7 poemas de «Leprosario» (2015), de Luis Yuré

 

Vallejo & Co. presenta una selección de poemas del libro Leprosario (2015), publicado por Luis Yuré. Lo que se sabe del autor (Luis Yuré) es muy poco, pues se trata de un seudónimo de un autor (o varios quizá), o de un heterónimo de algún poeta que juega al misterio. A su vez, tanto su lugar como fecha de nacimiento son desconocidas, se dice que fue en Costa Rica para algunos en 1948, para otros en 1966. Lo único real son sus publicaciones, en novela y poesía, y, entre ellas, esta última publicada en Ciudad de Guatemala por el sello Catafixia Editorial.

Sus escritos se canalizan y podrían situarse en la llamada antipoesía, haciendo uso permanente de un lenguaje coloquial-dialectal costarricense llevado al extremo. Su temática es variada y, por lo general, fuera de los cánones poéticos de su supuesto país de origen. Vale la pena leer algunos poemas de este nuevo libro de un autor que es todos y a la vez nadie.

 

 

Selección de poemas: Mario Pera

Crédito de la foto:  © Catafixia editorial

 

Leprosario Luis YureÌ- final portada para FACE
© Catafixia editorial
«Leprosario» (2015) de Luis Yuré
Portada de Álvaro Sánchez

 

7 poemas de Leprosario (2015)

de Luis Yuré

 

Herejías

 

5

 

Asquerosamente intacta la tierra

sin sed ni espejismos ni oráculos

sin el crujir de sus granos

entre la garganta del reloj.

Tierra limpia, desnuda arena

antes de la franqueza de la serpiente

antes que Adán lamiese el fruto de Eva

antes del rubor por el pubis eréctil

antes de la culpa, el ropaje y el desahucio

así estaba deformemente intacta la tierra

virgen de sal y sangre

virgen de pan mojado en sudor

virgen de Abel roto

                Abel coágulo

                Abel suma ofrenda de Caín.

Tierra vacía, arena rasa

anterior a las cuarenta lluvias

anterior a la deplorable arquitectura de Babel

anterior al genocidio en la alegre Gomorra.

Tierra esencial, arena lisa

ajena de circuncisiones, de holocaustos

de la cicatriz que dejan sobre el suelo los grilletes

ajena de imperios, salobres codicias, traición y plagas

libre de santidad masoquista, santas inquisiciones

tortura sagrada, canibalismo sacro, suicidio en cruz

libre de carne y úlcera de víctima mujer,

                de carne y herida de África

                de carne y llaga indígena

libre de niños que explotan bajo bombas

deshechos sobre minas, entre hambrunas

sin más pan que la hostia.

Asquerosamente intacta la tierra.

Deformemente silenciosa la arena

hasta que la mano del dios leproso

el dios que vio caos en el vacío

intentó ponerla en orden.

 

 

 

6

 

Quizá haya más desorden

en el espejo que no refleja

que en el roto.

Quizá una caracola silente

sea el hipnótico tumulto

y no esa otra a la que el mar corroe

con un alarido de oleaje en espiral.

Tal vez seca, humilde y liviana

la esponja sea más desastre

que cuando el agua o la lágrima

resuelven todos sus laberintos.

Pero

percibir dulzura en la quena que desafina

apoyo

en el cráneo del líder hirviente en lingotes

justicia

en la piel llagada del torturado

paz

en su cuerpo mudo entre una fosa común

o simplemente ver caos en la tierra vacía

                tierra pura

                tierra calma

no es más que la soberbia de un demiurgo loco

que prefiere un mal poema

a dejar la página desnuda.

 

 

 

Pues lo fácil es desmenuzarse

desde las vísceras de mamá

partirse intrauterino quebrando opuestos:

De cigoto

a ramaje de entrañas.

De pez fetal

a este bípedo que bebe aire.

De niño, ángel poseído

a esta sanguijuela cebada con subdivisiones

entre falos y clítoris, entre el color de las carnes

patria o invasor, bruja o virgen, mi dios y tu demonio.

Guillotinarse es más fácil que unirse después.

 

 

 

Leprosario

 

Siseos bifurcados

 

Yo jamás mentí en el huerto, jamás seduje a la carne sin ombligo, esa sometida, ese cáliz roto, barro sin memoria. Nunca mi lengua bifurcada, ni la ocarina de mis fauces, ni el azufre, ni el absintio que gorgotea en el paladar, nunca mis murmullos, nunca mis siseos, nun­ca. Al árbol donde me columpio, el polvo en su ruta al polvo, vino a tentarme.

 

 

 

Carne Amarga I

 

No me protege otra máscara

que este trigal

donde arrullo mi lepra.

Al vaivén de los juncos

mi almita sucia

se deshoja en jirones

(en cadáveres de cuervo)

que oculto en el armario

junto a otras negruras.

Detrás de esta mejilla dorada

más allá de los antifaces

crece la espiga sucia

la hoja agria carroña

el alimento que ceba a mi animal leproso.

Hay noches en que me siento desnudo

cuando escucho su aullido.

 

 

 

Uróboros

 

Ardiendo, batallando, escupiendo con saña en la boca de los no es­cogidos. Espuma y bilis, me diluyo en este oleaje de odios. Bilis y vinagre, las dunas revientan. Vinagre en la arena, soy el simún, el viento venenoso que saquea Palestina. Y carcomiendo, desflorando, irrumpiendo te violo en la noche sobre el cadáver de tu amado. Pu­ñal y carne, mi delirio entibia tus entrañas. Carne y tierra. Tierra in­fiel: ¿Cuantas veces más nos forzarás a raptarte del abrazo enemigo, mi tierra puta, mi prometida Jericó? Pues susurrando, previniendo, oscilando recito contra la muralla sortilegios que impidan su de­rrumbe, Uróboros y lamentaciones, ¿nos excusa un holocausto el que hoy seamos genocidas? Ayes y piedra, nuestro dios innombrable es el peor espejismo engendrado por el desierto. La piedra tiembla en el muro, veo inevitable su derribo ante las trompetas de nuestras víctimas, que danzarán a su alrededor siete veces siete.

 

 

 

Midrásico A

 

Quién te escucha

cuando le pides a la piedra

y te lamentas contra el viejo muro

mientras hamacas tu rostro y recitas

como un loco

                            sordo

                                        niño.

Crees que el dios del maná

el dios del desierto te escucha, Israel

mientras ignoras el llanto

de quienes piden piedad contra tus murallas.