5 poemas de «Transaction Histories» (2018)+ inéditos, de Donna Stonecipher

 

Por Donna Stonecipher*

Traducción del inglés al español por Cristián Gómez O.**

Crédito de la foto (izq.) la autora /

(der.) la ed.

 

 

5 poemas de Transaction Histories (2018) + inéditos,

de Donna Stonecipher

 

 

 

Movimiento de cuenta 3

 

1.
En Europa, alrededor del fin del siglo pasado, todos los muchachos de las clases más altas eran ceremoniosamente fotografiados vistiendo trajes de marineros. Hoy en día, los mercados de las pulgas de todo el continente están atiborrados de pequeños marineros azules que no pueden salvarse a sí mismos. A todo lo largo de los partidores y el canal principal, algún romántico plantó sauces alguna vez. Mientras tanto, hace mucho que los lirios habían sido convertidos en esa abstracción llamada fleur-de-lys.

 

2.
Para una persona, todos los que ella enfocaba con su cámara alegarían con falsa humildad, “Mira, en realidad yo no salgo muy bien en las fotos”. Lo cual, mientras más pensaba en el tema, solo podía significar que todos creían tener mucho mejor pinta de la que realmente tenían. Los solapados exhibicionistas gustaban de reunirse en bancos, en estaciones de metro, y en frente de embajadas, mirando de reojo a las cámaras de vigilancia con sus hombros tan sexys como grises.

 

3.
Das Leben ist kein Wunschkonzert[1]. La rosa ya se había convertido en la rosa de cristal de la ventana. ¿Era una maleta o una valija lo que vimos lentamente montando la correa del equipaje para ser deglutida por la panza del avión, era todo simplemente equipaje, o tal vez eran bártulos? Durante la primera cita, él hizo un chiste acerca de un plato de pakoras, “Ando cargando tanto equipaje ahora, que ya no me dejan abordar los vuelos”. No hubo segunda cita.

 

4.
Pero contigo, contigo, yo quería flotar, que la corriente del canal me llevara como una hoja bajo los sauces extranjeros cerca de esos cisnes bien alimentados, en una balsa que se dirige hacia la más grande, excesiva y señorial de las cascadas de las que se tenga registro, la misma que vemos una y otra vez en las películas, y hundirnos para siempre en su voluble monotonía. Puede que los panoramas de la falsedad hayan perdido su gracia, pero lo que has perdido junto a mí era algo aún más enrarecido.

 

5.
Ya no nos impresionaba que una compañía de danza abriera una nueva sala en lo que antiguamente fuera una fábrica de jabones. Bostezamos cuando el dueño del bar nos gritó, por encima de la música electrónica, que alguna vez aquí se había hecho chocolate. Desearíamos que las fábricas siguieran siendo fábricas: que tuviéramos hambre, que estuviéramos sucios, querríamos barras de chocolate y de jabón, algo para chupar por mientras o llevarlo a casa para sacarnos de enima nuestro melancólico y bien ganado ennui.

 

6.
A pesar de toda la evidencia al contrario, tomamos como un signo de la buena salud mental de la población el que pensaran, en general, que tenían mejor facha de la que en realidad tenían. Ella coleccionaba fotografías de niños en trajes azules de marineros — un sucedáneo, por cierto, ¿pero de qué? ¿La perdida fotografía de sí misma vestida como vaquera? Das Leben ist kein Ponyhof. Todos deberíamos haber aprendido eso, oh por lo menos eso, a estas alturas.

 

La poeta Donna Stonecipher

 

Movimiento de cuenta 6

 

1.

Ella coleccionaba retazos de sabiduría para clavarlos con un alfiler en las cajas con especímenes que tenía almacenadas en su cabeza, a las que volvía cada vez que se sentía como una tonta, un destino que le caía encima con demasiada frecuencia. Aun así, hubo algunas satisfacciones ese verano: la gente quedó archivada en sus edificios de apartamentos por la noche, los museos quedaron suspendidos en sus organizados arrestos estéticos, y sólo el río cruzó la ciudad en la completa liquidez de su argentina indiferencia.

 

2.

Mientras las máquinas de la sociedad se hacían más y más pequeñas, sus edificios se hacían más y más altos. Los ascensores se elevaron y cayeron carentes de botones en el rascacielos más alto del mundo—título que sostuvo sólo hasta que otro rascacielos más alto, construido en otro continente, lo arrancara literalmente de la cima. Moraleja del día: “Cada día debes abandonar tu pasado. Y aceptar ese abandono. Pero, si no puedes aceptarlo, te conviertes en un escultor” (Louise Bourgeois).

 

3.

Levantó la mirada en el metro y se sorprendió: enfrente de ella, otra mochila más de plástico transparente —el teléfono de la chica, su billetera, brillo de labios, y unos Tic-Tacs visibles tanto para Dios como para el mundo. Era una obscena escena; le hubiera arrojado su abrigo encima. Y aun así, porque la sabiduría puede aparecer en cualquier momento, hay que estar lista para ella, como un cazador de mariposas que mientras va pasando por los rascacielos de la ciudad, lleva su red levantada.

 

4.

El siguiente retazo de sabiduría salió de una película: “Personne n’a vécu dans le passé, et personne ne vivra dans le futur” (Alphaville)[2]. La agarró justo. ¿Pero hay alguien que de hecho haya vivido en el presente? ¿No sería eso como acostarse con alguien dentro de la mochila de plástico transparente? La tontería significa exposición, pero retazos en préstamo de sabiduría podrían cubrirte. Los vagones negros de un tren abandonado en la maestranza recuerdan los MEGA COMBI MEGA COMBI MEGA COMBI.

 

5.

Era raro ver cómo las piscinas infinitas siempre aparecían en las revistas de arquitectura sin nadie nadando en ellas, cómo el azul humano pasando a un azul inhumano nunca se veía interrumpido por humanos verdaderos. En las piscinas se expone, pero la distorsión del agua a la larga protege. Luego cajas con especímenes de mariposas azules aparecían de repente en las vitrinas, como si alguien no hubiera entendido que no es la colección, sino la recolección, lo que trae las alas.

 

6.

Él esperaba ahorrarse esa falta de dignidad de no saber aquello que era imposible que él supiera. El conocimiento siempre fue un antecedente, y demasiado tarde. Más de la mitad de los rascacielos del mundo han sido construidos desde el año 2000. Muchos tienen elevadores externos de cristal, transportando arriba y abajo a minúsculas personas en sus costados. Hay estudios que demuestran que el 20 por ciento va pensando en sexo, el 70 por ciento en la cena, y un restante 5 por ciento en las nubes.

 

7.

Era demasiado fácil nadar en el lago aquel verano sin pensar en los peces a la caza de peces más pequeños a la caza de peces más pequeños allá en el fondo, deslizarse por la superficie con las refractadas extremidades de uno y sentir que se estaba viviendo la “experiencia profunda” del lago. Él sacó el teléfono más pequeño que ella había visto. Para tomar, limón amargo; entonces se vivía la fiebre de la soda hecha en casa; entonces, de repente, todo el mundo tenía que tomar absenta.

 

 

8.

El siguiente espécimen vino de un website: “In einer Liebe suchen die meisten ewige Heimat. Andere, sehr wenige aber, das ewige Reisen” (Walter Benjamin)[3]. Cierto: en el amor, la mayoría de la gente estaban buscando una casa que dure para siempre, no un viaje que dure para siempre. Pero —¿por qué no ambos? Un viaje en carretera que dure para siempre, en una casa rodante para dos, parando donde se te dé la gana a comer waffles, o para cerrar las pequeñas cortinas traseras y echarse un polvo.

 

9.

Para algunos, la bebida de elección era la elección de beber, noche tras noche, de ahogarse en el alcohol de una piscina infinita de un estupor lleno de regocijo, en la cual se fundaba el hecho de que la única solución para la estupidez humana era fundirse en el azul inhumano. Otros escogieron la intoxicación del día, y se sentaron en noches hogareñas en sus rascacielos taxonomizando los retazos de sabiduría. Ella no durmió muy bien debajo de su frazada, porque soñó que bajo su almohada brillaba la mochila de plástico transparente.

 

 

 

Las ruinas de la nostalgia 1

 

En el otoño nos poníamos nostálgicos por el verano. En el invierno nos poníamos nostálgicos por el otoño. En el verano nos poníamos nostálgicos por la primavera. Pero en la primavera no nos poníamos nostálgicos por el invierno, ni siquiera por su quietud, o su chocolate caliente, o sus vídeos de incendios, aunque sí le pedíamos a nuestro padre, de vez en cuando, que nos contara como, cuando era niño, el lago artificial que está en el medio de nuestra ciudad se congeló en invierno, y como un día de diciembre el hielo se rompió bajo sus pies y apenas se salvó de ahogarse gracias a un vecino de su misma edad cuyo nombre ya no recuerda. Nos poníamos nostálgicos por el lago congelado que nunca habíamos visto, quiero decir, por el lago que nunca habíamos visto congelado, el lago artificial donde nadábamos durante los veranos después de que se había congelado. Era difícil imaginar el lago del verano congelado. Era difícil imaginar el lago del invierno veraniego. Era difícil imaginar que hubieran hecho el lago, que no hubiera brotado espontáneamente de un manantial verde y lleno de barro. Nos poníamos nostálgicos por los inviernos que habían descendido antes de que tuviéramos conciencia, como si esos inviernos existiesen en globos de nieve que pudiéramos guardar en nuestros veladores y soñar con caer y al atravesar el hielo somos siempre rescatados por vecinos que después se volverán extraños. El lago siempre está derritiéndose en las ruinas de la nostalgia.

 

 

 

Las ruinas de la nostalgia 2

 

Estábamos pasando las fotos de una perdida tribu mongoliana en internet en nuestra laptop después del trabajo. Hicimos click en ese titular para cazar clicks “tribu mongoliana perdida” y estábamos mirando la foto de una niña aferrándose a la cría de un reno como si fuera un animal de peluche, bañándolo en un lago. Estábamos pensando en la relación simbiótica de la perdida tribu mongoliana con el reno, mientras mirábamos la fotografía de un bebé dormido encima de un pedazo de piel. Estábamos pensando en la antropología, y en la paradoja del observador observado, preguntándonos cómo una tribu mongoliana puede estar perdida si ya ha sido encontrada por el observador observado, que ha perdido su ojo de cristal y objetivo al encontrar aquello que ella quería ver desde un principio. Estábamos imaginando antropólogos observando nuestro propio comportamiento, anotando nuestra relación simbiótica con nuestra laptop, anotando el número de clicks que gastamos en esos cazadores de clicks esperando satisfacer nuestra nostalgia por las relaciones simbióticas con los animales que nunca habíamos tenido, anotando nuestra nostalgia por la posibilidad de vivir perdidos, no encontrados. Las ciudades habían permitido durante un siglo y medio que algunos de nosotros viviéramos perdidos, pero fuerzas más allá de nuestro control estaban insistiendo ahora que viviéramos encontrados.   *   Debajo de la última fotografía se leía que la perdida tribu mongoliana sobrevive del dinero de los turistas, de los observadores observados que vienen a montar hacia el pasado en los simbióticos renos. Así, como esos vídeos calificados de “extraños” que están colgados a todo lo largo de internet, la perdida tribu mongoliana nunca estuvo para nada “perdida”. Y esa es la cosa: el observador es siempre el observado, y el observado el observador, en las ruinas de la nostalgia.

 

 

 

Las ruinas de la nostalgia 3

 

Ella vio una dactilioteca en el museo, un gabinete de madera con tres “libros” encima que no tenían páginas, pero docenas de pequeños cajones llenos de camafeos de yeso e intaglios—perfiles de reinas y diosas hundidos en los óvalos (intaglio—negativo), o alzados desde los óvalos (camafeo—positivo), filas y filas de perfiles en camafeos o intaglios, alzados o hundidos, positivos o negativos, y pensó en esos baratos collares con camafeos en blanco y negro que a ella y su hermana les habían regalado en Italy, el perfil perlado supuestamente de “madreperla”, un término nuevo que ella no entendió —¿de cuándo acá que las perlas tenían madres?—pero sospechosamente parecido al plástico, y pensó en el cameo que el camafeo había hecho en su vida, como la amiga de su hermana, Cameo, las tres pequeñas todavía bañándose en una tina de porcelama, Cameo con trenzas café casi negras, el cameo que Cameo había hecho, haciendo de sí misma, de perfil, en la tina, y pensó que ella podría hacer su propia dactilioteca con docenas de cajones llenos de filas y filas de camafeos e intaglios, gente que había aparecido y hecho de sí mismos y desaparecido—algunos positivos, otros negativos—y como el camafeo italiano olvidado en un cajón en alguna parte o redescubierto y valorado cada cierto tiempo—¿plástico  madreperla? ¿Positivo o negativo?   *  ¿Y qué pasa con la gente que ha hecho papeles positivos y negativos al hacer de sí mismos? ¿que fueron, prácticamente, la mayoría de ellos?   *   La verdad es la madre de la belleza, la necesidad es la madre de la invención, plásticos son los camafeos de madreperla que su madre, entonces joven, ahora mayor, les dio a ella y a su hermana en Italia, en blanco y negro, como los pisos de mármol ajedrezado de los palazzos que habían visto en postales pero a los cuales nunca entraron, camino a las ruinas positivas o negativas de la nostalgia.

 

 

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(poemas en su idioma original, inglés)

 

 

5 poems of Model City (2015),

by Donna Stonecipher

 

 

Transaction History 3

 

1.
In Europe around the turn of the last century, all upper-class boys were ceremoniously photographed wearing sailor suits. Now flea markets all over the continent overflow with little blue sailors who cannot save themselves. All up and down the diverted and straightened canal, some Romantic had once planted willows. Meanwhile, the lily flower had long since been abstracted into the fleur-de-lys.

 

2.
To a person, everyone she aimed her camera at would demur, “Oh, I’m really not photogenic.” Which, when she thought more about it, could only mean that everyone thought they were better-looking than they really were. The covert exhibitionists liked to hang out in banks, on subway platforms, and in front of embassies, sneaking glances at surveillance cameras with their sexy gray shoulders.

 

3.
Das Leben ist kein Wunschkonzert. The rose had already glazed into the rose window. Was it a suitcase or a valise we watched slowly mounting the conveyer belt to be ingested by the belly of the jetplane, was it all just baggage, or was it maybe luggage? On their first date, he joked over a plate of pakoras, “I’ve got so much baggage by now, they no longer let me on airplanes.” There was no second date.

 

4.
But with you, with you, I wanted to float lazily down the straightened canal under the non-native willows near stocked swans on a raft headed for the longest, lushest, plushest waterfall on record, the one we kept seeing over and over in the movies, and to plunge forever down its endlessly varying sameness. Panoramas of fakeness may have lost their cachet, but what you lost in me was more rarefied still.

 

5.

When a dance company opened a new performance space in a former soap factory, we were no longer impressed. When the bar owner shouted to us over electronica that here, chocolate had once been made, we yawned. We wished the factories were still factories: we were hungry and dirty, we wanted bars of chocolate and of soap, something to suck on or take home to wash off our wistful, well-earned ennui.

 

6.
Despite all evidence to the contrary, we took it as a sign of the general psychic health of the populace that they thought they were better-looking than they really were. She collected photographs of boys in blue sailor suits — an ersatz, of course, but for what? The missing photo-graph of herself as a cowgirl? Das Leben ist kein Ponyhof. We all ought to have learned that, oh at the very least that, by now.

 

La poeta Donna Stonecipher, leyendo

 

Transaction History 6

 

1.

She collected bits of wisdom and pinned them into specimen boxes in her mind to revisit whenever she felt like a fool, a fate which befell her far too often. Still, that summer there were satisfactions: People were archived in their apartment buildings at night, the museums stood suspended in their organized aesthetic arrest, and only the river moved through the city in the full liquidity of its argented indifference.

 

2.

As the society’s machines got smaller and smaller, its buildings got taller and taller. Elevators rose and fell bereft of bellboys in the world’s tallest skyscraper—which held the title only briefly, before a taller skyscraper on another continent knocked it off top spot. That day’s wisdom: “Each day you have to abandon your past and accept it. And then, if you cannot accept it, you become a sculptor” (Louise Bourgeois).

 

3.

She glanced up on the subway and started: in front of her was yet another clear plastic backpack—the girl’s phone, wallet, lip gloss, and Tic-Tacs visible to God and the world. It was an obscene scene; she wanted to throw her coat over it. And yet, because wisdom could appear at any moment, you had to be ready for it, like a butterfly-catcher carrying his net aloft as he threads through the skyscrapers of the city.

 

4.

The next bit of wisdom came from a movie: “Personne n’a vécu dans le passé, et personne ne vivra dans le futur” (Alphaville). She pinned it. But had anyone ever actually lived in the present? Wouldn’t that be like having sex inside the clear plastic backpack? Foolishness meant exposure, but borrowed bits of wisdom could cover you. Idle black train cars in a yard echoed MEGA COMBI MEGA COMBI MEGA COMBI.

 

5.

It was odd, how infinity pools were always pictured in architecture magazines with no one swimming in them, how human blue merging into inhuman blue was never troubled by actual humans. Pools were exposing, yet the water’s distortion was protective. Then specimen boxes of blue butterflies suddenly appeared in the shop windows, as if someone had not understood that it is not the collection, but the collecting, that brings wings.

 

6.

He hoped to spare himself the indignity of not knowing what he could not possibly have known. Knowledge was always antecedent, and too late. More than half the world’s skyscrapers have been built since 2000. Many have clear glass external elevators transporting tiny people up and down their sides. Studies have shown that 20 percent are thinking of sex, 70 percent are thinking of dinner, and 5 percent are thinking of clouds.

 

7.

It was all too easy to swim in the lake that summer without thinking about the fish chasing smaller fish chasing smaller fish along the bottom, to glide along the surface with one’s distorted limbs and feel that one was “deeply experiencing” the lake. He pulled out the tiniest cell phone she’d ever seen. Bitter Lemon was the drink of choice; then there was a craze for home-made seltzer; then suddenly everyone had to have absinthe.

 

8.

The next specimen came from a website: “In einer Liebe suchen die meisten ewige Heimat. Andere, sehr wenige aber, das ewige Reisen” (Walter Benjamin). It was true: in love most people were looking for an everlasting home, not everlasting travel. But—why not both? An everlasting road trip in a homey van for two, stopping wherever you felt like to eat waffles, or to close the little curtains in the back and fuck.

 

9.

For some the drink of choice was the choice to drink, night after night, themselves into an infinity pool of blissful stupor in which it emerged that the only solution to human foolishness was to merge into inhuman blue. Others chose the intoxication of order, and sat at home nights in their skyscrapers taxonomizing bits of wisdom. She slept badly beneath her blanket, for she dreamed that under her pillow shone the clear plastic backpack.

 

 

 

The Ruins of Nostalgia 1

 

In the fall we were nostalgic for the summer. In the winter we were nostalgic for the fall. In the summer we were nostalgic for the spring. But in the spring we were not nostalgic for the winter, not even for its quiet, or its hot cocoas, or its video fires, though we did ask our father from time to time to tell us about how, when he was a child, the man-made lake in the middle of our city froze over every winter, and how one December day he broke through the ice and was only saved from drowning by a neighbor boy whose name he can no longer remember. We were nostalgic for the frozen lake we had never seen, that is, for the lake we had never seen frozen, the man-made lake we had swum in during the summers after the lake froze. It was hard to imagine the summer lake frozen. It was hard to imagine the winter lake summery. It was hard to imagine the lake being made, and not just spontaneously welling up its murky green effluence. We were nostalgic for winters that had descended before we were sentient, as if those winters existed in snow globes we could stow on our nightstands and dream of falling and falling through the ice we are always rescued from by neighbors who become strangers over time. The lake is always melting in the ruins of nostalgia.

 

La poeta Donna Stonecipher, escribiendo

 

The Ruins of Nostalgia 2

 

We were clicking through photos of a lost Mongolian tribe on the internet on our laptop after work. We had clicked on the click-bait headline “lost Mongolian tribe” and were looking at a photo of a girl clutching a baby reindeer like a stuffed animal, bathing it in a lake. We were considering the symbiotic relationship of the lost Mongolian tribe to reindeer, while looking at a photograph of a human baby asleep propped on a furry flank. We were thinking about anthropology, and about the paradox of the observed observer, and wondering how a Mongolian tribe can be lost if it has already been found by the observed observer, who has lost her own glass eye of objectivity when she has found what it is she wanted all along to see. We were imagining anthropologists observing our own behavior, noting down our symbiotic relationship to our laptop, noting down the number of clicks we expend on click-bait hoping to satisfy our nostalgia for symbiotic relationships with animals we’ve never had, noting down our nostalgia for the possibility of living lost, not found. Cities had for a century and a half permitted some of us to live lost, but forces beyond our control were now insisting that we live found.   *   Under the final photograph it was written that the lost Mongolian tribe survives on money from tourists, on observed observers who come to take rides into the past on symbiotic reindeer. So, like videos marked “rare” that are uploaded to the entire internet, the lost Mongolian tribe was never “lost” at all. And that’s the thing: the observer is always the observed, and the observed the observer, in the ruins of nostalgia.

 

 

 

The Ruins of Nostalgia 3

 

She saw a dactyliotheca in the museum, a wooden cabinet holding three “books” containing not pages, but dozens of tiny drawers filled with white plaster cameos and intaglios—profiles of queens and goddesses sunk into ovals (intaglio—negative), or raised out of ovals (cameo—positive), rows and rows of cameo or intaglio profiles, raised or sunk, positive or negative, and she thought of the cheap black-and-white cameo pendants she and her sister had been given in Italy, the pearly profile supposedly “mother of pearl,” a new term she hadn’t understood—how did pearls have mothers?—but looking suspiciously like plastic, and thought of the cameo role the cameo had played in her life, like her sister’s friend Cameo, the three of them little girls in the sunken porcelain bathtub, Cameo with brown braids almost black, the cameo role Cameo had played, playing herself, in profile, in the bathtub, and thought she could make her own dactyliotheca with dozens of drawers full of rows and rows of cameos and intaglios, people who’d appeared and played themselves and disappeared—some positive, some negative—and like the Italian cameo in a drawer somewhere forgotten or rediscovered from time to time and considered—plastic or mother-of-pearl? Positive or negative?   *   What about people who’d played both positive and negative roles as themselves? Which was pretty much all of them?   *   Truth is the mother of beauty, necessity is the mother of invention, plastic is the mother-of-pearl cameos her mother, then young, now old, had given to her and her sister in Italy, in black and white, like the checkerboard marble floors of the palazzos they saw in postcards but never entered, leading to the positive or negative ruins of her nostalgia.

 

 

 

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[1] Esta expresión alemana es un dicho que, con cierta libertad, equivale al inglés “Life is not a picnic”, o “Life ain´t easy”. En español, sería algo así como “La vida es dura/no es fácil”.

[2] “Nadie ha vivido en el pasado, y nadie vivirá en el futuro”; Alphaville es una película de Jean Luc Godard, una especie de policial futurista.

[3] En su libro Dirección única, Benjamin escribía, en un texto titulado “Mapa antiguo”: “En un amor, la mayoría busca una patria eterna. Otros, aunque muy pocos, un eterno viajar. Estos últimos son melancólicos que tienen que rehuir el contacto con la madre tierra. Buscan a quien mantenga alejada de ellos la melancolía de la patria. Y le guardan fidelidad. Los tratados medievales sobre los humores saben de la apetencia de viajes largos de este tipo de gente”. Las cursivas son la traducción del pasaje en alemán transcrito más arriba.

 

 

 

 

 

*(Seattle-EE.UU., 1969). Poeta y traductora. Reside en Berlín (Alemania). Magíster en Fine Arts por el Taller de Escritores de la Universidad de Iowa (EE.UU.) y doctora en Literatura en inglés y en Escritura Creativa por la Universidad de Georgia (EE.UU.). Se desempeña como traductora del francés y del alemán. Ha publicado en poesía The reservoir (2002), Souvenir de Constantinople (2007), Cosmopolitan (2008, el español en 2014), Model City (2015) y Transaction histories (2018).

 

 

 

**(Santiago de Chile-Chile, 1971). Poeta, traductor y ensayista. Fue miembro del IWP (International Writing Program) de la Universidad de Iowa (EE.UU.) y fue Writer in Residence del Banff Center for the Arts. Es miembro del Consejo Editorial de Cardboard House Press y dirigió la colección Los poetas editores de Ed. Liliputienses. En la actualidad dirige, junto a Edgardo Mantra y Manuel Illanes, la editorial 51GL0 V31NT1Dó5, dedicada a la traducción de poesía contemporánea. Ha publicado en poesía La nieve es nuestra (2012 y 2016), El libro rojo (2019) y El hombre de acero (2020), entre otros; y en ensayo La poesía al poder. De Casa de Las Américas a McNally Jackson (2018).