grupo de poetas, me empezó a parecer no lo suficientemente ultra como yo me sentía en mi fuero interno. De los miembros de LSF, sólo Dalmacia Ruiz-Rosas, Sánchez Hernani y Castillo me parecían estar cerca de mi posición. Propiciáronse varias discusiones en torno al asunto que ―lamentablemente― fueron tomadas como ataques personales por algunos integrantes, Edgar O’Hara y Luis Rebaza entre ellos.

Finalmente, Sánchez Hernani propuso la disolución del colectivo y así fue. Cabe señalar aquí que meses antes ya se habían retirado los narradores Niño de Guzmán, Saravia y Mora. Asimismo, el poeta Carlos Lopez Degregori, quien se había integrado ―como queda dicho― cuando regresó de Colombia. Visto a la distancia de casi treinta años, puedo reconocer que muy probablemente me extralimité en mi cuestionamiento al grupo (e incluso que estaba equivocado en mis extremos planteamientos) pero, al mismo tiempo, debo decir que fui ―simple y llanamente― sincero con el modo de pensar que asumía y con los sentimientos que mi corazón bolchevique me exigía, y con los cuales quería ser honestamente consecuente. Ya no me hallaba cómdo en LSF.  Yo tenía que ir hacia otra cosa. Lo triste es que se perdió esa hermosa amistad ―basada en el amor a la poesía― que nos había convocado cuando nos conocimos en 1975. Y por eso escribo esta especie de homenaje.

La Sagrada Familia realizó una importante labor editorial, publicando ―aparte de los cuatros números de su revista― libros de varios de sus miembros (Huevo en el nogal de O ’Hara, Por la bocacalle de la locura de Sánchez Hernani, Pobación activa de Rebaza , Un buen día de Lopez Degregori) y ―en actitud reivindicativa― los Poemas al estilo de una pintura ingenua de Enriqueta Beleván, poeta de la generación anterior. También se hizo una edición de los Poemas Clandestinos de Roque Dalton. Es lícito mencionar que ―disuelta LSF― O’Hara y Rebaza lideraron las ediciones Ruray, cuya publicación más interesante aquellos días finales de 1979 ―a mi juicio― fue el primer libro de José Morales Saravia, Cactáceas.

 

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Retrato del poeta Enrique Verástegui

 

Posdata

Mas la historia continúa. Ya en el principio de otra década (los inmarchitables 80’s) nuevas amistades, relaciones y publicaciones surgieron en el panorama. Por ejemplo, Dalmacia Ruiz-Rosas y quien redacta esta memoria fuimos invitados por Jorge Pimentel a integrarnos a Hora Zero (cuya fundación y primera fase duró desde 1970 a 1973, y que se había reagrupado ―segunda fase― con la crisis de 1977 aunque sin la participación de Ramírez Ruiz) y así lo hicimos en diciembre de 1980. Pero ya se hablaba de una nueva generación. José A. Mazzotti ―novísmo de aquella hora― lanza la revista (SIC) con Óscar Malca y Julio Heredia, quienes ―como queda dicho― habían sido de La Sagrada Familia más Patricia Alba.

Del mismo modo Mazzotti, ahora con Eduardo Chirinos y Raúl Mendizábal (los tres tristes tigres) publican Trompa de Eustaquio. Un poco después Omnibus de Arequipa ―cuyo primer número había salido en 1977― (Chanove, A. Ruiz Rosas) se fusiona con Malca y Alba para originar Macho Cabrío y, finalmente, en 1982  el autor de estas líneas ―en unión con Mariela Dreyfus― fundamos el Movimiento Kloaka. Pero ésa ya es otra historia. Hasta aquí nomás. Abraxas.

 

[Roger Santiváñez, a las orillas del río Cooper, Garden State].